El sacerdote y teólogo califica de «escándalo» las inmatriculaciones de inmuebles que ha realizado la Iglesia en España, y dice que todos estos bienes deben ser devueltos al Estado. Defiende que el pontificado del papa Francisco está suponiendo un cambio importante en la Iglesia. «Cuando tomó las riendas, tiró de la manta y apareció toda la corrupción en asuntos de moralidad relacionada con el abuso de menores, que era una cosa que venía de antiguo».
Una noche poco antes de cenar, José María Castillo, sacerdote y teólogo, recibió una llamada por teléfono. Era un número oculto. Al otro lado, emergió la voz serena y cálida del papa Francisco. Jorge Mario Bergoglio, pontífice del Vaticano, quería agradecer al prolífico y renovador teólogo granadino, autor de una extensísima obra ensayística, su público apoyo frente al creciente acoso de sectores eclesiásticos ultra conservadores. Y le suplicó: “Rece por mí. Lo necesito mucho”. José María Castillo es un referente imprescindible entre las comunidades cristianas de base de España. De sólida formación teológica, su lectura transformadora del Evangelio le ha ocasionado no pocos sinsabores en el interior de la Iglesia. En 1981, le fue retirada la cátedra de Teología. Y en 1988 le prohibieron de por vida enseñar en una institución católica. Muchos de sus libros han sido proscritos por la Conferencia Episcopal Española. A sus 90 años (Puebla de don Fadrique, 1929), mantiene una lucidez conmovedora a través del teléfono. Su verbo es cristalino, rotundo y punzante como un bisturí.
No se ha llevado usted muy bien con la jerarquía eclesiástica
Me retiraron la “venia docendi” y me lo comunicaron oralmente, sin juicio y sin explicarme los motivos. Me dijeron que había venido la decisión desde Roma. ¿Por qué? Me voy a morir sin saberlo. Hice indagaciones en la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe y, por lo que me pude enterar, según me dijo el provincial de los jesuitas, la decisión fue el resultado de una entrevista entre Joseph Ratzinger, que luego fue el papa Benedicto XVI, con el cardenal de Madrid, el secretario general de la Conferencia Episcopal Española y el cardenal Javierre.
¿Qué temen los obispos de usted?
No sé qué motivos adujeron. Nadie me lo ha contado. Fui dos veces a Roma, hablé largamente con el superior general de los jesuitas y no conseguí sacarle qué motivos habían dado. No me lo explico. He tenido buen cuidado de no enseñar ninguna doctrina contraria a la fe. Lo que pasa es que me daba cuenta de que la sociedad avanzaba y la Iglesia estaba estancada en sus ideas, en sus prácticas, en sus leyes. Estaba como en la Edad Media. Poco más. Y yo decía que la Iglesia tenía que actualizarse y eso no me lo callaba.
¿Y ha avanzado la Iglesia algo desde entonces?
El cambio más importante es el que se está produciendo en el pontificado del papa Francisco. Cuando tomó las riendas, tiró de la manta y apareció toda la corrupción en asuntos de moralidad relacionada con el abuso de menores, que era una cosa que venía de antiguo. Yo le puedo decir que en los años 50, cuando terminé mis estudios, antes de ir a Roma me dijeron que urgía en una diócesis de España porque el rector del seminario había abusado ni se sabía de cuantos [niños]. Y, cuando se supo, el obispo tuvo que echar a todos los profesores y le pidió al provincial que mandara allí jesuitas. Tuve que estar un tiempo en ese seminario.
¿La iglesia ha actuado con celeridad o ha encubierto los casos?
En aquel tiempo se ocultaba. De tal manera, que recibíamos cartas de Roma imponiendo un silencio severo y total sobre lo que había pasado. Lo cual era inútil porque en la ciudad donde sucedió lo sabía todo el mundo. Era el tema de comentario en los bares, las tiendas y las reuniones.
Benedicto XVI acaba de culpar al Concilio Vaticano II de la crisis de pederastia en la Iglesia por su “moral laxa”.
Es mentira. Si lo ha dicho, que yo lo dudo, no porque usted se lo esté inventando, sino porque hay agencias que transmiten esas informaciones con intereses de desprestigiar la dirección de la Iglesia y el gobierno de Benedicto XVI. Él tuvo otros problemas muy serios y uno de ellos es que no se le puso remedio a esto a tiempo. Él tiene una mentalidad muy conservadora y una teología que se acomoda más a la que había antes del Concilio Vaticano II. Esto es evidente.
José María Castillo mastica las palabras pausadamente. Enfatiza las sílabas con precisión y subraya las ideas que estima cruciales para hacerse entender. Su discurso se adentra, a veces, en los territorios intrincados de la teología, a cuyo estudio ha dedicado su vida. En otras, desciende a lo prosaico. “Yo tuve que ir a Toledo a dar una conferencia y quise ir a la Catedral porque es una maravilla de arte, con los cuadros de El Greco y la belleza del gótico. Pero cuando me pidieron dinero para entrar dije: “Yo aquí no”. Es lo que dice el Evangelio. Jesús entró un día en el templo de Jerusalén con un látigo y a latigazo limpio echó a todos los comerciantes que había. Y dijo: “Habéis convertido la casa de oración en una cueva de bandidos”.
¿Usted cree que los obispos están comerciando con las catedrales?
Sí, claro. ¿A usted le cabe en su cabeza que el obispo de Córdoba haya inmatriculado la Mezquita por no sé cuantos euros? La ha hecho propiedad de la Iglesia y, si usted va a Córdoba y quiere ver la Mezquita, tiene que pagar. ¿Y ese dinero dónde va? Al bolsillo de los canónigos y del obispo.
¿Y a usted qué le parece?
Eso es un escándalo. Han convertido la casa de Dios en una cueva de bandidos, según el Evangelio. Con esto no llamo bandido al obispo y los canónigos. Simplemente relato lo que dice el Evangelio.
¿Qué hay que hacer con las inmatriculaciones?
Devolver todo al Estado. Todo eso es de dominio público. Que el Estado lo estudie. ¡Pero si Jesús le prohibió a los Apóstoles hasta llevar dinero! Lea usted el capítulo 10 del Evangelio de Mateo. Lo dice clarísimamente Jesús: “No llevéis dinero”. Ni mucho menos cobrar. A mí me indigna que cobren por los sacramentos. Por una boda, por un bautizo. ¿Qué cobrar? ¿Qué negocio es este? Y dicen: ¿el cura de qué va a vivir? ¡Que trabaje! ¡Que se busque la vida como todo bicho viviente!
¿El papa Francisco es su papa?
Claro que sí. Me ha llamado dos veces por teléfono. La primera vez no estaba en casa y cuando volví me dijeron que había llamado el papa. Yo dije: “¿Esto qué broma es?”. Y una noche estaba sentado en casa para cenar, suena el teléfono y era un número oculto. Y no lo cogí. Antes de un minuto, volvió a llamar y lo cogió otra persona de la casa. Era el papa. Me dijo que quería agradecerme lo mucho que lo defiendo y digo a favor suyo. Luego me pidió: “Rece por mí. Lo necesito mucho”. A la tercera vez que me dijo que rezara por él se emocionó y se le rompió la voz. Casi empezó a llorar. Eso me emocionó mucho y le dije: “Mire, padre Jorge Mario, vamos a descansar, que es muy tarde. Ya tendremos ocasión”. A los cinco días me llaman de Madrid para decirme que el papa me espera tal día en la residencia de Santa Marta en el Vaticano. Allí fui. Estuvimos hablando y me dijo: “Siga escribiendo y publicando, que eso le hace mucho bien a la gente”. Me insistió mucho en eso. Le dije: “Padre, usted y yo somos dos jesuitas sin papeles”. Se reía como un chiquillo. Me dio las gracias por los libros publicados y me dio un abrazo.
¿Qué revolución ha venido a hacer el papa Francisco en la Iglesia?
Humanizarla. Habla con todo el mundo. Y me consta que su ilusión sería poder salir como un ciudadano más por la calle. Le voy a contar una historia que mucha gente no sabe. Cuando lo nombraron papa y salió la fumata blanca, al que ha sido elegido lo llevan al balcón central de San Pedro para dirigirse al pueblo. Pero con él se tardó casi una hora. ¿Por qué? Porque apenas salió tuvo el primer encontronazo con los cardenales. ¿Por qué? Porque salió de la Capilla Sixtina y en el jardín había un cochazo para llevarlo. Y cuando vio aquello dijo: “Yo ahí no me subo. ¿No tienen un coche más sencillo que este?”. Claro. Aquello puso en guardia a todos los que tenían buenos coches. Le trajeron otro coche que se parecía al primero y dijo que tampoco. “¿Pero es que aquí no hay coches utilitarios de los que usa todo el mundo?”. Ese fue el primer encontronazo.
¿El Vaticano representa al Evangelio?
Bueno, lo representa, sí. Pero tal como ha quedado configurado con ese gran palacio y esos señores, en ese sentido, está muy lejos del Evangelio.
El papa Francisco está encontrando serias resistencias dentro de la curia romana. ¿La Iglesia es reformable?
No solamente es reformable sino que tiene que ser reformada. Yo tengo mucha esperanza en que ahora en octubre se va a celebrar el Sínodo de la Amazonía. El papa no ha visitado todavía ningún país de Europa. Italia, porque es de allí, y Portugal. No ha estado en España, Francia, Bélgica, Alemania, Inglaterra. En ninguno. ¿Dónde ha ido? A los pueblos más pobres de África, a Filipinas, a Asia, a América Latina. Es un hombre al que se acerca todo el mundo. Va a casa de enfermos, a hospitales, a la cárcel. Es otro estilo completamente distinto. Este hombre ha acercado la Iglesia al pueblo y quiere que la Iglesia viva en la sencillez y la simplicidad del pueblo como Jesucristo.
¿Y lo van a dejar en la curia?
Él hace lo que puede. Y prueba de ello es la cantidad de enemigos que tiene. Mucha gente del alto clero son unos trepas. El papa ha usado esa palabra. Que lo que quieren es trepar, subir, conquistar puestos importantes, ser personajes famosos. Con estos no vamos a ninguna parte.
¿Y en la Conferencia Episcopal Española tiene muchos enemigos?
Sí. Hay un grupo que se sabe quienes son. Está publicado. Ahora yo tengo mucha esperanza con el cambio del nuncio. El que había era un italiano que soltó cosas extrañas a propósito de cambiar los restos mortales de Franco. Se ve que estaba en contra de eso y quería que Franco estuviera allí o en la Almudena. En esas cosas no debe meterse la Iglesia. Lo que tiene que hacer es vivir con la sencillez, la humanidad, la bondad y la cercanía a la gente más necesitada.
Usted cree que la principal reforma de la Iglesia es la supresión del clero.
Esa es una de las que habría que hacer. Suprimir el clero y darle protagonismo a los laicos. A todo el mundo que tenga fe y creencias. Eso del clero y ser cura no es una carrera para ganarse la vida y ser una persona importante.
Es usted partidario del fin del celibato y el ordenamiento de mujeres. ¿Le hacen caso?
No. Hasta ahora. Pero no van a tener más remedio. De aquí a unos cuantos años es que no hay [vocaciones].
¿Por qué las mujeres tienen un papel subordinado en la Iglesia?
Porque en la antigüedad no tenían los mismos derechos que el hombre. Y este es un fenómeno histórico que se ha mantenido.
¿Hay que cambiarlo?
Claro que sí. La mujer debe tener los mismísimos derechos que el hombre. Iguales. Si pueden ordenarse los hombres, ¿por qué no las mujeres? Que me den una razón. En la antigüedad había tres colectivos marginales: mujeres, niños y esclavos. Eso es una cuestión histórica. Pero nuestra fe no puede depender de los procesos históricos del año de María Castaña.
¿Por qué hay esa resistencia numantina en la Iglesia?
Por el machismo de los hombres. Que no queremos ceder nuestra superioridad sobre las mujeres.
Las encuestas indican que el 49% de los jóvenes entre 18 y 24 años se declaran no creyentes, el 80% de las bodas son ya civiles y solo un 14% señala en exclusiva la casilla de la Iglesia en el IRPF. ¿Qué está pasando en España?
Sencillamente que la religión, tal como se entendía en la Edad Media, en la modernidad y posmodernidad no tiene sentido. ¿Qué hay que hacer? ¿Prescindir de la religión? No. Adaptarla.
¿Hay que denunciar el Concordato?
Sí. Eso se hizo en tiempos de Franco en el 53 y muchas de las cuestiones ya no tienen sentido. Hay que actualizarlo.
¿Iglesia y modernidad son como agua y aceite?
De facto, sí. En muchísimos casos y circunstancias, pero no debe ser así. La Iglesia debe estar actualizada, fundida con la sociedad y asumiendo las costumbres de las culturas. Las de África y Asia no son como las de Europa. Que se adapte a cada cultura, preservando lo que es fundamental, que son las cosas en que Jesús centró su actividad. La iglesia se tiene que actualizar. Entonces cambiarán muchas cosas.
Sacerdote, ex jesuita y catedrático de Teología, se doctoró en la Universidad Gregoriana de Roma y es autor de más de 40 libros de contenido doctrinal. En 1989, un año después de ser apartado de la enseñanza por la jerarquía católica, viajó a El Salvador para sustituir a los seis jesuitas asesinados por el Ejército. Ha sido vicepresidente de la Asociación de Teólogos Juan XXIII y ha mantenido una fecunda actividad docente en Latinoamérica. Su interpretación abierta del Evangelio, reflejada en su vasta producción investigadora, ha levantado ampollas en el seno de la Iglesia. Su cosmovisión no es la estándar que se puede escuchar en cualquier templo de barrio. “El relato de la creación, de Adán y Eva, del pecado original, de Caín y Abel, de la Torre de Babel o del diluvio universal no tienen valor histórico ninguno. Son mitos tomados por los judíos de religiones orientales anteriores a ellos”.
A nosotros nos los han enseñado como si fueran realidades históricas.
Pues no son realidades históricas. Todo eso no concuerda con los estudios de paleontología, antropología y prehistoria. Los seres humanos no empezaron en un paraíso original. Empezaron hace cien mil años en África. Eso está muy estudiado y hay una literatura enorme de auténticos sabios. Lo que apareció entonces es la religión. Aparecieron rituales, ceremonias de sacrificio relacionadas con la muerte.
Entonces, el mundo no fue creado en siete días.
No. El origen del mundo no se conoce. Eso es una leyenda mítica, primitiva. Por eso, muchos dicen que todo esto de Dios es un cuento. Esto es importante: no confundamos a Dios con la religión. Dios es una realidad trascendente. Y si nos trasciende es que no nos podemos comunicar con él. Lo cual no quiere decir que no exista sino que pertenece a un ámbito de realidad que no está a nuestro alcance. La solución está en el Evangelio. ¿Y qué es el Evangelio? Una recopilación de pequeños relatos en los que emerge el personaje central, que es Jesús de Nazaret. A él le preocupaban tres cosas. Primero: la salud humana. Por eso, en los Evangelios son relatos de curación de enfermos muchos de ellos. ¿Qué quiere decir esto? Que a Dios se le encuentra remediando el sufrimiento. Segunda preocupación: la alimentación. En los Evangelios, Jesús nunca le da a alguien una limosna para que se compre un bocadillo. Juntaba a la gente y comían todos juntos. Y tercero: las relaciones humanas. Hoy está de moda hablar de los derechos humanos. El Evangelio va mucho más lejos. No solo defiende los derechos humanos sino que Jesús insiste en que tenemos que saber renunciar a nuestros propios derechos con tal de hacerle el bien a otro. Todo esto la gente no lo conoce ni los curas lo predican.