Vuelven las teorías de la conspiración, y esta vez no tienen como protagonista a Trump, Viganò o Miguel Bosé, sino al mismísimo arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz, el gran derrotado de las últimas elecciones en la CEE. En su última pastoral, publicada este mismo domingo, echa mano de las posturas negacionistas (¿terraplanistas acaso?) para arremeter contra el Gobierno y, en concreto, contra la (muy mejorable) ley Celaá.
“No es algo fortuito, ocasional, sino que responde a un proyecto amplio que tiene, como una maldita pandemia, una pretensión de globalidad. El Nuevo Orden Mundial que tiene detrás sociedades secretas, acaudalados financieros, poderosos medios de comunicación y conocidas correas de transmisión en partidos políticos”, perpetra Sanz en su carta, que lleva por título ‘Una política que construye la ciudad‘.
En la misma, utiliza el “latiguillo” que algunos sectores utilizan para “descalificarnos diciendo que nos metemos en política”. “No hacemos partidismo, pero sí que ofrecemos una visión política“, defiende Sanz, que asume que forma parte de “la responsabilidad pastoral como obispos”.
“Hemos de evitar escorarnos hacia unas siglas de una formación partidista, porque estaríamos apoyando o denostando a quienes no coincidiesen con esa mirada nuestra”, apunta el arzobispo de Oviedo, que justifica su ‘escoramiento’ a la necesidad de “anunciar la verdad o denunciar la hipocresía”.
“Nuestra política tiene un trasfondo moral y no una clave partidista. No hay falsilla de programa electoral ninguno en nuestras intervenciones, no hay ademán de pretender ser en los parlamentos una opción alternativa, y aunque lo que decimos y escribimos atraviesa inevitablemente lo que se impone con rodillo o lo que se propone torticeramente, tratamos de advertir la resulta señalando su intrínseca malicia”, señala Sanz, quien asegura “tener un respeto impecable (yo jamás hablo de nombres de personas ni de siglas partidistas: son ellos quienes reconociéndose en mi denuncia salen en trompa para intentar descalificarme con mi nombre y oficio), pero al mismo tiempo una libertad implacable cuando debo decir las cosas sin arredrarme ante los vociferantes”. En lo de implacable acierta, sin duda.
¿Por qué? se pregunta. “Porque es libre verdaderamente quien no busca los aplausos y la prebenda ni teme los desprecios y el olvido. Pero con esta impecabilidad implacable, hablo y escribo cuando no se busca el bien común sino el poder de unos pocos a toda costa; cuando se usa a sabiendas el engaño de la mentira como habitual herramienta política; cuando se insidia dividiendo a un pueblo para hacerlo vulnerable reescribiendo su pasado, envenenando su presente y manipulando su futuro; cuando se mercadea con la vida de los no nacidos, o la de los enfermos terminales y ancianos; cuando se debilita la familia dejándola desprotegida y minando su identidad en la confusión más desabrida; cuando se usa y abusa de la educación para introducir una ideología en los niños y jóvenes domesticando su conciencia”. Impecable.
“Una ley sectaria, ideologizada y abusiva”
Ya entrando en la aprobación de la ley Celaá, que “ha rebasado todas las líneas rojas del diálogo, del consenso, sin que se despeinen quienes la enarbolan desde los parlamentos”, el prelado advierte de inicio que “no somos nostálgicos de ningún privilegio, sino defensores de la libertad”, y argumenta que “los padres son los responsables de la verdadera educación de sus hijos, derecho que se ha conculcado ampulosamente ninguneando de hecho la patria potestad que les otorga la vida, para ser suplantados totalitariamente por una ley sectaria, ideologizada y abusiva”.
“Hagamos política educativa, evitemos la manipulación partidista”, reclama Sanz Y nosotros. Incluso la de quienes no se presentan a las elecciones.