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J’accuse

Soy profesora de Filosofía en secundaria desde hace años. La asignatura de filosofía busca generar una reflexión crítica respecto al mundo en que vivimos y tiene un carácter claramente interdisciplinar.

Muchas veces hacemos referencia a cuestiones que el alumnado ha trabajado en otras asignaturas (sean la genética, el arte en el Renacimiento, los mitos clásicos o las obras de Shakespeare). La alusión a materias trabajadas en otras clases hace que el alumnado perciba la interconexión entre unas y otras disciplinas, rompiendo el encasillamiento estanco en el que la necesaria especialización sitúa las distintas ramas del saber en el sistema educativo.

En ocasiones conseguimos hacer algunas cositas colaborando distintos departamentos. Personalmente, me he dedicado a perseguir por pasillos y aulas a compañeras y compañeros de otras asignaturas para que me contaran qué habían visto de la Ilíada en Cultura Clásica, o qué se supone que debían saber en tal curso sobre neuronas y sinapsis, por ejemplo.

Con una flagrante excepción: nunca me he atrevido a interactuar con el profesor o profesora de religión. Y ello no tiene que ver con mi decidida militancia pro-escuela laica y en contra de la presencia de la asignatura de religión en el currículum. Es verdad que tengo muy clara esa posición. Pero esa no es la razón por la que nunca me he acercado al profesor de religión para preguntarle qué es lo que han visto en su asignatura sobre la mística o sobre el concepto católico de pecado. Nunca lo he hecho debido a un impulso (semi)inconsciente de salvar la cara a quienes imparten la asignatura de religión, contribuyendo a tapar algo que todo el mundo sabe, aunque nadie lo diga.

La mención a la religión en general y al cristianismo en particular aparecen muy a menudo en Filosofía. Pues bien, estudiantes que llevan del orden de una década asistiendo semanalmente a clase de Reli no saben nada, nunca, sobre: el pecado original, la expulsión del paraíso, la consideración de la carne y la sexualidad el cristianismo, el perdón, la redención, Jesucristo y los apóstoles, el milagro del pan y del vino, la incredulidad de Santo Tomás, la ira de Jesús en el Templo convertido en mercado, la consideración católica sobre el divorcio… Nada.

Cuando preguntas en clase qué han visto en Natu sobre la evolución de las especies, o en Lite sobre el Barroco, hay quien recuerda más y quien menos. Pero cuando con la misma naturalidad, les preguntas qué han visto en Reli sobre el relato del primer fratricidio, o sobre el mandato cristiano de hacer el bien al prójimo, las risitas de quienes cursan esa (pseudo)asignatura pasan en segundos a convertirse en un reconocimiento franco y en voz alta de lo que todo el mundo sabe: «Cómo vamos a saberlo –vienen a decir– si en reli no se hace nada». El despropósito es de tal calibre que espanta cómo ha podido normalizarse año tras año ante la pasividad de todo el mundo. A semejante despropósito se añade ahora que la Lomce en su versión vascongada, Heziberri, concede desde este curso en Bachillerato cuatro horas semanales (¡cuatro!) a la asignatura de Religión, mientras han desaparecido de facto optativas como Antropología y Psicología.

Alguien puede pensar que esta acusación es injusta para con el profesorado de religión que sí imparte el programa para el que ha sido contratado, pero no estoy hablando de esos casos, si es que hay alguno, que tampoco lo dudo. No sé si en todos, pero desde luego en demasiados institutos es un secreto a voces que en clase de religión lo que se hace es ver películas (incluyendo títulos como «Torrente, el brazo tonto de la ley»), una detrás de otra y muchas veces sin hacer después ningún tipo de reflexión. Lo saben el alumnado, los claustros, las direcciones, las inspecciones y las jefaturas de las delegaciones de educación.

La asignatura de Religión se ha convertido en un coladero para que personas nombradas por los obispos accedan al sistema educativo en condiciones de gran ventaja y privilegio respecto al resto de aspirantes a docente. Mucha de esa gente no tiene ninguna intención de impartir el programa para el que es contratada. La ficción de que Reli es una asignatura como otra cualquiera no puede sostenerse ni un minuto más. Aunque finjamos compulsivamente lo contrario, todo el mundo sabe que no lo es. ¿Se imaginan que el resto de docentes hiciéramos algo ni parecido? ¿Dejar de lado el programa de la asignatura, ver películas y poner unas notas altísimas? Lleva años sucediendo.

Quienes estamos comprometidas en la lucha por una escuela pública, de calidad y laica, seguiremos haciendo todo lo que esté en nuestra mano para que la asignatura de Religión salga del currículum. Pero mientras por desgracia esté en él ¡que aprendan algo, por Dios bendito!

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