Hace unas semanas, entre las noticias destacadas de un periódico madrileño figuraba la de una joven musulmana, envuelta en su chador, con apenas los ojos visibles, a la cual el alcalde de Limoges, en Francia, se había negado a casar ante la imposibilidad de contrastar su identidad con el carnet en que figuraba a cara descubierta.
Una fotografía ilustraba el reportaje, con jóvenes musulmanas tapadas manifestándose a favor de periodistas franceses secuestrados en Irak. Nada que ver lo uno con lo otro, pero involuntariamente quedaba sugerido el contraste entre la solidaridad de las tapadas y la intransigencia del republicanismo laico. ¿Ah! La novia frustrada presentó una denuncia contra el alcalde por medio de un llamado Colectivo contra la Islamofobia.
El episodio sirve para mostrar una vez más que el recurso a la 'islamofobia' nada tiene que ver con una acción de defensa de derechos propios, ni con un concepto útil para analizar situaciones de discriminación. Es un término multiuso dirigido tanto a descalificar toda pretensión de crítica hacia ideas o comportamientos, como a mantener una legalidad laica. Su origen se encuentra en la captación abusiva del concepto homófono de 'xenofobia', y su propósito consiste en presentar cualquier tipo de actitud no reverencial respecto del Islam a modo de racismo condenable en los planos jurídico y moral. Recordemos usos muy comunes en un pasado reciente. Preguntarse por las bases doctrinales del terrorismo integrista después del 11-S llevaba a la islamofobia, y no hablemos de quien intentase afirmar después del 11-M que la matanza fue un acto de yihad. Lógicamente, la vocación de aquellos que se sirven del vocablo no es otra que provocar la implantación de una censura contra los mensajes de cualquier tipo que conciernan a esta o a aquella religión, con el Islam en primer plano.
No es inútil recordarlo cuando surgen por todas partes presiones para un repliegue en toda regla de la libertad de expresión con motivo de las caricaturas danesas. Los vandálicos manifestantes están obteniendo una victoria en toda regla, y por lo que nos toca, nada más preocupante que unas recientes manifestaciones del embajador Máximo Cajal, por tratarse del encargado de impulsar el proyecto de la Alianza de las Civilizaciones. Ya es duro por su parte calificar todos los dibujos de 'blasfemia' y 'atropello', cuando algunos son de una absoluta ingenuidad (y falta de gracia). Pero lo que importa es la filosofía subyacente al juicio acerca de las relaciones conflictivas entre Occidente y el mundo musulmán. En la visión del embajador, el desarrollo de la iniciativa aliancista no lleva a ahondar en las causas endógenas de la violencia de base religiosa, sino todo lo contrario: cierra la puerta para ese análisis, ya que proclama la posibilidad de una «alianza de valores» capaz de contrarrestar lo que a su juicio son «errores de percepción». El problema no reside entonces en las derivas hacia la violencia que pueden surgir de un credo, sino de la incomprensión entre las religiones. Agrupémonos todos, pasemos a «remover barreras mentales» y todo irá a mejor «por el camino de la razón y del entendimiento». Como si el ejercicio de la razón no requiriese el análisis de las causas de la sinrazón.
Así que cerremos los ojos y acomodémonos a 'lo distinto', opción multiculturalista encubierta que olvida exigir a 'lo distinto' un ajuste en sus normas de comunidad a los derechos humanos. Por eso pudo concluir el artículo con la previsión estremecedora de que habrá en nuestro país, para felicidad general, jóvenes musulmanas con nombre sacado de Las Mil y Una Noches, que considerarán al Corán como «el manual de instrucciones que nos ha dado Dios, nuestro Creador, para vivir en la tierra». Al parecer, para el responsable español de la Alianza, resulta inútil distinguir el irreprochable fundamento teológico del Corán mequí de la deriva violenta que resulta inevitable si tomamos este texto en la fase del profeta armado, y sus complementos, las sentencias y la biografía de Mahoma, con toda la carga de violencia que de este segundo componente es capaz de extraer una visión islamista radical.
Podemos adivinar cuál sería el resultado: las prescripciones de la sharía, acompañadas de una visión del mundo cuyo eje es el enfrentamiento entre el sistema de valores inspirados por Dios y el nuestro, propio de los no creyentes, con el espíritu de yihad a modo de recurso supremo para el creyente. Por desgracia, no nos encontramos en la situación de hace dos o tres décadas, cuando esta deriva resultaba impensable. Un futuro en que la democracia española tuviera en su interior una microsociedad alternativa de islamistas militantes, no augura lo mejor, ni para el conjunto de ciudadanos, ni en particular para nuestros musulmanes que mayoritariamente desean hoy por hoy, según es visible -ahí están las reiteradas declaraciones de la agrupación de trabajadores marroquíes ATYME-, practicar sin restricciones su fe y vivir dentro de una sociedad que les ofrece mejores condiciones de vida que la magrebí. Pero igual que en el catolicismo fue preciso olvidarse del espíritu de Cruzada y suprimir los textos que satanizaban a los judíos, en la enseñanza de la doctrina musulmana entre nosotros debería procederse a semejante amputación de cuanto legitima la yihad como guerra santa y la discriminación de la mujer. Es decir, a separar la construcción teológica contenida en el Corán de los componentes históricos, correspondientes a la fase guerrera de la acción del Profeta, que sólo añaden ejemplos y legitimación de la violencia al sólido fundamento doctrinal del Islam.
La denuncia de la supuesta islamofobia, la imposición de la reverencia bajo la máscara del respeto, y el blindaje de los símbolos, son así los obstáculos que desde una concepción miope de la Alianza, y bajo la presión de grupos tales como la Organización de la Conferencia Islámica, pueden alzarse frente a la imprescindible crítica del hecho religioso. Precisamente para que éste se desenvuelva armónicamente dentro de ese diálogo de culturas y formas religiosas tan necesario para conocer, primero, y buscar entendimiento a continuación. Al recordar el 11-M no es inútil subrayarlo.
Última hora: Moratinos ha anunciado en su visita a Pakistan que España tendrá una ley que condene las ofensas religiosas. Es algo mucho más fácil que ocuparse en serio del terrorismo islámico.
Antonio Elorza (Catedrático de Pensamiento Político de la U. Complutense)