Usted es un francés musulmán. Y si no lo es imagine serlo durante tres minutos. El lunes por la noche en la emisión del programa “Palabras Cruzadas” de la televisora France 2 oyó afirmar a Robert Menard que en las escuelas de su ciudad el “64,6%” de los niños son musulmanes. Pareciera que el alcalde de Beziers, afín al FN contó uno a uno los “nombres musulmanes” en las listas escolares. Habrá pensado entonces en su hijo, que está todavía en la primaria. Y se habrá preguntado si algún día al adulto encargado de hacer de él un ciudadano instruido y lúcido se le ocurrirá la idea de identificarlo por su nombre.
Hace ya tiempo, sin embargo, que usted no se sorprende por esta clase de provocaciones dado que son ya muchos los casos de carácter público que ocurren frecuentemente en nuestro país. El pasado lunes 26 de abril el alcalde Christian Estrosi (UMP) de Niza denunció a las “quinta columnas” islámicas y a sus “redes infiltradas en nuestro sótanos, en nuestros garajes, en otros lugares clandestinos”. Cuando este cercano lugarteniente de Sarkozy proclamaba que “el documento de identidad no hace un francés” y que es tiempo de tomar medidas contra los “enemigos de Francia que tienen un documento de identidad francés”. Luego habrá pensado en su hijo mayor “francés de origen” desde hace tres generaciones, actualmente estudiante que no es el único en vuestro medio que descubre decididamente que un pasaporte francés resulta a veces un escudo muy frágil ante los más siniestros prejuicios.
Odio y rechazo
Al día siguiente habrá pensado en su hija. ¿Han ubicado en la puerta de su colegio un control de verificación de su forma de vestir? ¿La verá un día como a Sara, la colegiala de Charleville-Mezieres, volver a su casa obligada a cambiar su falda por un vestido juzgado más “laico” que esté apenas por debajo de la rodilla? ¿O a desembarazar sus brazos de unas largas mangas de camisa? La institución educativa nacional ha actuado con “discernimiento”, aseguró su ministro Najat Vallaud-Belkacem. Sin embargo la Ley del 2004 no dice nada a este respecto y se contenta con prohibir la exhibición ostensible de “símbolos” religiosos.
El miércoles 29 de abril fueron los nuevos programas de historia de los colegios los que suscitaron una nueva polémica. Según algunos se concedió mucha extensión a la enseñanza del aporte musulmán en la Edad Media en detrimento del cristianismo. Usted no sabe nada, creía que la historia del mundo musulmán ocupaba ya un lugar lógico y legítimo en los programas. Pero se da cuenta de que evidentemente el islam molesta hasta en los libros de historia. Y puede comenzar a prepararse ya para enfrentar la semana próxima el debate que se planteará en la Asamblea Nacional sobre un proyecto de ley del Partido radical de izquierda que trata de prohibir los signos religiosos en las guarderías maternales y en los centros de ocio privados.
Tal es por lo tanto la cotidiana realidad de la República francesa, heredera de la Ilustración y orgullosa de su laicismo. Obsesivas, repetitivas, detestables estas controversias hacen el juego a todos los integristas. A aquéllos que, aunque minoritarios en el islam francés, buscan romper con la República, sus leyes y sus valores. A los que en nombre de la República no retroceden ante ninguna mezcla que estigmatice mejor a la totalidad de los musulmanes. Atizando peligrosamente la intolerancia, el rechazo y el odio.