La palabra “fundamentalismo” nace en un entorno religioso muy concreto: el protestantismo evangélico; en un lugar geográfico determinado: los Estados Unidos de América; en un momento histórico determinado: la segunda mitad del siglo XX. Eso revela o sugiere, al menos, dos cosas, como observa certeramente el teólogo José Comblin: una, que el uso generalizado de la palabra constituye una prueba inapelable de la importancia que tiene el pensamiento USA en el mundo actualmente; dos, que la palabra y la realidad del fundamentalismo reflejan, describen y dicen mejor lo que es y cómo se vive la religión en Estados Unidos, que lo que la religión y cómo se vive en otros lugares.
Hoy, sin embargo, el término “fundamentalismo” se asocia miméticamente con el islam. Tengo la experiencia en mis clases de la asignatura “Islam. Cultura, religión y política”, en la Universidad Carlos III de Madrid. A mi pregunta el primer día de clase por palabras vinculadas al islam, una de las primeras que suele citarse es “fundamentalismo”. Y a la reciproca: cuando pregunto por palabras relacionadas con “fundamentalismo”, una de las primeras respuestas suele ser “islam”.
Tal reacción no debe extrañar ni sorprender, ya que esta asociación está muy presente en el imaginario social y religioso. Las respuestas son fiel reflejo de dicho imaginario. Pero lo más grave, semánticamente hablando, es que el propio Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), en su 22ª edición se hace eco de dicha asociación y la “canoniza” (de “canon”). Veámoslo.
En su primera acepción define el fundamentalismo como “movimiento religioso y político de masas que pretende restaurar la pureza islámica mediante la aplicación estricta de la ley coránica a la vida social”. En la segunda lo vincula con los orígenes del término y con el movimiento fundamentalista nacido los Estados Unidos y lo define como “creencia religiosa basada en una interpretación literal de la Biblia surgida en Norteamérica en coincidencia con la 1ª Guerra Mundial”. La tercera acepción es “exigencia intransigente de sometimiento a una doctrina o práctica establecida”.
¿Es inocente la definición de fundamentalismo asociada al Islam e irrelevante el orden de las acepciones con que aparece en el DRAE? ¿En este caso el orden de factores no altera el producto? Por supuesto que no es inocente, sí altera el producto y genera actitudes ajenas al respeto a la diversidad religiosa. Lo que hace el DRAE es legitimar la identificación de Islam con fundamentalismo, lo que conduce derechamente a la islamofobia. ¿Habrán pensado en ello los académicos de la RAE? Quizá, no. En cuyo caso, peor todavía, porque, en un acto inconsciente de los diccionaristas, se demoniza y criminaliza a mil trescientos millones de creyentes musulmanes.
Sucede, además, que la asociación del Islam con el fundamentalismo desemboca con frecuencia en la identificación de esta religión con el terrorismo, convirtiendo los comportamientos violentos de una minoría de musulmanes en un fenómeno extensible a todo el Islam. El resultado es reforzar las actitudes y las prácticas colectivas de islamofobia, cada vez más extendidas y radicalizadas, como está sucediendo estos días tras los atentados terroristas de Barcelona y Cambrils. Y, sin embargo, la palabra “islamofobia” no existe en el DRAE. Ahora bien, como lo que no aparece en el DRAE n existe, se termina por negar la islamofobia y por crear una imagen idílica de tolerancia en la sociedad que no responde a la realidad.
Mira por dónde los diccionarios bien por maltrato semántico bien por omisión léxica terminan por alimentar actitudes intolerantes hacia una religión que en su texto sagrado, El Corán, afirma expresamente: “Quien matara a una persona que no hubiera matado a nadie ni corrompido en la tierra, fuera como si hubiera matado a toda la Humanidad”. Y que quien salvara a una vida, fuera como si hubiera salvado las vidas de toda la Humanidad (Corán 5,22).
¿Quiere esto decir que hay que eximir al Islam de toda actitud fundamentalista y patriarcal y de toda práctica violenta? En absoluto, como tampoco eximimos de dichas actitudes a las religiones monoteístas hermanas, Judaísmo y Cristianismo. Los atentados terroristas de Barcelona y Cambrils, llevados a cabo por una célula de creyentes musulmanes adoctrinados por el imam de Ripoll, Abdebaki Es Satty, que ha costado la vida a dieciséis personas, herido a más cien personas de 35 países, sumido en el dolor a numerosas familias, conmocionado al mundo entero y generado la repulsa de la comunidad internacional, son un dramático ejemplo de dichas acciones llevadas a cabo por personas que se declaran musulmanes y dicen inspirarse en el Corán.
No podemos negar los hechos que deben ser condenados sin ambigüedades por los propios musulmanes, y muy especialmente por sus dirigentes, imames, juristas, teólogos y teólogas con la misma radicalidad con la que lo han hecho dirigentes de otras religiones y la ciudadanía. Pero la condena no basta. Es necesario que asuman el control sobre la elección de imames en las comunidades musulmanas, promuevan su formación reglada obligatoria no solo en las disciplinas coránicas, sino interdisciplinarmente, en historia de las religiones, cultura democrática, realidad española, movimientos sociales, etc.
La elección, el control y la formación de los imames es responsabilidad irrenunciable de los dirigentes musulmanes españoles -en concreto de la Comisión Islámica de España (CIE)-, y de las federaciones a las que pertenece cada comunidad, que no pueden descargar sobre otras instancias políticas. Dicho control ha fallado estrepitosamente en el caso de la comunidad musulmana de Ripoll -perteneciente a la federación UCIDE- de la que era imam el terrorista Es Satti.
Las federaciones tienden a competir en torno al número de comunidades adscritas para conseguir una mayor representatividad y contar con una mayor cuota de interlocución con el Estado. Sin embargo incumplen o descuidan con frecuencia su función de control, formación e integración de los colectivos musulmanes y de sus imames en la realidad social en la que están insertas.
Por lo que se refiere al estudio del Corán, hay que eliminar toda lectura fundamentalista, que lleva con frecuencia a la justificación de la violencia, y practicar la interpretación con sentido crítico en la mejor tradición jurídica, filosófica y teológica de la ciencia islámica –iytijad-. ¿Cómo? Desde la perspectiva de los derechos humanos, el respeto al pluriverso religioso, la interculturalidad, la no violencia activa y la igualdad entre hombres y mujeres. La educación religiosa en la interpretación de los textos con sentido crítico es responsabilidad de los juristas, teólogas y teólogos musulmanes, a quienes queremos prestar nuestra colaboración las personas que nos decíamos al estudio interdisciplinar de las religiones.
Es este el mejor antídoto contra el fundamentalismo y el mejor camino hacia un islam ilustrado.