A pesar de las ejecuciones de jóvenes manifestantes y de los cientos de muertes y detenciones que está dejando la represión, la población iraní sigue plantando cara al régimen en las calles.
Ayer, 3 de enero, era una fecha importante para el régimen iraní, se conmemoraba el segundo aniversario de la muerte de Qasem Soleimani —figura militar clave del país, asesinado por el ejército estadounidense en el aeropuerto de Bagdad. En 2020, Soleimani fue honrado entonces como un gran y querido líder. En este 2022, sin embargo, algunas imágenes de este símbolo han ardido en distintos puntos del país. La población iraní, está harta del régimen.
Un día antes del aniversario del asesinato del militar, el pasado lunes 2, la cara de un adolescente poblaba las noticias. Se trataba del último anuncio de ejecución, en medio del goteo de penas capitales que se vienen dando, meses después del inicio de la ya conocida como revolución de 2022. Mehdi Mohammadifard, de solo 18 años, era condenado a la ejecución, por ofensas a dios y “trabajar para el enemigo”. Estas acusaciones y cargos también pesaban sobre otro joven condenado a muerte del que se supo el mismo día: Mohammad Boroghani. Según la organización Iranian Human Rights, unas 100 personas están en riesgo de ejecución, han sido ya condenados a muerte, o los cargos de los que se les acusan son constituvos de pena capital. El régimen iraní empieza 2023 como acabó 2022, respondiendo a la irredención de una gran parte de la población con represión y muerte.
La revolución, que empezara en septiembre como respuesta al asesinato de la joven Jina Masha Amini, sigue en las calles a pesar de la represión. El pasado 31 de diciembre se convocó una gran marcha que debía partir de diversos puntos en la capital, para confluir en el Gran Bazar, un espacio de gran simbolismo, con un lugar protagónico en las revoluciones previas. Desde la que se dio a principios del siglo XX, o aquella que precedió a la instauración de la República Islámica en 1979, cuando los trabajadores en huelga fueron apoyados por los comerciantes. Aquella vez, la unión de múltiples sectores de la sociedad permitió, en un Irán con vocación revolucionaria, un cambio de régimen que fue cooptado, sin embargo, por el líder religioso Ruhollah Jomeini y los suyos.
Más de 40 años después el pueblo iraní impugna la República Islámica, en una rebelión comenzada por las mujeres que se ha ido extendiendo a todos los cuerpos sociales, independientemente del género, de la etnia, de la clase, o de la extracción urbana o rural de los sujetos. Por eso la represión tampoco ha tenido medida ni distinción. Según la organización Human Rights Activists News Agency, entrando en enero ya habrían sido asesinados más de 500 manifestantes, incluyendo 70 niños. La entidad apunta también las 19.200 detenciones, 681 de estudiantes. Ebrahim Raisi —famoso por haber aniquilado a cientos de presos políticos a finales de los años 80— recurre a la misma receta: sembrar el terror.
Adoctrinar con el miedo
Irán es uno de los países en el mundo donde la brecha de género es más profunda, una desigualdad que se despliega, sin embargo, sobre un fondo contradictorio: el 60% del estudiantado universitario son mujeres, sin embargo estas solo ocupan el 15% del mercado laboral. Así, el velo es una manifestación externa de una discriminación muy profunda, y supone, como explicitó el diputado Hossein Jalali—integrante del comité de cultura del parlamento— la bandera de la República Islámica, “quienes se nieguen a llevarlo deberán pagar un alto precio”, amenazaba, mientras anunciaba nuevas medidas punitivias que incluían bloquear sus cuentas bancarias.
Hartas de ser el espacio donde el régimen muestra su poder y su capacidad de imponerse y hacer daño, “las mujeres se levantaron, y con el apoyo de los hombres han estado por las calles protestando desde entonces. Hasta ahora, el precio de esto ha sido presos políticos, tortura, violación, condenas de muerte y ahorcamientos para muchos de ellos”, quien hace este resumen el tío de Toomaj Salehi, rapero que fue detenido a finales de noviembre y que, desde entonces, está pendiente de su ejecución. Su familiar contesta a El Salto desde Alemania, donde reside hace ya muchos años. Le come la angustia por el destino de este joven rapero que lleva ya mucho tiempo, antes de esta última fase revolucionaria, rapeando las vergüenzas del régimen. “Obtuvo mucho interés ya que cuenta de manera muy abierta los problemas que existen en la sociedad (aunque no se pueda hablar de ellos). Su valentía en sus letras es lo que la gente en Irán, sobre todo los jóvenes, necesitan escuchar”.
Los jóvenes nacidos ya entrada la revolución, han sido señalados, junto a las mujeres, como los grandes protagonistas de las protestas. Se les pudo ver haciendo huelga en universidades e institutos, o también participar en las marchas del 31 de diciembre, avanzando por las calles de Teherán, desafíando a una represión que les está diezmando. “Estos jóvenes quieren decidir sobre sus vidas, y cómo pueden vivir, por sí mismos, y no ser oprimidos y obligados a pensar como la gente solía pensar hace 1400 años”, resume el tío de Toomaj.
El pasado 8 de diciembre, Irán anunciaba la primera ejecución de un participante en las movilizaciones que estallaron en septiembre. Se trataba del joven Mohsen Shekari, un activista que había sido condenado con celeridad, acusado de bloquear la carretera principal de Teherán, en los primeros días de las protestas, y de herir con un machete a un integrante de las fuerzas paramilitares en las que el gobierno se ha apoyado para combatir la revuelta. El cargo del que se acusaba a Shekari, repetido una y otra vez en las sentencias de decenas de personas, es el de moharebeh (enemistad hacia dios). El juicio que precedió a esta primera condena fue descrito como “un juicio espectáculo, que no siguió los procedimientos”, según declaraba un activista a la BBC aquellos días. Poco días después, otro joven de 23 años, Majidreza Rahnavard, moriría también ahorcado, acusado asimismo de moharebeh. No solo se repitió la acusación, si no el secretismo y la falta de garantías del proceso judicial.
“La gente de Irán otra vez más han mostrado lo que quieren y que no van a rendirse esta vez. Quieren acabar con el régimen y necesitan apoyo internacional para lograrlo”
Mientras siguen sucediéndose las condenas a muerte, el número de personas encarceladas aumenta, algunos casos son especialmente sonados como el del futbolista Amir Nasr-Azdani, de 26 años, quien fuera detenido tras participar en las protestas el pasado diciembre. Un mes después, aún sigue esperando una sentencia que, muchos temen, le lleve a la ejecución, así como esperan decenas de periodistas, la mitad de ellas mujeres, según denunciaba la organización Reporteros sin Fronteras. Aunque la comunidad internacional ha mostrado preocupación, no parece que esto esté deteniendo la estrategia del régimen, que por un lado hace tímidas promesas de cambio que luego quedan en nada, —como pasó con la anunciada abolición de la policía de la moral, el cuerpo que supervisa que se respeten los códigos de vestimenta y que acabó con la vida de Amini—, con la represión pura y dura, y el perenne señalamiento de hipotéticos enemigos internos que estarían conchabados con actores externos como Israel, EE UU o Arabia Saudí.
La avanzada del régimen en las ejecuciones ponen nerviosa a la familia del rapero, pero también agita su indignación y su dolor: “Siento rabia, rabia, rabia. Rabia hacia el régimen y los países en el mundo que no quieren escuchar la voz del pueblo y que no hacen lo necesario para acabar con el régimen en Irán. Las leyes y normas de la república islámica de Irán van en contra de todos los derechos humanos posibles y esto lo hemos visto durante 44 años, no es nada nuevo”, insiste el tío, quien trata al régimen de terroristas que funcionan como mafia y oprimen a 80 millones de iraníes. “Para poder mantener el poder su única posibilidad es oprimir”, sentencia. Hace restrospectiva mucho antes del pasado septiembre, apunta a que nunca han podido celebrar elecciones justas, y que es a través del miedo que intentan gobernar. “Ahorcan, torturan y violan a los que detienen para asustar a los demás para que no salgan a protestar. Pero la gente ya ha tenido suficiente, ya no tiene miedo”.
“¿No habéis chupado suficiente nuestra esencia? Nos hicisteis extranjeros en el mundo, nos convertisteis en juguetes de cristal. No os habéis pegado a nuestro culo, robado de nuestros bolsillos, no le habéis dado la mitad a China y el resto a Rusia?”, ajusta cuentas Toomaj en el tema Torkamanchay. Y es que, si bien las mujeres arrancaron la lucha con el lema Mujer, vida, libertad tomado de los kurdos, confluyendo en Amini varias de las cuestiones al ser mujer, joven y kurda; la situación económica, la falta de futuro, el aislamiento internacional, la pobreza… los factores para espolear las protestas son múltiples.
“La gente de Irán una vez más han mostrado lo que quieren y que no van a rendirse ahora. Quieren acabar con el régimen y necesitan apoyo internacional para lograrlo”, insiste el tío de Toomaj desde Alemania. Como ejemplo de respuesta pone su país de residencia, donde algunos diputados acogieron a presos políticos. Pero considera que hay que ir hasta el fondo, “lo más importante de todo es cerrar embajadas y expulsar a los embajadores iraníes de sus países y etiquetar a la Guardia Revolucionaria Islámica como terroristas”, algo que acaba de suceder en Reino Unido.
El rol de la diáspora
Y es que mientras las protestas se han sucedido en todo el territorio, desde las grandes ciudades, con mayor tradición revolucionaria, a zonas rurales que podían estar más amoldadas al influjo del régimen islámico, incluyendo a mujeres y hombres y a personas de todas las nacionalidades —siendo los más combativos y al mismo tiempo, los más duramente oprimidos los kurdos)— una amplia diáspora iraní ha estado manifestándose por todas partes. Principalmente en Estados Unidos, Canadá y algunas capitales europeas. Se trata de una diáspora que, como la oposición al régimen desde el principio, cuenta con patas muy diversas, desde monárquicos, a izquierdistas, que incluye a gente que llama incluso a una intervención externa, algo que la propia población no parece reclamar, según explica el especialista Afshin Matin-Asgari, en este artículo para Jacobin.
“Incluso los iranís más reaccionarios se han vuelto revolucionarios, y, sin saberlo, han vuelto al significado original de la ‘revolución’ como una restauración de un estatus quo derrocado”, explica Matin-Asgari, quien señala que poco futuro tiene la apuesta de la restauración monárquica, pues el hijo del último Shah ha dejado claro que no se prestaría a ocupar ningún trono. Sin embargo, los mensajes nostálgicos, “resuenan con fuerza en Irán a través de una avalancha de programas de televisión satelital financiados, principalmente, por los gobiernos de Estados Unidos y Arabia Saudita”.
El elemento que les une a todos es el rechazo a un régimen contra el que la población viene 40 años revelándose, pero hay quienes se revelaban ya de antes, y no comparten en ninguna medida la añoranza por los tiempos de un Shah al que consideran también autoritario y saqueador. “Yo mismo estuve encarcelado como preso político durante el tiempo del Shah, y recuerdo que durante esa época una vez recibimos visitas de Amnistía Inernacional. A los encarcelados, y también a la gente de Irán, esto nos dio una gran esperanza y apoyo, y es justo lo que se necesita hacer hoy en Irán”, comparte el tío de Toomaj, quien considera que la situación es aún peor hoy, y el trato a los presos más inhumano.
El úlimo día del año, una serie de personalidades iraníes en el extranjero coordinó la publicación de mensajes esperanzadores en las redes para afirmar que el 2023 supondrá un cambio de régimen. La diáspora no se siente a salvo, circula información señalando que el régimen podría secuestrar y llevar a Irán a activistas y opositores residentes en el extranjero. Más allá de los riesgos personales, el trauma de ver a tus amigos y familiares presos, de temer por su vida, atraviesa las fronteras: a finales del mes de diciembre, Mohammad Moradi, un activista iraní residente en Lyon, se quitaría la vida con el fin de transmitir su angustia por la situación en Irán y despertar las conciencias a nivel internacional, según dejó reflejado en un vídeo.
Una lucha que une
Matin-Asgari aporta en su artículo de Jacobin un recorrido a la nutrida historia de movilizaciones en Irán, desde las que siguieron inmediatamente a la expulsión del Shah, cuando en marzo de 1979 una manifestación por los derechos de las mujeres obligó a que se atrasara la aplicación de los códigos de vestimenta que quería imponer Jomeini, a la insurgencia contra el régimen, a duras penas aplacada con la primera guerra de Iraq o un rudimentario estado de bienestar. Una insurgencia que se vio purgada por el actual presidente ultraconservador, pasando por las movilizaciones de finales de los 90 que constituyeron un preludio a la fase reformista, o la revolución verde de 2009 ante lo que se consideraron elecciones fraudulentas, que dieron una segunda victoria al conservador Mahmoud Ahmadinejad. Así como el ciclo que comenzara en 2017 y perdurara hasta 2020, después de que en su respuesta al asesinato de Suleimani, Irán derribara por error un avión de pasajeros de las aerolíneas nacionales ucranianas en el que viajaban principalmente compatriotas iraníes.
Según esta tesis, el endurecimiento de las políticas de la moral, el empobrecimiento continuo de las clases bajas, la ausencia de libertades, o la degradación ecológico han sido los factores que han generado un clima de insurrección que prendió en llamas con el asesinato de Amini, y que tiene una naturaleza totalmente impugnatoria. Músicos como Toomaj, saben condensar todas estas críticas. “El arte siempre ha tenido un impacto grande en las protestas y revoluciones. Y ahora en el caso de Toomaj, la música en forma de rap, que siempre se ha usado para criticar la sociedad, ha tenido un papel grande y un impacto en la gente”, explica una amiga del rapero, que maneja sus redes sociales, las redes sociales de alguien, “que se considera uno más”. Pero que era consciente de que su visibilidad, entrañaba una responsabilidad.
“Irán está bajo un gran cambio en forma de revolución. Y va a llevar su tiempo, una revolución no viene rápido en unos días o en unas semanas. La gente lucha y protesta contra una mafia que solo piensa en sí mismo y su poder”
La sociedad iraní no reniega de esa responsabilidad. Desde la selección de fútbol, que se negó a cantar el himno en su primer partido durante el Mundial de Qatar, a profesores universitarios que han renunciado en apoyo a las protestas, pasando por profesionales de los medios que dan un paso al lado, la revolución parece estar hecha tanto de movilizaciones colectivas como de valentías individuales, como quemar los hijabs, bailar en la calle, arrancar sus turbantes a traición a los clérigos. “Irán está bajo un gran cambio en forma de revolución. Y va a llevar su tiempo, una revolución no viene rápido en unos días o en unas semanas. La gente lucha y protesta contra una mafia que solo piensa en sí misma y su poder”, explica la amiga de Toomaj. La religión, apunta, es solo un arma más que usan para mantener el poder.
Reeditar la primavera de la libertad
Corría el año 1979 y las fuerzas sociales unidas para derrocar la tiranía del Shah, disfrutaban de la libertad conquistada con la salida de un tirano enfermo. Izquierdistas, burgueses, mujeres, minorías discriminadas, obreros que tomaban sus fábricas, campesinos que se hacían con los campos, el vacío en el poder dejaba espacio para la autogestión y la creatividad. La primavera de la libertad no duró mucho, sin embargo. Un Jomeini apoyado por Estados Unidos llegaba al país a poner orden con ayuda de los clérigos. Y es que la pulsión de cambio, impugnación y expulsión unía a sectores muy diversos, que sin embargo, tenían dificultades para compartir un proyecto de país, o un horizonte político.
43 años después, quienes unen sus voces contra Jamenei también son diversos. Mientras, el poder político se ramifica en el poder económico y financiero, y cuenta con la complicidad de las principales fuerzas de seguridad. Por otro lado, la generación de los líderes de la revolución islámica envejece y está pendiente el relevo generacional, lo que podría abrir algunas grietas. La caída del Shah, recuerda Matin Asgari, se consiguió cuando el ejército se puso del lado de la impugnación. Mientras se ensañan con quienes protestan pacíficamente en la calle, no parece que las fuerzas de seguridad del Irán de hoy contemplen este cambio de rumbo. Aunque el temor en el seno del ejército, existe, señalan algunos medios.
La cuestión es que razones no faltan para protestar, aún jugándose la vida, razones que el cantante Shervin Hajipour recogía —en una confluencia entre la música como forma de articulación política y el peso de las redes en la revolución— en la canción “Baraye”, donde retoma decenas de tweets donde se exponen los por qués de la revolución. “Por mi hermana, tu hermana, nuestras hermanas/ Por el despertar de las mentes oxidadas/ Por la vergüenza/ Por tener los bolsillos vacíos/ Por el anhelo de tener una vida normal/ Por los niños que recogen basura y sus sueños/ Por esta economía que nos asfixia /Por este aire contaminado que respiramos”, cantaba antes de ser arrestado él también durante unos días.