La revista Solidarity entrevistó el pasado julio a la sólida feminista socialista y reconocida luchadora laicista argelina Marieme-Hélie Lucas, de quien publicamos hace dos semanas una enjundiosa denuncia del silencio negacionista de ciertas izquierdas postlaicas europeas ante los ataques machistas fundamentalistas registrados simultáneamente en la Nochevieja de 2015 en al menos 10 ciudades europeas –señaladamente en Colonia— de 5 países distintos. Aprovechando el amplio eco que tuvo ese texto, tradujimos también la semana pasada una larga y deslumbrante entrevista en profundidad concedida por Marieme-Hélie (en otoño de 2013) a la periodista Maryam Namazie sobre el significado profundo del laicismo republicano, sobre la estupefaciente degeneración de ciertas izquierdas postlaicas europeas y sobre la incapacidad de las mismas para enfrentarse políticamente a la extrema derecha fundamentalista musulmana en auge, y así, también, trágicamente, a la extrema derecha xenófoba tradicional. En la larga e impactante entrevista que traducimos y publicamos hoy, Marieme-Hélie hace un fascinante análisis del auge mundial del llamado “Islam político” y defiende tan inteligente como apasionadamente el feminismo laico, al tiempo que exige con delicada pero conmovedora elocuencia a las izquierdas europeas y norteamericanas que cumplan urgentemente con sus deberes de solidaridad internacionalista. SP.
Marieme Hélie Lucas es una científica social argelina. Participó en la lucha de liberación nacional argelina contra el colonialismo francés desde posiciones cercanas al Partido Comunista de Argelia. Trabajó como funcionaria durante los tres primeros años de la independencia, para luego pasar a la docencia durante 12 años en la Universidad de Argel. En 1984 fundó la red de solidaridad internacional Mujeres bajo la ley musulmana (WLUML, por sus siglas en inglés), desempeñando durante 18 años el cargo de coordinadora general. WLUML vinculó entre sí a mujeres que luchaban por sus derechos en distintos contextos musulmanes en África, Asia y el Oriente Próximo. WLUML se centró en la investigación y en el trabajo de solidaridad de base, a fin de apoyar y robustecer las luchas locales. Fundó en 2004 la red internacional El laicismo es cosa de mujeres (Secularism Is A Women’s Issue (SIAWI) network), ejerciendo actualmente como coordinadora internacional. Radicada ahora en la India, en julio de 2015 concedió esta entrevista a la revista Solidarity para hablar de las luchas de las mujeres trabajadoras y de otras fuerzas democráticas y progresistas contra la extrema derecha musulmana en Argelia y en el mundo.
Solidarity: Durante muchos años, buena parte de la izquierda global ha contemplado al Islam político como una fuerza esencialmente progresiva enfrentada al imperialismo dominante (de EEUU). ¿Qué piensa usted de ese análisis? ¿Cómo se originó?
Podemos echarle la culpa a muchos factores. El foco tradicionalmente puesto por la izquierda en el Estado estorbó a su capacidad para decodificar a su debido tiempo los alarmantes signos procedentes de fuerzas no estatales supuestamente religiosas en auge como actores políticos de extrema derecha. Las organizaciones de derechos humanos –y siento mucho, camaradas, esta impía comparación que me veo obligada a hacer— también experimentan dificultades a la hora de distanciarse de un foco exclusivo en el Estado para juzgar a esos nuevos jugadores como lo que realmente son. Yo pongo esa dificultad al mismo nivel que la de re-identificar y re-definir las clases sociales hoy. Se siente a desesperada necesidad de pensadores y teóricos comunistas innovadores e intelectualmente valientes, capaces de dar cuenta adecuadamente de los muchos cambios registrados en el mundo en el pasado siglo.
Permítame una digresión sobre el Estado. La cuestión de “menos Estado” o “más Estado” se halla en el corazón del trato dispensado a la extrema derecha musulmana en Europa. Es interesante percatarse de que, en Francia, la organización feminista Ni putas ni sumisas (NPNS, por sus siglas en francés), dirigida por mujeres de ascendencia migratoria musulmana, fue la primera en apelar al Estado para que cumpliera con sus obligaciones ante la ciudadanía. Los suburbios de las grandes ciudades habían ido experimentando un paulatino abandono por parte de las autoridades francesas: las patrullas policiales, apedreadas tan pronto ponían pie en el vecindario, no osaban siquiera entrar, pero tampoco los bomberos, ni los médicos de urgencia, por no hablar de los recogedores de basura o de los carteros. Como resultado de lo cual, esas zonas comenzaron a quedar bajo el gobierno de organizaciones y grupos musulmanes fundamentalistas que desarrollaron el trabajo social que el Estado había dejado de hacer. En el curso de ese proceso, entre otras cosas, impusieron códigos de indumentaria y de conducta a las chicas. El movimiento NPNS surgió precisamente como respuesta a uno de esos odiosos crímenes resultantes: una muchacha de 17 años, cuya conducta no se consideraba suficientemente “propia” fue quemada viva en el basurero del edificio en que vivía.
En Argelia asistimos a algo parecido, con grupos fundamentalistas musulmanes tomando el control del trabajo social (y politizándolo): paulatinamente, fueron reemplazando al Estado a medida que éste iba abandonando a su destino distintas áreas; y en ese proceso, comenzaron a imponer sus normas, sus leyes y su “justicia”, aterrorizando a una población deseosa de que el Estado volviera a actuar en esas áreas.
No es que el Estado se viera nunca como algo bueno –las gentes desconfían de nuestros sucesivos gobiernos—, pero la dominación fundamentalista era harto peor. Tras las carnicerías contra la población perpetradas por grupos armados no estatales de extrema derecha en los 90, esa reacción se hizo más viva: el pueblo desprecia al Presidente [argelino desde 1999] Bouteflika: nadie ignora que, a fin de mantenerse en el poder, hizo todo tipo de compromisos con la extrema derecha religiosa e hizo negocios con políticos corruptos. Pero la gente vota por él, porque esperan que mantenga a raya el poder teocrático directo de la extrema derecha.
Los términos “Islam político” o “islamistas” son términos que inducen a confusión: sugieren movimientos religiosos, cuando lo que habría que hacer es caracterizarlos políticamente. La izquierda (y la extrema izquierda) en Europa no se toma la molestia de entrar en un análisis mínimamente profundo de la naturaleza política de los movimientos musulmanes fundamentalistas. En general, los suele ver como movimientos populares (que, en efecto lo son, y populistas también, pero eso al parecer no dispara ninguna alarma) opuestos a… Sí, acertó usted: a la colonización, al capitalismo, al imperialismo, a los gobiernos antidemocráticos, etc. La izquierda europea acostumbra a atender tan sólo a lo que ella se figura (a menudo equivocadamente, por ejemplo: cuando supone que la derecha musulmana es anticapitalista) que los movimientos fundamentalistas combaten; jamás a lo que quieren promover. Sí, es verdad: estuvieron en contra de gobiernos no democráticos; pero desde una perspectiva de extrema derecha. En Argelia, desde los años 90, los llamamos “fascistas verdes” (verde es el color del Islam) o “islamofascistas”.
Muchos historiadores europeos nos miran con recelo cuando nos servimos del termino “fascismo”. Sin embargo, sus ideologías (ya que no sus circunstancias históricas y económicas) son terriblemente análogas: no es la raza aria superior, pero sí la fe islámica superior el pilar en que basan una pretendida superioridad inferida de un pasado místico (el glorioso pasado de la Roma Antigua, la Edad de Oro del Islam, etc.), una pretendida superioridad que les conferiría el derecho y el deber de eliminar físicamente a los Untermenschen[infrahumanos]: judíos, comunistas, gitanos, gays, discapacitados, unos; Kabir, comunistas, judíos, gays, etc., otros. Los nazis, los fascistas y la extrema derecha musulmana coinciden también en querer poner a la mujer “en su sitio”: “iglesia/mezquita, cocina y niños”. Y coinciden también en su procapitalismo: la derecha musulmana llama a los ricos a observar el deber musulmán de una zakkat (caridad) que deja intacta la estructura de poder. Y a los “pobres” –como a las mujeres—, “en su sitio también”, según sería la voluntad divina.
Ese pasar por alto la naturaleza política de la extrema derecha armada musulmana tiene terribles consecuencias para nosotros, los antifundamentalistas que vivimos en países musulmanes. Lo que Cheikh Anta Diop, el celebrado historiador senegalés, solía llamar –en otro contexto— “holgazanería izquierdista” ha de ser criticada sin clemencia y denunciada.
Si coincidimos en que el fundamentalismo musulmán es un movimiento de extrema derecha, la cuestión entonces es ésta: ¿puede la izquierda apoyar a movimientos de extrema derecha de tipo fascista en nombre del antiimperialismo? Y una cuestión adicional: a estas alturas, ¿hay todavía un solo imperialismo (es decir, el imperialismo estadounidense)? ¿O hay, además, imperialismos emergentes –por ejemplo, en los países petrolíferos— a los que conviene prestar atención ahora también? ¿Y no es acaso la promoción de la extrema derecha religiosa, en varias formas, uno de los elementos en la estrategia global de esa potencias emergentes?
Un enfoque simplista –“el enemigo de mi enemigo es mi amigo”—, convenientemente complementado con aquella vieja dicotomía entre el enemigo “principal” y el “secundario”, que tan pocos pensadores de izquierda han sabido cuestionar en relación con los movimientos musulmanes fundamentalistas. Lo que, como mujeres, hemos venido experimentando es el uso de la teoría del “enemigo principal” contra los movimientos por los derechos de las mujeres: nunca es momento oportuno para exigir esos derechos. Siempre hay motivo para posponerlos: hasta después de la descolonización; hasta después de culminada la lucha de liberación; hasta después de la reconstrucción del país: hasta que consigamos un poco de estabilidad política…
Me permitirá que rinda aquí tributo a Daniel Bensaïd, una de las voces solitarias en la izquierda que logró dibujar una perspectiva mejor en este asunto. En La Republique Imaginaire (2005), escribió que:
“El control del capital sobre los cuerpos, su firme voluntad de revelar su valor de mercado, no mitiga en absoluto el control de los mismos por parte de la ley religiosa o del propósito teológico de hacerlos desaparecer… La pobre dialéctica de las contradicciones principales y secundarias, eternamente renovada, ya jugó demasiadas malas pasadas. Y el ‘enemigo secundario’, demasiado a menudo subestimado, porque la lucha contra el enemigo principal alegaba prioridad, ha resultado a veces mortal.”
Bensaïd cita el poema de Erich Fried:
Prisionero de mi lucha contra el enemigo principal /
Me disparó mi enemigo secundario /
No por la espalda, traicioneramente, como dicen sus enemigos principales /
Sino de frente, desde la posición que hace mucho ocupaba /
Y conforme a intenciones declaradas que displicentemente obvié por insignificantes.
El llamado “Islam político” recibe por parte de la izquierda un tratamiento muy diferente de que recibe cualquier otro movimiento popular de extrema derecha que actúa con disfraz religioso. Yo diría incluso que el “Islam” recibe un tratamiento diferente del que recibe cualquier otra religión. Ni el fundamentalismo judío ni el fundamentalismo cristiano, aun si surgieran de grupos oprimidos, serían tratados con tamaña benevolencia paternalista; serían analizados, por ejemplo, en términos de clase, de ideología y de programa político. Nada parecido se intenta siquiera con los grupos supuestamente musulmanes: no hay investigaciones serias, por ejemplo, sobre los grupos que ponen bombas y organizan ataques en Europa o en Norteamérica. Se da por supuesto que se trata de lúmpenes, cuando los hechos prueban que forman parte de las clases medias bajas y proceden de ambientes educados, la mayoría ingenieros y técnicos de rango medio. “Holgazanería izquierdista”, una vez más…
Imagine por un segundo cuál sería la reacción de la izquierda si, pongamos por caso, obreros judíos o de clase media baja hubieran atacado en Francia escuelas musulmanes y matado a alumnos, o a clientes de carnicerías “árabes”. ¿Cómo es que cuando “musulmanes” lo hacen a los “judíos”, la izquierda empieza a buscar buenas razones que podrían haber tenido para hacerlo? Yo no puedo dejar de percibir aquí un racismo oculto contra unos “musulmanes” vistos como gente tan inferior, que no cabe sino esperar de ellos este tipo de comportamientos bárbaros.
No hay respuesta automática a una situación de opresión. Hay varias respuestas posibles: una respuesta de extrema derecha, pero –¡también!— una respuesta de izquierda, una respuesta revolucionaria. Aceptar –ya sea implícitamente— la idea de que afiliarse a grupos fascistas es la única repuesta posible a una situación de opresión, o de racismo, o de exclusión, o de explotación económica: viniendo de la izquierda, ¡qué increíble mala pasada del destino!
Solidarity: ¿Cuáles son los movimientos de resistencia más importantes (obrero, feminista, laicista-democrático, etc.) a la extrema derecha religiosa?
Las cosas son extremadamente distintas, según los países. Algunos países tienen todavía, en industrias especificas, una vigorosa tradición sindical de izquierda (la minería en Túnez, la industria textil en Egipto), mientras que en otros países las organizaciones de la clase obrera han sido prácticamente erradicadas o bajo la ocupación colonial o por gobiernos antidemocráticos (o por ambas vías, como es el caso de Argelia). Claramente, la situación de Argelia en los 90, con una izquierda al borde de la extinción –reducida a grupos que sobrevivían escondidos—, era distinta de la de Túnez o el actual Egipto, y aún más de la de Bangladesh, Pakistán, Mali, etc.
Las organizaciones de izquierda en Argelia (o mejor dicho, lo que quedó de ellas luego de las sucesivas oleadas de represión por parte del poder colonial y, luego, de nuestros gobiernos independientes) no se opuso unánime y sistemáticamente a la extrema derecha religiosa armada en los 90. Aunque algunos lo hicieron (por ejemplo: el Partido de la Vanguardia Socialista y el Partido Argelino por la Democracia y el Socialismo, cuyos dirigentes fueron objeto de cacería y tuvieron que sobrevivir pasando a clandestinidad o yendo al exilio), otros (como el Partido de los Trabajadores, vinculado a los [trotskistas] lambertistas franceses) se pusieron del “lado del pueblo” frente a nuestro régimen no democrático, con independencia de la posición política e ideológica de los aliados. En este sentido, nuestro situación no era tan distinta de la de los partidos de izquierda y de extrema izquierda en la Europa de hoy, todavía vacilantes en sus reacciones frente a la extrema derecha musulmana.
En mi experiencia, el movimiento de las mujeres ha sido el que más constantemente se ha opuesto en todas partes al fundamentalismo religioso, por la sencilla razón de que las mujeres son siempre sus primeras víctimas. Para empezar, bajo la influencia política de la extrema derecha religiosa, los gobiernos están demasiado deseosos de negociar la paz social a costa de los derechos de las mujeres. De modo que uno de los primeros pasos que suelen darse para apaciguar a la extrema derecha musulmana es la de cambiar las leyes sobre el estatus personal (o los códigos de familia) y hacerlas más “islámicas”, es decir, afectando primordialmente a las mujeres a través de la regulación de matrimonio, del divorcio, de la poligamia, del repudio, de la pensión alimenticia, de la custodia de los hijos, de la herencia, etc.
En Argelia, por ejemplo, los fundamentalistas empezaron presionando a favor de esas reformas inmediatamente después de la independencia, cuando aún estábamos bajo la prórroga del Código Napoleónico colonial, no precisamente una ley muy progresista, pero harto mejor que aquello en lo que terminamos. Presentaron un proyecto de ley bajo Ben-Bella (1962-65) y otros dos bajo Bumedián (1955-78). Esos proyectos nos privaban de muchos de los derechos de que habíamos disfrutado anteriormente. Por ejemplo: dejaríamos de tener capacidad jurídica para firmar un contrato por nosotras mismas; tendríamos que ser ofrecidas en matrimonio por un tutor matrimonial; sólo el marido podría iniciar una causa de divorcio; se legalizarían el repudio y la poligamia; se perdía acceso a la custodia o tutela de los hijos luego del divorcio; se necesitaba el permiso escrito de nuestro tutor matrimonial para buscar empleo o viajar; etc. ¡Bonita recompensa por la participación de las mujeres en la lucha de liberación!
Los tres primeros intentos fundamentalistas de reformar la ley de familia fueron rechazados en una época en la que, aun cuando no había ninguna fuerza política organizada de izquierda capaz de oponerse al proyecto fundamentalista, todavía quedaban prominentes personas de izquierda con influencia en el gobierno. Indicio claro del declinar de esa influencia de las personalidades de izquierda en las altas esferas fue el hecho de que un cuarto proyecto fuera finalmente aprobado por la Asamblea Nacional en mayo de 1984 (bajo el gobierno de Chadli), a pesar de la visible oposición de los distintos grupos de mujeres, incluida la organización, tan poderosa simbólica y moralmente, de las antiguas muhaidines (las veteranas de la lucha de liberación nacional). El grueso de las cláusulas mencionadas fueron aprobadas, salvo la de la necesidad de obtener el permiso de un guardián para poder trabajar: ¡tal vez habría sido demasiado para un país sedicentemente “socialista”!
Y dígame usted ¿cómo demonios podría ninguna de esas medidas legislativas perpetradas contra las mujeres ciudadanas de Argelia servir al “antiimperialismo”? Apoyaría la izquierda a la derecha cristiana si ésta lograra imponer semejante legislación? 22 años después de la independencia, nos convertimos para siempre en ciudadanos de segunda clase, siempre bajo la férula de un “tutor”: padre, marido, hermano, incluso hijo (o, de no haber varón disponible en la familia, bajo la de un juez designado para el caso). Bajo presión feminista, se introdujeron algunas enmiendas en 2005. Otras se aplazaron hasta 2015, aun cuando su contenido aún ha de anunciarse.
Así pues, en la actualidad, a las mujeres no les queda otra opción que la de oponerse a la influencia fundamentalista en la configuración de las leyes que les afectan. He visto situaciones similares en distintas partes del norte de África, de Oriente Próximo, del África occidental o de Asia, con grupos de mujeres tomando consciencia del ascenso de la extrema derecha religiosa a través del recorte de sus derechos básicos bajo las leyes de familia.
Y déjeme decirle todavía unas palabras sobre la inanidad de la referencia “islámica” y la necesidad de una calificación directamente política del “Islam político”. Lo realmente interesante es que a esta perniciosa extrema derecha musulmana le importa un higo si sus reivindicaciones son o no islámicas. Si valen para su programa reaccionario, promueven, siempre “en nombre del Islam”, prácticas culturales bárbaras, como la práctica preislámica de la mutilación genital femenina, o incluso leyes coloniales conservadoras, como, en Argelia, la ley de 1920 criminalizadora de los derechos reproductivos, o, en Pakistán, la ley victoriana que privaba a las mujeres de todo derecho sucesorio.
Los fundamentalistas exportan las peores prácticas culturales –independientemente de que tengan o no un carácter realmente islámico— por todas las escuelas dentro del Islam y atravesando barreras nacionales y continentales. Por ejemplo: trataron de exportar la práctica de la ablación de clítoris (históricamente circunscrita a la esfera de influencia del Antiguo Egipto en África) a Sri Lanka, y más recientemente, a Túnez, en donde jamás se había oído de ella. Consiguieron su importación en el enclave musulmán de Sandzak en Serbia: sí, ¡en el corazón de Europa!
Análogamente, la costumbre específicamente chiíta del matrimonio muta’a(matrimonio temporal o de placer: una forma camuflada de prostitución) fue importado por países sunitas malikíes como Argelia en donde jamás se había oído una palabra del asunto. El matrimonio muta’a, que fue la justificación “islámica” ofrecida por el Grupo Armado Islámico para secuestrar a muchachas y apartarlas de sus familias atacando aldeas y llevándoselas a sus campamentos guerrilleros como esclavas domésticas y sexuales (sirviéndose realmente de la palabra “esclava” en árabe). Es la justificación que ofrecen Daesh (el Estado Islámico) y Boko Haram para hacer lo mismo ahora. La transmisión de esta práctica chiíta a países en los que resultaba totalmente desconocida vino a través de instructores militares iraníes en los campos de entrenamiento guerrillero de Peshawar. Pasó por genéricamente “islámica”, y luego se difundió, a través de jóvenes varones allí entrenados, a sitios como Argelia o Nigeria en donde jamás había existido. Secuestrar a mujeres “esclavas” y violarlas se convirtió así en una práctica santificada como derecho “islámico” a ser fecundadas por “buenos musulmanes”.
Es importante entender que todo intento de cambiar las leyes y las costumbres sociales y de enmendar en las escuelas programas supuestamente conformes a principios islámicos trae siempre por consecuencia violentos ataques físicos contra quienes se consideran Kabir: librepensadores e intelectuales, artistas, periodistas y mujeres.
Permítame recordarle que, ahora mismo, en Europa occidental y en Canadá, hay tentativas de acabar con leyes democráticamente votadas y programas educativos laicos, o de configurar las costumbres sociales conforme a la moralidad fundamentalista. Piense en las “cortes de sharía” (en el Reino Unido); o en las “cortes de arbitraje religioso en asuntos de familia” (en Canadá). O en las reivindicaciones para eliminar las clases de biología, o de música, o de arte (por doquiera). O las tentativas por conseguir la anulación matrimonial por falta de una “cualidad esencial” en el contrato de matrimonio, es decir, la virginidad de la novia (registradas en Francia). O en las reivindicaciones de personal hospitalario exclusivamente femenino para cuidar mujeres (presentes en Francia). O en las exigencias de segregación sexual en las universidades (registradas en Reino Unido y Canadá) . O en la insistencia en que las muchachas lleven la cabeza cubierta en las escuelas públicas laicas de primaria y secundaria (manifestada en Francia). O en la introducción de últimas voluntades “conformes a la sharía” privando a las mujeres, a las esposas no musulmanas o a los niños adoptados de derechos sucesorios (Reino Unido). Etc., etc. Todas esas exigencias ahora registradas en “Occidente” fueron previamente ensayadas con éxito en nuestros países de origen.
La izquierda desorganizada es también un polo de resistencia a la extrema derecha religiosa. Luego de apuntar al blanco ofrecido por las mujeres y los derechos de las mujeres, el blanco siguiente de esa extrema derecha son los individuos calificados como kafir: el sinnúmero de asesinatos de gentes de izquierda (los librepensadores recientemente asesinados en Bangladesh; el asesinato de laicistas todos estos últimos años en Pakistán; el asesinato de políticos de izquierda y sindicalistas en Túnez; los artistas, intelectuales y periodistas masacrados en Argelia en los 90; o los caricaturistas de Charlie Hebdo ahora en París). Yo creo que deberíamos honrar a todas estas gentes de izquierda que siguen luchando contra nuestra rama local del fascismo en tales condiciones de aislamiento, sin respaldos ni formas organizadas de apoyo sistemático.
Luego de los ataques a las mujeres y a los medios de izquierda en un sentido amplio de la palabra, un tercer paso es el asesinato masivo: aldeas enteras en la Argelia de los 90; ahora mismo, bajo Daesh, categorías étnico/religiosas enteras de gente. Las poblaciones oprimidas odian a los fundamentalistas islámicos: los nigerianos bajo Boko Haram, lo mismo que los malienses septentrionales, que experimentaron la violenta represión de al-Qaeda en el Magreb islámico. Pero esto no es resistencia organizada.
Hay también un pequeño movimiento libertario incipiente que resulta del mayor interés. Incluye a un creciente número de gentes generalmente jóvenes que están por el laicismo y, a veces, por el ateísmo, cualesquiera que sean las consecuencias para sus libertades y sus vidas. Hay muchos blogueros entre ellos, que esperan probablemente no ser descubiertos. No pocos están ahora mismo en la cárcel en distintos países del norte de África y del Oriente Próximo, así como en el Asia oriental. Entre ellos se hallan los “transgresores del ayuno”, que organizan picnics durante el Ramadán en Argelia y en Marruecos. Se oponen a la imposición estatal de la religión y de los rituales religiosos. Terminan normalmente golpeados y detenidos, y a veces, encarcelados durante mucho tiempo. Es interesante que en Argelia muchos creyentes declarados les dan apoyo y se reúnen con ellos durante la transgresión del ayuno, a fin de protegerles de las detenciones; también ellos piden un Estado laico. Diríase que se trata de una tendencia emergente que no existía antes. Necesitan visibilidad y apoyo.
Para muchos de nosotros, lo que está ocurriendo ahora en Europa es la réplica exacta, paso por paso, de aquello que nos llevó a huir de nuestros países de origen. Mientras se ejerce una intensa presión hostil al laicismo en las leyes y en la educación que, en nombre de derechos de minorías y religiosos, va llevando sucesivos “acomodos (muy ir)razonables” al derecho religioso, asistimos al espectáculo de personas obligadas a adoptar identidades religiosas por la sola circunstancia de su origen geográfico o de sus apellidos árabes: estamos asistiendo en Europa a la erosión de los derechos de ciudadanía, tan penosa y laboriosamente conquistados, en beneficio de las “comunidades”.
En otras palabras: es el final anunciado de la democracia formal (en el sentido más clásico de la palabra: con leyes votadas y modificables por la voluntad popular, no impuestas, ahistóricas e inmodificables, por voluntad divina) para los desventurados individuos forzados a abrazar un credo y a someterse a una ley pretendidamente dimanante de ese credo. También es el final de la igualdad formal de los ciudadanos ante la ley, puesto que distintas categorías de ciudadanos tienen distintos y desiguales derechos regulados por distintas leyes no votadas. Cualesquiera que sean las limitaciones de las llamadas democracias “burguesas”, uno debería pensárselo dos veces antes de cambiarlas por el imperio de la teocracia fundamentalista.
Oponerse a la extrema derecha religiosa cuando ha conseguido organizarse militarmente y cometer crímenes y asesinatos es ya demasiado tarde; tiene que ser combatida como ideología, como una ideología de extrema derecha, antes de que pase al estadio de la lucha armada.
Solidarity: ¿Qué efectos tiene la apología izquierdista occidental del Islam político para las luchas de los socialistas en los países de mayoría musulmana?
Para nosotros, es un Munich diario. Nos sentimos como los alemanes antinazis o como los republicanos españoles debieron sentirse en su día: abandonados por quienes deberían ser nuestros aliados.
Me gustaría poner énfasis en dos consecuencias específicas que ha tenido en Argelia, y no sólo para las luchas socialistas, sino para la entera población. La primera es el efecto causado en muchas personas inclinadas a la izquierda pero que no formaban parte de una organización (partido o sindicato). Así como se apartaron de las grandes organizaciones de derechos humanos cuando estas apoyaban a los musulmanes fundamentalistas pero no a sus víctimas, es decir, al grueso de la población, del mismo modo esas gentes no sólo se han alejado de las organizaciones de izquierda, sino también de los análisis y del modo de pensar de esas izquierdas. La izquierda organizada en Argelia fue diezmada; ha quedado reducida a prácticamente nada, si exceptuamos a un partido desvergonzadamente (¿habría que decir “estratégicamente”?) aliado con la extrema derecha musulmana. Nuestros antiguos aliados buscan ahora otras vías de resistencia a los fundamentalistas.
El progreso ideológicamente extendido de la extrema derecha musulmana puede observarse en el hecho de que la religión es rutinariamente invocada cada vez más en las conversaciones privadas, como referencia cultural, mucho más que nunca. No se pueden prever las consecuencias de esa nueva tendencia. Pero, definitivamente, el pensamiento socialista está perdiendo terreno. La gente ha perdido la fe en el comunismo; ha desaparecido prácticamente de la pantalla. Las ideas del socialismo y del comunismo ya no son populares. Si se piensa en los años que siguieron a la independencia, en cómo en aquella época analizaban los problemas los ciudadanos, es una tragedia que hayamos perdido tanto terreno.
La fragmentación del pueblo debilita cualquier iniciativa política. Quienes se oponen tanto al régimen como a la extrema derecha musulmana no son capaces de unirse, ni siquiera para causas muy sencillas. Con la mundialmente celebrada “liberalización” operada en nuestros países, surge una miríada de partidillos sin el menor efecto político y en perpetuo proceso de escisión tras escisión por cualquier cosa. Se puede observar en cada proceso electoral la creciente incapacidad de las fuerzas de izquierda para unirse en un frente contra el régimen y/o contra la derecha musulmana. Y el mismo fenómeno se observa en Túnez.
La segunda consecuencia resulta más difícil de describir, pero en mi opinión es muy importante, y nunca ha sido objeto de discusión en los círculos de izquierda. Lo que a uno le viene a la mente es esto: vivimos en un mundo loco en el que los conceptos son puestos cabeza abajo, en el que ya no hay realidad, en el que el suelo es inestable bajo los pies, en el que “izquierda” y “derecha” carecen de sentido o significado.
Imagine una situación en la que los fascistas masacraron a cerca de 200.000 personas en los 90 (gente corriente, no necesariamente luchadores o militantes, sino gente que mandaba a sus hijos a la escuela o al hospital, o que buscaba un certificado de nacimiento en el ayuntamiento de su población), cuando el Grupo Islámico Armado decidió que cualquier cosa que tuviera que ver con el gobierno era kafir, que la gente que utilizaba los servicios y las instituciones del gobierno kafir eran ellos mismos kafir, y que los kafirmerecían, todos, la pena capital. Imagine a toda esa gente asesinada, ninguna familia se libró de eso, algunas llegaron a perder de golpe entre 18 y 20 miembros en los ataques a las aldeas. Otros vieron con sus propios ojos lo que se hacía: tortura y muerte de sus seres queridos, mujeres, niñas, niños. Tienen motivos para estar profundamente traumatizados.
Ahora imagine usted que los asesinos, o sus dirigentes, o los representantes de sus partidos, son invitados a hablar en círculos de izquierda, de extrema izquierda o de derechos humanos. O en los Foros Sociales (en Puerto Alegre y en Bombay). O en la ONU. Imagine que a ellos se les concede asilo en Europa, mientras a usted se le niega, a pesar de figurar su nombre en una lista colgada en la puerta de una mezquita exhortando a su “ejecución” y a pesar de que ha agotado usted todas las posibilidades de esconderse en casas amigas. Imagine que, aunque mataron a tantos familiares, amigos y camaradas suyos y a usted misma la persiguen, es usted la que termina señalada como “exterminadora” y públicamente criticada y denunciada en medios de comunicación internacionales por exigir a su gobierno, no la eliminación física, sino la eliminación política de la extrema derecha musulmana (por ejemplo, suspendiendo el proceso electoral en 1991, como pidieron los sindicatos, las organizaciones de mujeres y la izquierda de la época), y que por eso mismo es a usted a quien tildan de “antidemócrata”, mientras sus asesinos son celebrados y apoyados como “demócratas”.
Imagine que su hija ha sido públicamente decapitada, su cabeza públicamente expuesta a la vista de sus amigos y sus pechos, cortados y esparcidos por la calle por haberse negado a obedecer la orden de cubrirse la cabeza. Y va, y lee usted en los periódicos o escucha en la TV que, en Europa, la izquierda, la extrema izquierda y las organizaciones de derechos humanos suelen apoyar “el derecho al velo” y que ofrecen plataformas a los ideólogos que estimulan las matanzas.
Usted vive en la locura, en un mundo en el que las palabras han dejado de tener significado, en un mundo en el que ya no cabe esperar nada de nadie, en un mundo carente de toda lógica. Un mundo muy amenazante.
20 años después de la independencia, yo documenté algunas de las consecuencias emocionales devastadoras de la tortura sufrida por nuestra población a manos del ejército colonial francés durante la lucha de liberación. Me encontré con casos de hombres, de padres que llegaron a torturar a sus propios chicos a causa de faltas totalmente irrelevantes o simplemente por desobedecer (llegar tarde a casa o traer malas notas de la escuela), a torturarles exactamente como habían sido torturados ellos mismos: les aplicaban picanas eléctricas, les provocaban ahogos en la bañera, los colgaban, etc. El trauma de los padres tuvo consecuencias imprevistas para las vidas de sus propios hijos. Habiendo sido testigo de esos casos, sólo puedo especular con las consecuencias inesperadas de la situación literalmente inconcebible sufrida por los argelinos en los 90 antes descrita: no sólo el trauma real de lo que llamábamos “una guerra contra civiles”, de asesinatos atroces y de acciones de todo punto bárbaras, sino el trauma adicional de haber sido uno criticado y culpado por ello.
La investigación científica muestra que, en casos de agresión sexual y violación, hay un shock traumático inicial (el acto físico de la violación), pero muy a menudo hay un segundo trauma adicional cuando la víctima, lejos de ser reconocida como víctima, es culpada o responsabilizada del daño que se le ha infligido. De acuerdo con los profesionales, es el segundo trauma el que deja marcas más indelebles en la psique. Las víctimas que son inmediatamente reconocidas como tales, que reciben apoyo y consuelo y a las que se auxilia en la exigencia de justicia ante tribunales no sufren los mismos efectos dramáticos posteriores.
Centenares de miles de argelinos han vivido este tipo de doble shock: en el proceso han perdido todo sentido del bien y del mal, han visto recompensados a los asesinos –también financieramente— con la mal llamada “Carta de Reconciliación” y no tienen a nadie en quien confiar para que entienda su situación y se apiade de ellos.
Dicho sea de paso: esa Carta –un decreto presidencial— fue aplaudida en el mundo entero por miopes partidos de la izquierda, de la derecha y del centro en nombre de la restauración de la paz en Argelia. Entre otras atrocidades, convierte en ilegal la acción emprendida por cualquier miembro de la familia con ánimo de investigar cómo, cuándo y por quién fue asesinada o desaparecida una víctima. Que eso fuera probablemente concebido y sirviera para cubrir los abusos de las fuerzas gubernamentales resulta suficientemente obvio, pero no debería ocultar el hecho de que también sirvió para blanquear las harto mayores atrocidades perpetradas por las fuerzas fascistas musulmanas armadas contra gente inocente, incluidos los muchos niños que seguían yendo a la escuela, las muchas muchachas que salían de sus casas sin cubrirse la cabeza, las muchas mujeres que se sometían a tratamiento en hospitales públicos o las muchas aldeas totalmente exterminadas como kafir. Lo que ese decreto organizó legalmente fue, de hecho, la transmisión intergeneracional de un trauma, la magnitud del cual se irá descubriendo en los años venideros.
Hay indicios de que el trauma colectivo podría estar teniendo ya consecuencias devastadoras. A comienzos de 2000, tuvieron lugar en ciudades petrolíferas del Sur de Argelia pogroms contra mujeres trabajadoras de migración interior en los que fueron sometidas a horribles torturas y muertas por la razón de ir a ganar un sustento para sus familias alejándose de sus “guardianes”, que seguían en el Norte. No se trató sólo de grupos identificables de extrema derecha, sino de vecindades enteras.
Esa es una de las nunca debatidas consecuencias de nuestro abandono por parte de la izquierda europea, y con “nosotros” no me refiero sólo a la izquierda argelina, sino a la entera población del país. Las consecuencias políticas del trauma aún tienen que ser exploradas y estudiadas.
Solidarity: ¿Qué pueden hacer los socialistas internacionalmente para ayudar a quienes en el Oriente Próximo, el Asia meridional y por doquiera tratan de construir un campo políticamente independiente de fuerzas de la clase obrera y progresistas contra el imperialismo dirigido por los EEUU y, a la vez, contra los opresores “locales” (el Islam político, los regímenes pretendidamente “antiimperialistas” como Irán, etc.)?
La izquierda en Europa y en Norteamérica debería comenzar por percatarse de que “ayudar” a quienes ya se hallan bajo la bota de la extrema derecha musulmana está también en su propio interés, porque la extrema derecha musulmana está actuando ya en los países europeos. Todos estamos en el mismo barco.
Comiencen por barrer la puerta de tu casa. Opónganse a ellos sobre el terreno. Opónganse al comunitarismo y al principio mismo de instituir leyes separadas para categorías desiguales de ciudadanos: porque eso es antidemocrático; no hace tanto se le llamaba apartheid, ¿recuerdan? Desafíen la legalidad de las “cortes de sharía”; desafíen la aceptación, por parte de universidades del Reino Unido, de la segregación por sexos; desafíen ante tribunales los testamentos “conformes a la sharía”, a los que tantas alas se ha dado en los últimos tiempos. Desafíen a la plataforma política que las organizaciones de derechos humanos (Amnistía Internacional en el Reino Unido, o el Centro para los Derechos Constitucionales en los EEUU) ofrecen a los representantes de la extrema derecha musulmana.
Hay una abundante bibliografía procedente de pakistaníes, iraníes o argelinos antifundamentalistas que merece ser promocionada por la izquierda y gozar de visibilidad y legitimidad. Recuerden que no podemos difundir fácilmente nuestros análisis, y encima, los partidos europeos y norteamericanos xenófobos de la extrema derecha tradicional están interesados en apropiárselos torticeramente para su propia causa.
La derecha musulmana no sobreviviría ni, menos, prosperaría sin la activa bendición ideológica ofrecida por muchos liberales progresistas, militantes de los derechos humanos y hasta, ¡válgame el cielo!, gentes de izquierda y hasta feministas. Necesitamos combatir en los dos frentes simultáneamente: contra la discriminación, la marginación y el racismo, por un lado, y contra la extrema derecha musulmana, por el otro.
Como socialistas, deberíamos reconocer que la fragmentación del pueblo en entidades cada vez más pequeñas, dividido por líneas de fractura religiosa o étnica, sólo puede servir al capital: y esa es muy probablemente la razón por la cual las democracias llamadas liberales toleran los fundamentalismos “religiosos” y la demasía de sus exigencias de derechos “comunitarios” específicos. En estas últimas décadas, las luchas obreras se han visto crecientemente debilitadas por las sucesivas particiones sufridas por sus fuerzas: derechos de los trabajadores nativos contra derechos de los trabajadores inmigrantes; luego, los trabajadores inmigrantes escindidos entres trabajadores musulmanes, trabajadores hindúes, trabajadores sij, etc.
Condición previa y necesaria de todo eso es un análisis de la naturaleza política de extrema derecha del fundamentalismo musulmán. ¿Cuál es/son su/s programa/s, más allá de poner a todo dios bajo su sincrética e inventada “ley de la sharía”? ¿Cuáles son los medios de que disponen para conseguir sus objetivos? ¿Puede considerarse violencia legítimamente revolucionaria el asesinato de muchachas “impropiamente vestidas”, o de blogueros, o de caricaturistas políticos de izquierda? ¿Es que en algún momento algún grupo de la extrema derecha musulmana –los Talibán, al-Qaeda, el Grupo Islámico Armado, Daesh, Shabab, AQUIM [al-Qaeda en los Países del Magreb Islámico, por sus siglas en inglés], etc.— ha combatido el capitalismo? ¿Cómo? Someted a escrutinio crítico su pretensión de ser fuerzas antiimperalistas, denunciadlos públicamente como movimientos de extrema derecha, y seréis calificados como “islamófobos”. Así se nos califica a nosotros también, y muchos de los nuestros han muerto por esa razón. ¡El “ayudarnos” empieza en casa, en la puerta misma de la propia casa!
También en el frente del “trabajo social” hay mucho que hacer en casa, desde ayudar a los ateos que piden asilo hasta acoger a las mujeres que huyen del “castigo islámico”, pasando por programas de integración juvenil en las zonas pobres. La izquierda de nuestros días suele ver esas tareas como algo no suficientemente revolucionario para merecer su tiempo y su energía. Pero permítame recordarle a usted que en los 90, cuando el Grupo Islámico Armado andaba a la caza –literalmente a la caza— del kafir argelino, una mujer comunista amiga mía tuvo que cambiar de domicilio cada día durante tres años para escapar a los asesinos fundamentalistas luego de que su nombre hubiera sido expuesto en la puerta de las mezquitas dentro de una lista de gentes que merecían la muerte. Y sin embargo, el asilo en Europa estaba reservado a los miembros del Grupo Islámico Armado y del Frente Islámico de Salvación. Esos tipos sí entraban en la categoría de amenazados y perseguidos por el Estado, pero sus víctimas sólo eran objeto de caza y asesinato por parte de actores no estatales, razón por la cual quedaban excluidas del derecho de asilo. Un eficiente sistema de solidaridad en manos de la izquierda, del tipo del que se beneficiaban los fundamentalistas musulmanes por parte de las organizaciones de derechos humanos, habría sido extremadamente útil en aquel momento. Y desgraciadamente sigue siendo necesario hoy.
El gran punto fuerte de la extrema derecha fundamentalista es que entendieron muy pronto que el abandono por parte del Estado de sus deberes respecto de determinadas categorías de ciudadanos, así como el declive de las actividades sociales de los viejos Partidos Comunistas en las zonas obreras de las grandes ciudades, generaban un espacio para ellos, en nuestros países lo mismo que en Europa. El “Islam político” es un movimiento popular y populista. Es preciso reocupar este terreno perdido que ha sido el suelo nutricio de la radicalización de muchachos –y ahora también de muchachas— gracias al trabajo social prestado por la extrema derecha musulmana: campamentos y clubs deportivos juveniles, tutorías postescolares, sermones, distribución gratuita de vestimenta (incluida por supuesto la llamada “indumentaria islámica”) y libros (incluida, obvio es decirlo, bibliografía fundamentalista), así como, por terminar en algún sitio, ayuda material prestada a los hogares cuando acababa de morir quien traía el sustento a casa. En Argelia el clandestino Partido Comunista hizo ese tipo de trabajo social bajo la dominación colonial, pero sólo raramente luego de la independencia. En Francia, el Partido Comunista solía hacerlo hace 30 años, cuando ganaba cerca de un 30% del sufragio popular, pero ahora apenas consigue el 3% y carece de los recursos humanos y materiales para llevarlo a cabo. Los partidos de extrema izquierda en Francia apenas realizan trabajo social en los suburbios en los que la mayoría de los jóvenes se hallan en situación de desempleo (con tasas superiores al 50%) y pueden ser presa fácil para los fundamentalistas.
Ayudar a la resistencia subviniendo a necesidades que precisan satisfacción a varios niveles. Cambiar el discurso de la izquierda sobre la derecha religiosa musulmana, no adoptando un punto de vista racista o xenófobo, obvio es decirlo, sino un punto de vista de izquierda; eso sería ya todo un logro. La resistencia siempre existe localmente, no hay necesidad de inventarla. Lo que se necesita es ofrecerle focos y foros, darle visibilidad y legitimidad. Nosotros somos la voz legítima del pueblo, y no la extrema derecha musulmana. Pero, normalmente, a quienes se da visibilidad en los medios de comunicación, en la investigación y en el discurso político es a los representantes de los fundamentalistas musulmanes. Que cuando menos los movimientos de izquierda y las organizaciones progresistas nos den la palabra a nosotros, no a los “islamistas moderados”. Hay muchos creyentes musulmanes moderados, muchísima gente moderada de ascendente y contexto musulmanes, pero no puede haber “islamistas moderados”. Es una contradicción en los términos; ¡como si pudiera haber “fascistas moderados”! Necesitamos ser mucho más puntillosos con los conceptos que usamos.
Es necesario también contrarrestar el discurso burgués sobre la democracia, que se reduce a equipararla a un proceso electoral, ya permita eso la elección del Hitler del momento.
Hay urgente necesidad de hacer un lobby al nivel de la ONU y al nivel de la Unión Europea, a fin de que el laicismo y las leyes laicas no sean tirados por la borda en nombre del respeto a la diferencia del “Otro”, de los derechos religiosos, de los derechos culturales, de los derechos de las minorías, etc. Como feminista, pienso que los derechos de las mujeres no deberían ser subsumidos y quedar por debajo de todos estos otros “derechos”. Y pienso que la izquierda debería hacer suya la Convención de NNUU para la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer [CEDAW, por sus siglas en inglés], un instrumento fundamental del derecho internacional público. También es necesario librar una lucha para restaurar el espíritu original del Movimiento de No Alineados [NAM, por sus siglas en inglés]. Cuando se buscar desafiar y combatir a la extrema derecha musulmana, hacerlo al nivel de la ONU o al nivel del NAM no parecería lo más aconsejable. Pero el caso es que esas instituciones terminan robusteciendo internacionalmente a la extrema derecha musulmana con tal eficiencia, que desgraciadamente uno no puede menos de entrar en esos terrenos. Hay que tratar de parar, o cuando menos ralentizar nuestra rama local del fascismo allí donde se pueda.
La disyuntiva planteada entre aliarse con el imperialismo estadounidense o aliarse con la extrema derecha musulmana es intolerable. A la izquierda corresponde recuperar el terreno perdido a escala internacional y, si así puedo decirlo, recuperar también cierto crédito entre las gentes de abajo de los países de mayoría musulmana.
Fuente: https://shirazsocialist.wordpress.com/2015/07/09/socialism-feminism-secularism-and-islam-interview-with-marieme-helie-lucas/
Traducción:María Julia Bertomeu Mínima Estrella