Salman Rushdie, favorito al Nobel, afirmaba a EL MUNDO en una entrevista hace cinco años que la Academia sueca temía las posibles represalias de la amenaza del fundamentalismo musulmán
Hace mucho tiempo que Salman Rushdie ha dejado de esperar el Nobel de Literatura, por más que Bernard Hénri-Levi se empeñe en lanzar campañas pidiendo que se lo den, no ya por sus méritos literarios, sino para reafirmar los valores de la libertad de expresión frente a la defensa de la religión a puñaladas.
La razón es la misma que le catapultó a la primera página de los periódicos de todo el mundo en 1988: el miedo, las amenazas, la intolerancia, el terror.
Hace cinco años, en noviembre de 2017, Rushdie declaraba a EL MUNDO: “Creo que el Nobel nunca va a cruzarse en mi camino… por lo que todos sabemos”.
Cuando se le pinchaba para que largara más con un “¿por los islamistas?” respondía con un sucinto “sí”. Rushdie sabía que la amenaza del fundamentalismo musulmán es generalizada y que, si la Academia de Ciencias de Estocolmo le daba el galardón, no solo quedaba ésta expuesta a alguna salvajada violenta. También podían ser blanco de atentados las editoriales que publicaran sus obras, las librerías que vendieran sus libros, y hasta los traductores que ofendieran a Alá traduciéndolos.
Esto no es una conjetura. En 1991, el arabista japonés Hitoshi Igarasi, que había traducido a ese idioma la novela de Rushdie, fue asesinado. Más de tres décadas después aun no se sabe quién o por qué lo hizo.
Al editor del libro en Noruega, Willam Nygaard, le pegaron tres tiros, aunque sobrevivió, igual que el traductor al italiano, Ettore Capriolo, que fue apuñalado repetidamente. Como suele ser habitual en estos casos, la mayor parte de los asesinados fueron musulmanes.
En la ‘masacre de Sivas’, en Turquía, una turbamulta que salía de la oración del viernes de una mezquita prendió fuego al hotel en el que estaba el editor de ‘Los versos satánicos’ en ese país, Aziz Nesin. murieron 37 personas, en su mayor parte intelectuales y artistas alevíes, una rama del islam. Alá, sin embargo, salvó a a Nesin de las llamas. Solo le llamó a su presencia dos años más tarde, y no por medio de la intermediación de ningún asesino sino, simplemente, de un ataque al corazón.
En su entrevista con EL MUNDO, Rushdie explicaba que, a pesar de que en 2015 la República Islámica de Irán había subido en 600.000 euros la recompensa por su cabeza (el dinero, encima, fue donado por medios de comunicación), él no tomaba precauciones “desde hace mucho tiempo”. En realidad, nunca las tomó. En los peores años de la persecución, volvía literalmente locos a los agentes del servicio secreto británico que le protegían, porque se escapaba de la vigilancia para irse a hacer lo que más le gusta: ligar.
En una vuelta de tuerca propia de una novela de Rushdie, el intento de asesinato del escritor en agosto fue celebrado en redes sociales por algunas feministas ‘woke’, porque el escritor no se había portado bien con su larga lista de ex esposas. Cuando se solicitó a Twitter que suspendiera esas cuentas, la red social se negó, alegando que encontrar gracioso el apuñalamiento de una persona por escribir un libro no viola los términos de uso de la plataforma.