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Inmigrantes musulmanes en España

Con el objetivo de favorecer una integración auténtica, es necesario que la sociedad de acogida sea lo más clara posible en la defensa y la promoción de sus valores sociales y éticos fundamentales para que también los recién llegados se sientan animados a respetarlos
 
LOS datos que acaban de hacerse públicos sobre la percepción que tienen los inmigrantes de origen musulmán resultan ciertamente alentadores, ya que muestran que se sienten más cómodos e integrados viviendo en España de lo que muchos españoles creen. De estos datos, el Ministerio del Interior deduce, tal vez de forma un tanto voluntarista, que el conjunto de los residentes de origen islámico forma un colectivo «tolerante y totalmente integrado en nuestros valores constitucionales», algo que merece no pocas matizaciones.
Siendo tan reciente para España el fenómeno de la inmigración, no es conveniente sacar conclusiones precipitadas. Sólo mirando lo que sucede en países de nuestro entorno con mucha más experiencia, como Francia, Gran Bretaña u Holanda, bastaría para ser más prudentes y no bajar la guardia en las políticas más activas de fomento de la integración a largo plazo. El Gobierno tiene mucho que hacer aún para asegurarse que en España no acaben reproduciéndose los fenómenos registrados en las barriadas de las grandes ciudades francesas, porque los problemas sociales de los musulmanes se producen incluso en el caso de las generaciones nacidas ya en Europa.
Con el objetivo de favorecer una integración auténtica, es necesario que la sociedad de acogida sea lo más clara posible en la defensa y la promoción de sus valores sociales y éticos fundamentales para que también los recién llegados se sientan animados a respetarlos. Si el 90 por ciento de los encuestados dice que el islam es compatible con la democracia, los Derechos Humanos y la laicidad del Estado, deberíamos deducir que saben perfectamente, por ejemplo, que no se pueden imponer los matrimonios forzosos, ni indumentarias determinadas a sus mujeres, ni -mucho menos- pretender aplicar al resto de la sociedad políticas de segregación que pueden ser normales en sus países de origen. La experiencia demuestra que el multiculturalismo, es decir, la mera adición de costumbres exógenas a las que se atribuye un valor equivalente, casi nunca ha servido para crear sociedades estables, sino compartimentos estancos. El hecho de que haya un 5 por ciento de los musulmanes residentes en España que reconoce apoyar el radicalismo islamista significa que el colectivo se comporta en este campo más o menos como en el resto de Europa. Afortunadamente, sólo una ínfima parte de ellos sería capaz de cometer actos terroristas, y aunque la experiencia también demuestra que algunos los cometen, no sería justo culpar al colectivo. En este campo, por desgracia, nuestra capacidad de influencia es limitada y la única solución posible ante el integrismo violento debe provenir del seno del propio mundo islámico. Mientras tanto, incluso si queremos ayudarles a comprenderlo mejor, estamos obligados a hacer una defensa a ultranza de nuestros valores como mejor medio de garantizar la cohesión social.
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