Sumario:
Editorial. Gonzalo Herrera
Entrevista a Juan Carlos Claret,Vocero de Laicos de Osorno.
Osvaldo Zagal Jaime
La crisis moral de la Iglesia y el secreto religioso.
Gonzalo Herrera
Poner término al secreto de confesión.
Traducción de Iniciativa Laicista
Ser inmigrante en el siglo XXI.
Sylvie R. Moulin
Ejemplo de Voltaire.
Rogelio Rodríguez M.
Lenguaje sexista.
Cristina Sánchez Correa
La realidad educacional en Chile.
Guillermo Barahona
Conversatorio: » Mujeres masonas en el Chile del Siglo XXI».
Gran logia femenina de Chile
Acerca del Poema de “El Gran Inquisidor”
Errol Dennis M.
La violencia en El Salvador tiene nombre de mujer
Metzi Rosales Martel
La Tormenta Perfecta
Francisco J Villarroel H.
Las mujeres somos las protagonistas
Martina Salvo de Oliveira
DOCUMENTO: La importancia de la Ciencia.
Redacción Iniciativa Laicista
Descargar Iniciatva Laicista. Julio 2018 AQUÍ
EDITORIAL: ¿Qué entendemos hoy por progreso?
Gonzalo Herrera
El mito de la modernidad industrial, que a partir de la Ilustración comienza su expansión en un ambiente de creciente secularización, instala en los hombres la idea de “lo transitorio” frente a lo “permanente” que regía en la sociedad tradicional. El mundo que por siglos se entendió como una construcción divina, con la “modernidad” empezó a comprenderse como un proceso de “autoconstrucción”, observado y pensado desde distintas ópticas, desde la estructura misma de la sociedad hasta la economía y el desarrollo científico.
El advenimiento de la modernidad marca también el fin de la subordinación de la moral a la religión, la especulación ética surge de la reflexión sobre nuestra propia naturaleza a través de diversas disciplinas, la filosofía del derecho, la deontología, la epistemología moral. Es el momento de la edificación autónoma del mundo moderno, emancipado del poder de la Iglesia.
La idea del progreso constituía un argumento central en esta nueva cultura, reemplazando la aspiración de “salvación” después de la muerte por la utopía de “felicidad en la tierra”. La seducción del individualismo que comporta la modernidad admite la plena libertad en la búsqueda de la felicidad, se amplía la idea de que el progreso no sólo es provechoso sino inevitable, de que la ciencia y la producción de bienes llevarán a la humanidad a un nuevo estadio de orden social, todo esto desde dos miradas opuestas, la de Comte y la de Marx. Dos miradas que generarán posteriormente la confrontación entre capitalismo y socialismo y la Guerra Fría, que sólo acabará con el colapso de la Unión Soviética en 1991. Francis Fukuyama interpretaría este hecho como el triunfo definitivo del capitalismo y del modelo de democracia que preconizaba Estados Unidos. Se daba luz verde entonces para que el modelo neoliberal, nacido en la Escuela de Chicago y desligado ya de cierta “visión ingenua” del liberalismo clásico, se estableciera como patrón para toda la humanidad.
Sin embargo todo esto que parecía “el fin de la historia” de la pobreza y la desigualdad en el mundo no pasó de ser una teoría más. El favorable escenario que prometían la caída de las fronteras ideológicas, la reunificación alemana o el gran salto a la integración económica europea, impensada treinta años antes, no tuvieron correlato en amplias zonas del mundo, en temas tan trascendentes como los colonialismos, la explotación indiscriminada de recursos naturales, la pobreza y la migración por causas económicas, la contaminación ambiental y el cambio climático. Frente a esto, la economía mundial aparecía cada vez más controlada por inversionistas profesionales de valores que, como los definiera alguna vez la revista The Economist, constituyen un «ejército armado electrónicamente”, generando estratosféricas ganancias para los mercados financieros.
Obviamente, son muchas las naciones, tanto en occidente como en el lejano oriente, que pueden exhibir sostenidos ciclos de progreso, que basan su economía en el avance de la ciencia y la tecnología, en el procesamiento de datos y la inteligencia artificial, en la medicina y las comunicaciones digitales. Sin embargo, incluso en países que se enorgullecen por ser líderes en innovación, subsisten déficits en el ámbito de la ética y la política, en la desconcentración del poder, en las libertades civiles y en la gobernabilidad democrática para sintonizarse con la ciudadanía y frenar la corrupción.
En consecuencia el paradigma del progreso neoliberal, basado en la globalización económica y en los nuevos patrones de consumo, no ha logrado elevar la calidad de la política ni evitar la desafección cívica, tampoco ha podido erradicar las dialécticas de inclusión/exclusión en distintas esferas de la vida social (la más grave sin duda, la alta concentración de la riqueza y del poder político).
¿Qué podría ser más ajeno al “progreso” que las dramáticas escenas de inmigrantes transitando los mares en frágiles embarcaciones, con buques de guerra impidiéndoles poner pie en tierra a grupos humanos compuestos por familias completas, ancianos, niños y enfermos incluidos? Escapa incluso al concepto de “civilizado” el método utilizado por el presidente Trump, como es arrebatarles sus hijos pequeños a padres que tratan de ingresar a EE UU, para desincentivar la inmigración indocumentada.
¿Y en qué categoría moral cae la inmutable política del Vaticano de proteger a los religiosos acusados de abuso sexual infantil, y su reticencia al reconocimiento de la gravedad de los crímenes cometidos en todo el mundo?
Lamentablemente en Chile, a pesar de su internacionalmente reconocido éxito económico, aún subsisten muchas realidades reñidas con el concepto de progreso, entendido como adelanto o perfeccionamiento de la sociedad.
El drama sin fin de la violencia contra la mujer, veinte femicidios consumados y sesenta y tres frustrados en lo que va del año; el abuso de poder que se manifiesta en el acoso sexual, práctica extendida en los planos laboral, educacional y social, cuya dimensión recién empieza a conocerse gracias a la decisión de denuncia asumida por víctimas que por años callaron las humillaciones recibidas; la inhumana realidad que afecta a los niños más vulnerables de nuestra sociedad, aquellos que por permanecer bajo la tutela del Estado se podría suponer a salvo de atentados y violencia, y que por el contrario mueren bajo circunstancias que ni siquiera son investigadas con rigor. La sensación de desamparo frente a la delincuencia, que en la percepción ciudadana cobra cada día más descaro en su accionar. Todas estas desgracias, así como la vergonzosa precariedad en que se mantienen la educación y la salud pública, que atienden al segmento más pobre de nuestra población, dan cuenta de una sociedad en crisis de identidad, que sin terminar de entender “quiénes somos”, mucho menos es capaz de reflexionar “a dónde vamos”.
Inconsistente es la conducta del ministro de Educación, Gerardo Varela, que en cuñas de prensa, frente a la opinión pública, asevera estar para “hacer cumplir la ley”, refiriéndose a las reformas implementadas por la expresidenta Bachelet, particularmente la gratuidad en Educación Superior y la desmunicipalización de la Educación Pública, mientras que en círculos de empresarios califica a quienes llevaron a cabo tales reformas como “ideólogos prejuiciosos que se apoderaron de la Educación”, agregando que los cuatro años precedentes “fueron perdidos”. Al ministro Varela le molestan sobre todo la gratuidad y la inclusión, avances que nadie que no se halle obnubilado por una ideología dogmática, podría desconocer sus méritos a favor de la igualdad social.
Una pésima señal al país, sobre todo después que estallaran los graves hechos de corrupción político-empresarial en los años 2015 y 2016, que involucraban a políticos de todos los sectores, ministros y altos funcionarios, incluso miembros de la familia de la expresidenta, fue la reciente resolución de un juez de garantía de exculpar del delito de cohecho al exsubsecretario de Minería del primer gobierno de Piñera Pablo Wagner, tras un acuerdo alcanzado entre la Fiscalía y el acusado. De esta manera, los comprobados pagos periódicos que recibiera Wagner por parte del holding Penta, en pleno ejercicio de su alto cargo, sólo alcanzaron para imputarlo por “enriquecimiento ilícito”, haciéndose merecedor a una pena menor. Con esto se refuerza la idea de la mayoría del país de que la justicia mide con distintas varas los delitos de los poderosos y los de la gente común.
Desde nuestra mirada laicista, si queremos reencontrarnos como sociedad, es esencial dar pasos concretos para instalar el bien común como fundamento de una ética social, que constituya a su vez el leitmotiv de la política y del ejercicio democrático. Es responsabilidad de los partidos políticos con sentido republicano mostrar convicción en la construcción de mayorías ciudadanas estables que permitan tanto el progreso material como el perfeccionamiento de las normas político-jurídicas que nos permitan convivir juntos y en paz, abiertas a todas las concepciones de bien presentes en la sociedad civil, con un sentido de equidad y solidaridad.
Como dijera alguna vez el pensador enciclopedista francés Nicolás de Condorcet, la civilización es propia de “una sociedad que no necesita de violencia para promover cambios políticos”.