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Igualdad de género y pobreza, ¿cuál es la relación?

Cuando el grado de igualdad de género por países nos muestra una brecha similar a la existente entre países ricos y pobres, no se trata de una casualidad. En la séptima edición del World Economic Forum, el Informe sobre la brecha de género mundial 2012 ubica a los países nórdicos en los primeros puestos, dado que Islandia, Finlandia, Noruega y Suecia han cerrado cerca del 80% de sus brechas de género. En la parte inferior del ranking, algunos países todavía deben cerrar sus brechas cercanas al 50%, mientras que más de la mitad de esos países encuestados no pudieron cerrar su brecha económica de género en más del 5% durante los últimos siete años.

Por tanto, los datos sugieren una firme correlación entre esos países que son más exitosos en cuanto al cierre de la brecha de género y aquellos países que son más competitivos a nivel económico. ¿Qué es lo que éstos países están haciendo bien? Curiosamente, anteponer la igualdad frente al crecimiento económico, y no al revés.

El problema es que los enfoques actuales en torno a la pobreza a menudo ignoran sus causas de fondo, enfocándose en la medición de cosas de las que las personas carecen, en lugar de discernir en torno al por qué carecen de ellas. En este sentido causacional, la perspectiva de género se torna como una de las más determinantes.

¿Cómo contribuye la desigualdad de genero a incrementar y mantener la pobreza?

Según el Informe de Género sobre los Objetivos del Milenio, desarrollados por la ONU, las mujeres continúan teniendo más probabilidad de vivir en la pobreza que los hombres, y esto afecta al contexto familiar, social y cultural.

La pobreza en la desigualdad de género es una carrera de fondo vitalicia que se muestra a todos los niveles: desde preferencias en el nacimiento, hasta discriminaciones en el acceso a la educación, a la formación, a un trabajo remunerado, a servicios básicos y especiales, en el hogar y en consecuencia en la adquisición de empoderamiento político, económico y social.

Todo ello conlleva una serie de perjuicios, no ya sólo en la vida de la mujer, sino también para su entorno: aumento de índices mortalidad infantil, detrimento en el desarrollo físico y mental de los niños, una participación ciudadana más inactiva y con menos peso sociopolítico, una menor tasa de ingresos familiar, menor contribución a incrementar índices de consumo que generen riqueza y, en general, mayores tasas de hambruna.

Potenciar el papel económico de la mujer es, por tanto, determinante para liberar a millones de personas que están atrapadas en el círculo de la pobreza y el hambre y ha de basarse en la necesidad de reconocer que la pobreza afecta a hombres y mujeres de manera diferente.

mujer y desarrollo

¿Cómo se combate la pobreza desde un enfoque de género?

El Informe de brecha de género mundial evalúa los países en función de su capacidad para cerrar la brecha de género en cuatro áreas fundamentales: acceso a atención médica, acceso a educación, participación política e igualdad económica.

El apoyo a las mujeres debe hacerse palpable no sólo reconociendo su necesidades específicas, sino tambien cuestionando los patrones sociales y culturales.

No obstante, en el escenario internacional se está cuestionando la posibilidad de alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) elaborados por la ONU para reducir a la mitad la pobreza y la desigualdad de género en 2015, por lo que hemos de plantearnos qué es lo que está fallando.

Bien hay que admitir que desde instituciones intergubernamentales y no gubernamentales se lleva abordando la perspectiva de género como una necesidad particularmente estratégica para reducir la pobreza y en base a ello la comunidad internacional facilita instrumentos capaces de concienciar y movilizar a gobiernos y a otros actores de desarrollo; los ODM son claro ejemplo de ello. Sin embargo, tras su cuestionada viabilidad se esconde una preocupante tendencia hacia una aglomeración simplista de las múltiples dimensiones de la pobreza, entre ellos la desigualdad de género, en un único objetivo global hasta ahora definido como ¨desigualdades¨. Es decir, que la discusión sobre la desigualdad está evolucionando de una forma que pudiera afectar, e incluso revertir, el compromiso internacional para la igualdad de género.

Por ello es urgente y necesario complementar los acuerdos y políticas que de carácter más permanente establezca la comunidad internacional, con el abordaje de problemas subyacentes críticos que, a niveles locales, hayan de ser abordados a través de medidas concretas. Y esto, lejos de poderse hacer mediante una universalización conceptual y metodológica, ha de fragmentarse para que pueda llevarse a cabo en los muy diversos contextos.

En este sentido, la comunidad internacional no habrá de ser la única responsable de la reducción de la pobreza desde una perspectiva de género: el diseño e implementación de programas, acuerdos y políticas en el marco internacional deberá estar sinérgicamente conectado a niveles locales, especialmente con aquellos países cuyo cierre de brecha de género haya sido más exitosa, posibilitando la inteconexión de mejores ideas, instituciones, políticas y prácticas en una tríada integrada por el desarrollo económico, que postule la pobreza como un proceso y no como un estado de situación.

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