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Iglesia S.A. Dinero y poder de la multinacional vaticana en España. Un libro del periodista Ángel Munárriz

Un descarnado retrato de la organización que ha ejercido de histórica rectora de la moral española

La Iglesia católica española, delegación local de un Estado teocrático extranjero, el Vaticano, sobrevive gracias a que el erario público dedica una ingente cantidad de recursos al pago de su estructura, sus nóminas, su red educativa y el mantenimiento de sus templos. En su dimensión política, la Iglesia española se dedica a frenar cualquier empeño social o moralmente emancipador. En su dimensión económica es al mismo tiempo una empresa en rescate público permanente y una potente sociedad que opera a resguardo del radar del fisco siguiendo el manual del neoliberalismo. El impacto social de su actividad económica, sobre todo en la enseñanza y la asistencia social, es gigantesco, ya que se asienta sobre la anulación de los principios de universalidad, solidaridad, equidad y redistribución, sustituidos por una mezcolanza de liberalismo educativo de fachada meritocrática y caridad inmovilista.

La Iglesia, aferrada a unos privilegios entregados por el franquismo como botín de guerra, se beneficia del régimen fiscal de una ONG para desplegar una actividad mercantil tan discreta como profesionalizada en campos que creeríamos reservados a empresas consagradas al beneficio puro y duro. Asesorada por la gran banca, incrustada en la elite económica, la institución católica no ha desdeñado ni la especulación ni las técnicas de elusión fiscal a su alcance. Más parecida al Opus que a Cáritas, más a los kikos que a los franciscanos, más a Wojtila que a Bergoglio, más a la banca vaticana que al monte de piedad, la Iglesia española es hoy una institución apartada de sus fines vocacionales.

Del descarnado retrato que Iglesia SA ofrece de la organización que ha ejercido de histórica rectora de la moral española se deriva una pregunta que reclama respuesta urgente: ¿cuántos principios y valores pueden sacrificarse antes de que una institución pierda su razón de ser?

Contenido:

Presentación (Pascual Serrano)

Génesis

1. El tinglado
-Palabra (y dinero) de Dios
-Historia de un parásito del Estado
-Nacionalcatolicismo con cargo a la democracia

2. El Paraíso
-Un patrimonio oculto y a salvo del fisco
-Con uñas y dientes
-Estimaciones contra la opacidad: el caso del IBI

3. El sumidero
-IRPF: la Iglesia somos todos
-Favores y mentiras
-El mercado de la caridad
-Un desagüe infinito de dinero público

4. El expolio
-Taquillas a las puertas del cielo
-Un bien universal al capricho de un obispo
-La pesadilla de Mendizábal

5. El poder
-El símbolo del dinero
-Menos católicos, más privilegios
-Negocios sucios en la Santa Sede
-Opus Dei: la internacional de las influencias
-El amigo de la Moncloa

6. La pizarra
-Un lastre para la educación pública
-La segunda red
-“Gaudeamus igitur”
-La Legión de Cristo: poder, educación y pederastia
-El cuarto poder

7. El negocio
-Lo opuesto a la Iglesia
-Especuladores con alzacuellos
-El logotipo de la blanca paloma

Apocalipsis


InfoLibre publica un extracto de Iglesia S.A., del periodista Ángel Munárriz, un análisis a fondo de la financiación de la Iglesia católica en España que va desde la administración del patrimonio o las exenciones fiscales a los negocios opacos del Vaticano y el lucro con la educación. El autor, miembro de la redacción de infoLibre, lanza en la introducción: “Si la tomamos como una empresa —una forma parcial pero interesante de verla—, la Iglesia es una empresa en rescate permanente. Sus ingresos están privatizados; sus gastos, socializados”. El libro, publicado por la editorial Akal, llega a las librerías el 25 de febrero.

Hay un tópico de cariz anticlerical que niega de raíz cualquier atisbo de auténtica espiritualidad de la Iglesia y la presenta como una multinacional sin escrúpulos. Una gran empresa con su fundador carismático (Jesucristo), sus productos (Dios, el perdón, la salvación), su logotipo (la cruz), sus oficinas centrales (el Vaticano), su presidente ejecutivo (el papa), su consejo de administración (el colegio cardenalicio), sus delegaciones en todo el mundo y su clientela-rebaño. La comparación tiene su ingenio y hasta su interés. Pero hay que matizarla por inexacta. La Iglesia dedica una enorme cantidad de esfuerzo e interés al dinero, sí, pero no persigue como fin primordial el beneficio económico ni el reparto de dividendos. Sí carga, al igual que la empresa convencional, con una marcada tendencia a la inmoralidad en su comportamiento económico. Y los escándalos de las finanzas vaticanas han demostrado que también es permeable a la corruptela. Mucha culpa tiene el alto clero del éxito de la caricatura del cardenal lustroso, enjoyado y rijosín devorando manjares y dejándose besar el anillo. Pero sería impreciso equiparar sin más a la Iglesia con una sociedad anónima.

La Iglesia es otra cosa. Distinta de una gran empresa. No necesariamente mejor, pero otra cosa. La Iglesia persigue la riqueza, sí, pero lo hace para el mantenimiento o la extensión de su estructura. Fíjense, no digo que lo prioritario sean sus mensajes, sino su estructura en sí misma. La Iglesia aspira a seguir, seguir y seguir. A vivir, sobrevivir. A ver pasar el mundo y que el mundo pase por ella. A influir en una generación, en otra, en otra… Y para eso necesita estar, ser, existir. La Iglesia es devota de sí misma, se necesita, es su razón de ser. Y para lograrlo, para mantenerse, necesita una fabulosa cantidad de recursos. Organizaciones como el Opus Dei o los Legionarios de Cristo no son más que «Iglesias» dentro de la Iglesia que han sublimado la devoción por el metal, por el poder, por sí mismas, por su extensión e influencia. Su lógica va un paso más allá que la de la Iglesia en su conjunto, pero quizá nos ayuden a comprenderla mejor. La Iglesia es una empresa única en el mundo porque es un fin en sí misma, porque ni siquiera a su tarea teóricamente fundamental, predicar la palabra de Cristo, le otorga el menor sentido fuera de la Iglesia misma.

La Iglesia es rica, por supuesto. Por sus posesiones, por su patrimonio, por sus conexiones con el poder, incluso por el variado abanico de empresas que posee, en las que participa o invierte. Ingenuidad encontrarán poca en estas páginas. Claro que la Iglesia es rica. Pero no es ese su rasgo esencial. Más que rica, la Iglesia es cara. Más que lucrativa, es onerosa. Por desgracia, desconocemos su balance económico, tanto el vaticano como el español. No sabemos si en España está en pérdidas o en beneficios, porque sus finanzas están instaladas en el secreto y la dispersión. Pero un examen de sus actividades hace pensar que la Iglesia, más que en la lógica de ganar o perder dinero, propia de la empresa convencional, se mueve en la lógica de la supervivencia. La Iglesia necesita desesperadamente el dinero para sobrevivir. Más que para acumularlo y multiplicarlo, como es la norma de cualquier alumno aventajado del capitalismo, lo requiere como un hombre requiere del oxígeno. Más que avaricia, sufre dependencia. No desea el dinero tanto como lo necesita. Es como un diabético con su insulina. Es como un adicto con su droga. La Iglesia está enganchada a sí misma.

Sin dinero, la Iglesia muere. Sencillamente se apaga.

Si aceptáramos que la Iglesia es una empresa, sería, pese a su grandiosidad económica, una empresa mal adaptada al capitalismo. No puede moverse con la agilidad que reclaman las reglas del libre mercado. No puede aceptar fusiones, no puede cotizar en bolsa, no puede admitir que le entren fondos de un private equity, no puede hacer una ampliación de capital, no puede sacar nuevos productos al mercado ni retirar los que ya tiene, no puede imitar productos de la competencia… Claro, claro que la Iglesia ha incurrido en muchas de las peores prácticas del capitalismo, incluyendo la especulación y la elusión fiscal. Pero lo ha hecho sin el descaro y el convencimiento necesarios para extraerle verdadero rédito a la economía de casino.

La Iglesia necesita el dinero para vivir, pero no puede hacer todo lo que querría hacer para ganarlo y multiplicarlo. Y su problema –un problema cada vez mayor– es que en las sociedades secularizadas no tiene cómo generar dinero en cantidad suficiente para mantener su estructura. En el caso de España, una estructura gigantesca. ¿Cómo sostenerse entonces? Por supuesto, rascando dinero de donde puede. Recabando de sus fieles. Explotando sus bienes, vendiendo todo lo que puede vender –viviendas, libros, estampitas o dulces, tanto da–, cobrando por todo lo que puede cobrar, invirtiendo hasta donde sus reglas y la opinión pública permiten, alquilando todo lo alquilable. Y haciéndolo, como veremos, con múltiples exenciones fiscales.

Pero con eso no le llega. Ni de lejos. Porque por su colosal estructura necesitaría una operativa mucho más ágil que la que se permite realizar. Además, la explotación económica siempre es incómoda y arriesgada. Miren cómo les salió Gescartera, ¡qué bochorno! Y genera contradicciones y dudas y miedos y quién sabe si pecados. Y cuando sale a la luz alguna práctica contraria a esa caridad cristiana tan complicada de compatibilizar con la agresividad capitalista, pues los fieles se decepcionan, braman los anticlericales, se sonrojan sus eminencias. No, por más que la Iglesia se permita hacer negocios, nunca serán suficientes para mantenerse. Es demasiado grande, demasiado pesada, demasiado antigua. Hay algo en su naturaleza íntima que acaba chirriando en contacto con el mercadeo puro y duro. Necesita una fuente de ingresos más segura, más estable, menos sometida a sustos y vaivenes. Con menos margen de error.

Necesita al Estado, que en España es a la vez su espejo y su reflejo. Su otro yo. La Iglesia en España, desde siempre asociada con el Estado, no sabe vivir de otra manera que del Estado. Y eso es lo que le garantiza el acuerdo económico de 1979.

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