El tema del laicismo a que se ha referido el Papa Benedicto XVI en su visita los dos últimos días a Santiago de Compostela y a Barcelona, ha suscitado nuevamente la polémica, que mantiene un sector de la Conferencia Episcopal Española. Una polémica con la que preteden recuperar el poder que tenían en tiempos del Estado confesional y en la sociedad de cristiandad.
El espíritu de los teólogos del Concilio Vaticano II, que optaron por una Iglesia libre en un Estado laico o aconfesinal, ambos independientes y soberanos cada uno en su campo, es ahora motivo de conflicto.
La Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual dice así: Si por autonomía de las realidades terrestres se quiere significar que las cosas creadas y las sociedades mismas tienen sus leyes y sus valores propios, tal exigencia de autonomía es absolutamente legítima y responde a la voluntad del Creador (GS 36, 2).
El hecho de que el Gobierno español trate de ponerse a tono con los Estados modernos de Europa, lo tachan algunos obispos de laicista y de querer privar a los católicos y a toda organización religiosa de intervenir en la vida pública y en la sociedad. No se concibe a la luz de la doctrina conciliar que la Iglesia quiera imponer al Estado las leyes que estén en consonancia con su doctrina.
El sector conservador del episcopado no es consciente de que la Constitución pastoral citada se propuso entrar en diálogo con el mundo laico o secularizado de nuestro tiempo. En su negativa a esta apertura del Concilio pone de manifiesto que añora todavía la situación de cristiandad, que el teólogo Yves Congar consideraba finiquitada. He aquí su argumentación: Con la noción de mundo y la nueva apreciación del orden temporal, que aporta el Vaticano II, desaparece el antiguo régimen de cristiandad, que mantenía al mundo en estado infantil, porque lo absorbía la Iglesia.
En consecuencia, ha desparecido "el peligro de agustinismo político, que consiste en hacer depender la validez de las estructuras y las actividades temporales de su conformidad con la fe y el orden sobrenatural".
El empeño de devolverle la religiosidad a la sociedad actual es inútil, porque cada vez será más secularizada. Por tanto, si queremos comprenderla y comunicarnos con ella hemos de hacerlo en su inexorable secularidad.
Más aún, para la teología surgida del Concilio la secularidad del mundo moderno no es hostil a la fe, al contrario, el poder histórico de la fe acepta la secularidad del mundo y actúa liberando a este a la vez que se libera a sí misma de sus ancestrales mitificaciones.
En definitiva, la laicidad del Estado no es una desgracia para la fe cristiana, en todo caso será una desgracia para las falsas representaciones del cristianismo que se han hecho en el transcurso del tiempo.
(Francisco Margallo, Cristianismo y Secularidad. Manual de Nueva Teología Política Europea. Ed. Tirant lo Blanch, Valencia 2007, 128ss).