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Homeopatía sobredosis de nada

Vaya timo

Va una enfermera y le dice a Samuel Hahnemann: «Doctor, doctor, su paciente acaba de morir de una sobredosis». Y el inventor de la homeopatía se encoge de hombros y responde: «Normal: ¡se olvidó de tomar los gránulos que le receté…!». ¿No ha entendido el chiste? Entonces siga leyendo, porque eso significa que no sabe mucho de homeopatía. La 'gracia' está en que esta pseudociencia, contra lo que dictan las leyes de la física y la química -y también el sentido común, la verdad-, asegura que un fármaco es tanto más potente cuanta menor cantidad de él se tome: los preparados homeopáticos se caracterizan por la enorme disolución del principio activo en agua, alcohol o lactosa, según la presentación. Para hacerse una idea, en las diluciones 12CH hay una gota de la sustancia supuestamente curativa en una masa de agua equivalente a todos los océanos del planeta. Y hay diluciones 30CH y 200 CH… Eso explica por qué los 'suicidios homeopáticos' promovidos por organizaciones críticas con las pseudomedicinas se han saldado sin víctimas: el último de esos eventos lúdico-escépticos se celebró en todo el mundo el pasado febrero, cuando miles de personas en diferentes ciudades se tomaron botes enteros de presuntos somníferos homeopáticos. Uno de los participantes españoles admitía que le empezó a entrar sueño… tras celebrar la supervivencia con una copiosa comida.
El médico alemán Samuel Hahnemann (1755-1843) creía que era posible restaurar la salud estimulando el organismo para recuperar el «equilibrio vital». Sus experimentos consistieron en administrar distintas sustancias -de origen vegetal, animal o mineral- y ver qué síntomas causaban. Según él, «lo similar cura lo similar», de manera que un enfermo se cura con sustancias que causarían, en un individuo sano, los síntomas que él presenta. De ahí el nombre de homeopatía: 'homoios', similar, 'pathos', sufrimiento.
Siguiendo esa 'ley', lo ideal para combatir el insomnio es el café, pero, eso sí, a dosis «infinitesimales». Una gota de café diluida en cien gotas de agua es una dilución 1CH. Una gota de esa segunda solución en cien gotas de agua, 2CH. Y así sucesivamente, hasta alcanzar diluciones de 200CH. No hace falta saber mucha medicina para imaginar por qué los somníferos que tomaron los 'suicidas' -fabricados con bolitas de azúcar impregnadas en esa solución- no tuvieron el menor efecto.
Ninguna prueba
La campaña 1023, surgida en Reino Unido y extendida por todo el mundo, denuncia que la homeopatía «es una pseudociencia anticientífica y absurda que persiste como una forma aceptada de medicina complementaria, a pesar de que no hay ninguna prueba científica fiable de que funcione». El nombre de esta iniciativa hace alusión al número de Avogadro, 6 x 1023, que expresa el número de partículas de una sustancia que hay en un mol. Esa cifra es importante para comprender qué quieren decir los escépticos cuando afirman que en la homeopatía «no hay nada»: a partir de la dilución 12CH, no queda ni una molécula del principio activo en el fármaco.
En 'La homeopatía ¡vaya timo!' (Editorial Laetoli), el médico Víctor-Javier Sanz realiza un exhaustivo escrutinio de las 'leyes' de Hahnemann con el que el lector, además de conocer todos los argumentos científicos que ponen en cuestión esta disciplina, se tronchará de risa.
Sanz explica que, para salvar el pequeño contratiempo causado por las leyes de la física y la química a su sistema farmacéutico, los partidarios de la homeopatía aseguran que el agua tiene memoria, es decir, es capaz de 'recordar' las propiedades de una sustancia que tuvo disuelta antes, aunque ya no la contenga. El médico advierte que, para que los fármacos homeopáticos tuvieran algún efecto, el agua debería tener memoria selectiva, para acordarse de algunas de las sustancias que antes contuvo, y no de otras. Y, además, una considerable inteligencia, para poder aplicar sus propiedades cuando ella lo decidiera: sí a un enfermo de insomnio creyente en la homeopatía; no a un escéptico que va de cachondeo a un suicidio homeopático.
Un afamado seguidor de Hahneman, Jacques Benveniste, aseguraba que no solo el agua tiene memoria, sino que esta puede transmitirse por vía telefónica e internet. Esto le valió el premio Ignobel, que se concede a las investigaciones más extravagantes y absurdas.
Sanz, cardiólogo y médico de familia, cuenta divertidos 'homeochistes' como el que encabeza este reportaje, pero también se pone muy serio. Recuerda, por ejemplo, que la medicina en tiempos de Hahnemann era muy limitada y utilizaba remedios peligrosos e ineficaces, como purgantes, lavativas y sangrías, pero eso no es excusa para que los seguidores actuales de aquel «iluminado» sigan creyendo -o haciendo creer- en «embustes» como la existencia de una «fuerza vital» que mantiene el equilibrio del organismo o la consideración de los gérmenes infecciosos como resultado y no como causa de enfermedad.
Venta en farmacia
Juan Antonio Aguilera, profesor de Bioquímica y Biología Molecular de la Universidad de Granada, considera especialmente «escandaloso» que los fármacos homeopáticos se vendan en farmacias, como si fueran auténticos medicamentos. Hay que tener en cuenta que los fármacos convencionales son el resultado de mucho tiempo y dinero invertidos en investigación, mientras que muchos remedios homeopáticos son simplemente agua y azúcar. De ahí que resulte tan 'divertido' que los partidarios de la homeopatía acusen a los críticos de estar «vendidos a la industria farmacéutica», cuando en realidad quien se está haciendo de oro gracias a la credulidad de los usuarios es la multinacional Boiron, principal fabricante mundial de gránulos de azúcar.
El profesor recuerda que los fundamentos teóricos de esta pseudociencia son «ridículos», por lo que su único argumento es que, aunque no esté claro por qué, la homeopatía «funciona». «Es totalmente anticientífico», asegura.
Pero ¿funciona de verdad? Para Aguilera, la remisión espontánea de las enfermedades y el efecto placebo son los principales responsables de las curaciones atribuidas a la homeopatía.
Hay que tener en cuenta, matiza el profesor, que la homeopatía trata mayoritariamente enfermedades leves y crónicas. Las primeras, como el catarro o la gripe, curan solas, sin hacer nada, en la gran mayoría de los casos. En las segundas los síntomas mejoran y empeoran. «Muchos pacientes acuden a la homeopatía después de recibir un tratamiento convencional», recuerda. ¿Quién sabe qué debe atribuirse a cada remedio? «Es como el que reza a los santos. Si no funciona, no dice nada, y si funciona, cree que es un milagro», argumenta el bioquímico. Por otro lado, no todos los medicamentos homeopáticos lo son realmente: también se emplean fármacos convencionales y fitoterapia.
El efecto placebo se observa en ensayos clínicos en los que se administra a un grupo el fármaco a testar y a otro -el grupo de control- un fármaco falso, sin principio activo ninguno. Según Víctor-Javier Sanz, un 35% de los sujetos de los grupos de control como media experimentan una mejoría de su dolencia.
La prestigiosa revista médica 'The Lancet' publicó en agosto de 2005 un metaanálisis comparando 110 ensayos de medicina homeopática y 110 de medicina científica y concluyó que los efectos de la homeopatía son efecto placebo. En el mismo número, la revista publicaba un editorial bajo el significativo título de 'El fin de la homeopatía': lo sorprendente, señalaba el texto, no eran los resultados del metaanálisis, sino «el hecho de que este debate continúe, a pesar de 150 años de hallazgos desfavorables. Cuanto más se diluyen las pruebas en favor de la homeopatía, mayor parece ser su popularidad». El editorial lamentaba la actitud tolerante y políticamente correcta mantenida hasta ahora hacia la homeopatía y consideraba que ya es hora de dejar de perder tiempo y dinero en analizar sus resultados. «Ahora los médicos deben ser valientes y honestos con sus pacientes sobre la falta de beneficios de la homeopatía y consigo mismos sobre los fallos de la medicina moderna a la hora de satisfacer la necesidad de los pacientes de una atención personalizada».
No tan inocua
Para Juan Antonio Aguilera, el argumento de que la homeopatía, al menos, es inocua, es falaz. «Hace daño si impide que se utilice un método de curación eficaz. A veces se pierde un tiempo precioso», alerta. Para Víctor-Javier Sanz, además, las pseudomedicinas son peligrosas porque «crean falsas esperanzas» y «obstaculizan el progreso de la ciencia».
Y ahora, si todavía tiene ganas, ya puede reírse.

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