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¿Hasta cuándo abusarán de nuestra paciencia? · por Daniel Marín Gutiérrez

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El Observatorio recoge toda la documentación que detecta relacionada con el laicismo, independientemente de la posición o puntos de vista que refleje. Es parte de nuestra labor observar todos los debates y lo que se defiende por las diferentes partes que intervengan en los mismos.

Los efectos de la secularización que Marx y Weber habían previsto para la modernidad no se han cumplido. So sorry. Solo hay que darse un paseo por First Date ―el Juan y Medio de Mediaset― para comprobar cómo, a las primeras de cambio, las parejas se preguntan por sus creencias. El horóscopo, las energías, las prácticas orientales y el pensamiento mágico conviven con la cultura católica de muchos de los participantes. Sin embargo, el sociólogo flamenco Karel Dobbelaere sí que acertó a decir que la secularización no consiste en que la religión desaparezca sino en que se separe de los asuntos públicos.

El sociólogo español José Casanova, profesor en la universidad jesuita de Georgetown, afinó el debate afirmando que la secularización consiste en tres procesos: el decaimiento de las prácticas religiosas ―y está el CIS de Tezanos para recordarlo―; la privatización de la religión, es decir, que ningún credo meta sus narices en los asuntos públicos; y la emancipación de lo secular con respecto a lo religioso, que es lo que en su día intentó Manuel Azaña arrebatando la educación de las manos de las órdenes religiosas, lo que activaría uno de los resortes para que la Iglesia apoyase el golpe de Estado de 1936. Pero esa es otra discusión.

Todo esto viene a cuento de la millonada capillita para la organización de diferentes fastos de dudoso objetivo. Aunque no ha sido objeto de noticia con excesivo recorrido ―no sé si por falta de veracidad o por escaso interés―, el presidente de Adepa, Joaquín Egea, denunciaba en sus redes sociales que «la inversión prometida por la Junta destinada a la recuperación de Bienes Muebles en Andalucía, se ha gastado en la Magna sevillana».

En total, serían 600.000 euros que se ha comido la Iglesia hispalense para la organización de un evento privado. Asimismo, un grupo de políticos andaluces no tenía empacho en compartir imágenes en el día de ayer departiendo con el clero vaticano sobre la organización de las procesiones que tendrán lugar en Roma con motivo del Jubileo de las Cofradías. El alcalde de Málaga, la portavoz del gobierno andaluz o el concejal ‘popular’ de Sevilla, Álvaro Pimentel, aparecían junto la embajadora de España ante la Santa Sede, Isabel Celaá, y junto al mismísimo papa Francisco.

Lo llamativo de estas publicaciones es que estos representantes políticos eran descritos como «patrocinadores» de un evento que se presupone absolutamente religioso. La Junta de Andalucía, el Ayuntamiento de Sevilla, el correspondiente de Málaga y su diputación provincial aflojarán la manteca para que el Cachorro y la Virgen de la Esperanza de la capital costera hagan historia en la ciudad eterna.

A cuenta de la «estampita blasfema» de Lalachús en las campanadas de TVE, el arzobispo de Sevilla salió al paso parafraseando a Cicerón: hasta cuándo abusarás de nuestra paciencia, se preguntaba el prelado hispalense. Y eso mismo me pregunto yo ―y otros tantos miles de ciudadanos, católicos o no― cuando asisto atónito a la lluvia de euros que riegan desde las arcas públicas eventos que son exclusivamente privados y religiosos.

Que la Iglesia financie sus asuntos con el dinero de todo produce un doble mal: por un lado, molesta a quienes nos sentimos cómodos en esa sana separación entre la Iglesia y el Estado, pero es que, además, aceptando ese dinero en forma de «patrocinios», es la propia Iglesia quien contribuye a secularizar las procesiones. Como ya me pregunte una vez, ¿Cristo murió para salvar el turismo?

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