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Hacia una Educación para la Universalidad: Más allá de los ismos.

De la identidad local a la ciudadanía universal: el gran reto de la educación contemporánea.

Para leer el documento completo abrir el archivo adjunto. Se reproduce aquí la conclusión final.

III CONCLUSIÓN

La educación puede y debe ser un instrumento de desarrollo de la conciencia y de la transformación humana frente a la mera funcionalidad, económica y política dual. El gran recurso definitivamente vital para la evolución del conocimiento y la creación de una sociedad universal, más allá de la globalización, que no atiende el interior. Pero antes de entenderla de este modo hemos de poner toda nuestra atención en el que hemos considerado “problema principal del ser humano” y “reto número uno de la Educación”: su inmadurez generalizada. No se trata sólo de analizar las cosas que ocurren y de adoptar posturas conservadoras o críticas ante ellas, sino de indagar en las raíces de las causas de casi todo lo que aflora. 

Si tuviéramos que destacar una característica de la vida humana sobre la tierra esa podría ser el egocentrismo, individual y colectivo. Además de estar en la sociedad de acceso a la información, sobre todo nutrimos la sociedad del egocentrismo. De hecho, en esta sociedad de acceso a la información, cuando conviene, predomina la desinformación, no precisamente por su ausencia, sino por la permanente filtración y tergiversación parcial de los mensajes. Estamos identificados y muy polarizados en lo propio (político, nacional, cultural, económico, etc.) y tenemos verdaderas dificultades para interiorizarnos y autoconocernos, sentir desde los demás y converger desde la autoconciencia de ser en evolución. Éstas son las más graves dificultades de aprendizaje de las que algún día se debería ocupar la escuela. Lejos de esto, nos pasamos la vida anhelando rentabilidad y beneficio de puertas para adentro, avalados por rutinas de narcisismo insensible suficientemente compartido, y desde esta actitud alejamos a la humanidad de nosotros. O la alejamos o quizá sea que todavía no hemos llegado a ella. Lo hemos dicho muchas veces: “Somos el eslabón perdido”, y el reconocimiento de este breve atasco evolutivo entre el simio y el humano que podríamos llegar a ser, o entre el ser que somos y el posible, nos vuelve a proporcionar motivación para seguir luchando: es la revolución de las raíces y de la orientación.

En su día tuvo gran sentido social la “Crítica de la razón pura”, de I. Kant. Hoy lo tendría una “Crítica de la razón egocéntrica”. El pensamiento egocéntrico sostiene y nutre a todos los etnocentrismos y a la globalización, garantiza sus desarrollos sesgados, y taponan y lastra posibilidades de desarrollo de una “Educación para la universalidad”. Ocurre con ellos como lo que en su día pasaba con la escuela rancia y la educación activa. Pero una nueva ola de cambio radical está emergiendo en la sociedad y la educación, y la Educación para la Universalidad podría ser la síntesis o el epítome de todas. Sólo desde un pensamiento más fuerte, generoso y motivado por la formación y por la evolución humana, más allá de los ‘ismos’, las personas pueden romper o disolver los límites de su miopía y acceder gradualmente a la conciencia de universalidad. Para esto la globalización es una fase quizá necesaria pero muy insuficiente, porque se mueve desde y para la parcialidad. Una cosa es que la globalización sea un fenómeno global y otra -muy distinta- que mire por la globalidad o el bien común. El hecho de pertenecer a una parte privilegiada del mundo no debería ser un obstáculo para apoltronar la comprensión. Se trata de poner a prueba la calidad humana de nuestra formación así como la clase de educación que la fomenta, y en su caso, proponer redefinirla desde su fundamento y sentido global.

Nuestra conciencia ordinaria es fragmentaria, dual, parcial, egocéntrica, inmadura… La “conciencia de universalidad” -anhelo imprescindible aunque insuficiente de la Educación para la Universalidad-, podría conceptuarse como la capacidad que todo ser humano tiene de colocar los propios intereses en función de lo que favorece la evolución humana, más allá del ego personal y colectivo. Ello requiere la activación y la presencia preferente de la variable humanidad en los sistemas menores (nacionales, internacionales, educativos, etc.) y converger con otros por ella desde el natural anhelo común. El XXI puede ser el Siglo de la Educación. 

No es suficiente con progresar si se evoluciona tan poco interiormente, y esa evolución humana y ese progreso son consecuencias de la educación y el conocimiento. Para emprender esta ruta hay dos caminos básicos y complementarios que se encuentran casi al final de su destino: el interior (autoconocimiento) y el interior y exterior a la vez (Educación para la Universalidad). Sus desarrollos están relacionados con nuestras fortalezas y debilidades, tanto sociales como íntimas. Ambos son susceptibles de objetivos, capacidades, contenidos, formación del profesorado, planificación curricular, etc., porque expresan un sentir muy extendido, nada nuevo y mal diagnosticado: un ámbito de educación perenne del que la formación y la educación (formal, no formal e informal) no debieron separarse nunca. Aquí nos hemos dedicado a aproximarnos al segundo, la Educación para la Universalidad. Y somos optimistas en que un día no lejano se pueda incluir en el currículo, de un modo natural, si acaso con el formato de un “tema radical” (A. de la Herrán, y M. Cortina, 2006). Además, es mucho más difícil planificar las Matemáticas que planificar la Educación para la Universalidad.

Desde aquí proponemos su debate, digestión e inserción curricular, por su relevancia utópica: el horizonte interior y exterior sí cuentan en Educación, y su inclusión tiene mucho que ver con su caminar y sentido. Además, los horizontes no sólo se contemplan: los horizontes se buscan y se lucha por su realidad, y esto lo saben muy bien los pioneros. Ninguna persona sensible debería permanecer indiferente al sentido de la educación. Para nos parece importante reconocer que somos seres inacabados en medio de una situación permanentemente crítica, que la conciencia es la capacidad de la que depende la posible evolución humana, y que el gran recurso capaz de ampliarla y fortalecerla es la educación. Pero no cualquier educación: una educación redefinida. ¿Y para qué? Para que la conciencia de humanidad y universalidad vaya ganando terreno en interés social y en importancia personal a las conciencias fragmentarias o parciales, y a los consecuentes comportamientos egocéntricos que las sustentan y nutren. No estamos pidiendo demasiado, sólo lo que debemos.

Podríamos pensar que si “la UNESCO ha conseguido muchas veces que la humanidad (casi doscientos estados) se ponga de acuerdo en temas espinosos” (J.A. Ortega, 2007), cuesta creer que no pueda acordarse el inicio de una andadura hacia la progresiva construcción de un ámbito educativo que pueda contribuir a la evolución de todos los sistemas educativos, nacionales e internacionales. Pero seamos realistas: cuando un país o un estado suscribe un acuerdo o se pone de acuerdo en un tema supranacional espinoso, lo hace, bien porque le interesa, bien porque no le perjudica hacerlo. Salvo excepciones, son los ‘egocentrismos’ (nacionalismos) y no la ‘conciencia de universalidad’ lo que rige la motivación y las decisiones. Pudiendo ser así, querrá decir esto que el actual ‘estado de conciencia’ ordinario es parcial, inmaduro y adolescente. Los organismos internacionales como la UNESCO y la ONU son estructuras insertas en un retículo de sistemas nacionalistas. Esta es un poco la radiografía que cada día se saborea. Y si no se trabaja desde y para una Educación para la Universalidad y la educación para la disolución de los egocentrismos, tanto personales como colectivos, la difusión de las grandes ideas coexistirá con la más exquisita infertilidad. 

Porque, ¿de qué valdrá insuflar tanta energía al globo con tanto lastre y tanto cabo atándole al suelo? ¡Se acabará rompiendo o quemando…! Dicho con otra analogía: Intentamos enfriar un cacharro de sopa removiendo su contenido, simplemente dándole vueltas, ignorando la leña que arde debajo. ¿No habría, que apartarlo, o apagar o reducir la llama? Sin una atención decidida y consensuada a una Didáctica para la Posible Evolución Humana Masiva, con repercusión personal y colectiva, la batalla estará perdida de antemano, y emprenderla será absurdo. 

Las ideas solas no van a traer las soluciones. Más bien nuestro trabajo personal encaminado a promover el tránsito ‘del ego a la conciencia’ será lo que determine la orientación de la esperanza. Un 8 de marzo, día de la mujer trabajadora, Gabriel García Márquez terminaba una disertación ante jóvenes latinoamericanos diciendo:

A ustedes, soñadores con menos de cuarenta años, les corresponde la tarea histórica de componer estos entuertos. Recuerden que las cosas de este mundo, desde los transplantes de corazón hasta los cuartetos de Beethoven estuvieron en la mente de sus creadores antes de estar en la realidad. No esperen nada del siglo XXI, es el siglo XXI el que lo espera todo de ustedes. Un siglo que no viene hecho de fábrica sino listo para ser forjado por ustedes a nuestra imagen y semejanza, y que sólo será tan pacífico y nuestro como ustedes sean capaces de imaginarlo.

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