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Guatemala: A propósito del bicentenario

Desde sus mismos orígenes, las elites en Guatemala apostaron por el gatopardismo.

El 1 de enero de 1820, el teniente coronel del Ejército español, don Rafael de Riego, protagonizó un levantamiento militar contra la monarquía absolutista del rey Fernando VII. El episodio marcaría el inicio del “Trienio Liberal”, periodo en el cual España se convirtió en una monarquía constitucional, adoptando para tal efecto, la Constitución de Cádiz, la misma que estuvo vigente entre 1812 y 1814, cuando la península ibérica estaba ocupada por la Francia napoleónica. 

La Constitución de Cádiz, considerada uno de los hitos del liberalismo decimonónico, subordinaba el poder del rey a las Cortes, decretaba el laicismo, la libertad de culto y eliminaba los privilegios del clero y la nobleza. Mientras que los Artículos 10 y 11 de la Constitución reconocían a las colonias americanas como provincias del Reino, pero limitaba cualquier ejercicio de autonomía efectiva.

Es decir, para 1820 España apostaba por una receta política de liberalismo y constitucionalismo.

Entre tanto, en México y Centroamérica, los movimientos y rebeliones independentistas, protagonizadas primero por Miguel Hidalgo y Costilla, y luego por Vicente Guerrero, fenecían ante un reconstituido Ejército español. No obstante, ese giro hacia el liberalismo y hacia la modernidad en la Madre Patria generaba resquemor entre la elite comercial y el clero conservador centroamericano. Dicho resquemor se manifestó principalmente en la reticencia local a aceptar la restaurada Constitución de Cádiz.

En este contexto, las autoridades peninsulares, la elite criolla, el alto clero y los oficiales del Ejército real –simpatizantes del absolutismo y fervientes antiliberales– organizaron una serie de reuniones secretas para declarar la independencia de México y Centroamérica. Su ideal no era proclamar la libertad y la soberanía, sino restablecer la monarquía bajo la dirección de un infante español, que rechazara el laicismo y las instituciones constitucionales de Cádiz.

Ese espíritu fue el que dio origen al Plan de Iguala, proclamado por Agustín Iturbide, comandante del Ejército español en México. Sus tres principios materializaban el sentir conservador de la época: consagrar la unidad entre peninsulares y criollos, declarar la Independencia y la adscripción a la religión católica.

La venida a Guatemala de Vicente Filísola, delegado de Iturbide, aceleró el sentir de la elite de proclamar la Independencia de las Provincias de Centroamérica, la cual se suscribió en papel sellado de la Corona. Los notables que participaron de la junta nombraron como primer Jefe de las Provincias Unidas a Gabino Gaínza, quien hasta el 14 de septiembre ejercía el cargo de capitán general y comandante del Ejército español en Centroamérica. Vaya Independencia: el primer Presidente de la Centroamérica independiente era ni más ni menos que la última autoridad monárquica española. 

La Independencia, y posterior anexión a México, habrían de confirmarse en un Congreso Constituyente convocado para el 1 de marzo de 1822. No obstante, el Plan de Iguala fracasó. La invitación a un infante español para asumir la corona de un independiente Reino de México fue rechazada por la familia Borbón. Ante el vacío de liderazgo político, Agustín Iturbide fue proclamado emperador.

Sirva esta pequeña reseña para mostrar lo evidente. La Independencia de Guatemala no representa un sueño de libertad, ni la materialización de las ideas de la Ilustración, como sí ocurrió en las 13 colonias americanas o en América del Sur. Por el contrario, la emancipación centroamericana fue una reacción al liberalismo español, al temor por el laicismo y al deseo de mantener la subordinación a un monarca absoluto. En pocas palabras, cual gatopardo, la elite local apostó por aquella muy conocida receta de que “era preciso cambiar, para que todo siguiera igual”.

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