El Sumo Pontífice supo articular a través del activismo partidario una fina sincronía entre su condición eclesiástica y el segmento laico de su ser. Cómo fue su vínculo orgánico con el masserismo.
Un hecho histórico: el cardenal Jorge Mario Bergoglio acaba de convertirse en el primer Sumo Pontífice latinoamericano. "Me fueron a buscar casi al fin del mundo", dijo durante el atardecer del 13 de marzo ante miles de fieles que lo ovacionaban en la Plaza San Pedro, del Vaticano. ¿Acaso imaginaba en ese instante que su presunta complicidad con la última dictadura militar argentina iría a ser el primer gran escollo de su papado? Lo cierto es que se trata de un escollo muy embarazoso, al punto de que –a sólo 48 horas de ser elegido por los cardenales– el mismísimo portavoz de la Santa Sede, Federico Lombardi, salió a desmentir el asunto, originado en una añeja investigación del periodista Horacio Verbitsky.
El pasado miércoles, al abdicar de su apellido para convertirse en Francisco, respiró otra vez profundamente con su único pulmón.
El verdadero jefe político del papa
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