Sólo hay dos cosas infinitas, decía Einstein: “El universo y la estupidez humana, aunque de la primera no estoy tan seguro”. Si desde hace varias décadas, desde que los neocon tomaron el poder en este país de dios, estamos curados de espanto, entre otras muchas cosas, en lo que se refiere a estupideces y barbaridades en las noticias nacionales de actualidad, hay días y semanas en que esa circunstancia llega a límites que, sin duda, Valle-Inclán calificaría de esperpénticos.
Nos hemos quedado boquiabiertos con la sentencia contra Rato y Blesa, quienes no tendrán que ir a prisión, ni siquiera tendrán que pagar una fianza, ni acudir de manera periódica a los juzgados por el caso de las Tarjetas Black. Los argumentos que ha esgrimido el tribunal son como para salir corriendo y no parar. Vaya, unos angelotes; eso sí, multimillonarios, con cuentas en Suiza y con sociedades en paraísos fiscales. Por supuesto, personas de bien y “como dios manda” frente a ese cantante rapero, un perroflauta que ha sido condenado a tres años y seis meses de cárcel por ejercer su derecho a la libertad de expresión, en concreto por escribir una letra de una canción en la que expresa que “los borbones son unos mafiosos”. Se le ha considerado culpable por delitos de enaltecimiento del terrorismo. Hace ya tiempo, la verdad, que me suelo preguntar qué es realmente y dónde se sitúa el terrorismo más real. Pero así son las cosas.
Hace dos días leía en la prensa que han hallado enterrados en una fosa cerca de mil niños en un convento católico irlandés. Se trata de restos y esqueletos de niños “de entre 36 semanas de gestación y dos o tres años”. Me gustaría saber, la verdad, la opinión de tantos y tantos antiabortistas que esgrimen defensa de la vida cuando, quizás, lo que hacen es colaborar con determinados intereses. Aunque este tipo de hallazgos, según me cuentan, son y han sido siempre frecuentes y sistemáticos en todos los lugares religiosos de clausura. Ni quiero pensar lo que ocurrirá en los lugares de clausura del Islam. Quizás las ideas que vierten las religiones, especialmente las monoteístas, tan enfáticamente, sobre valores, bondad, moral y espiritualidad no se correspondan con la realidad, sino, por tantas evidencias, con todo lo contrario.
Y en medio de todo esto, y mucho más, una organización civil, de ideología ultracatólica y ultraconservadora, pone a circular un autobús con un mensaje surrealista, insolidario, fundamentalista, transfóbico y absolutamente intolerante, que reduce a los seres humanos a su genitalidad. Es más, de lo mismo; es esa inquietud de algunos que, llevados por un dogmatismo intolerante, no aceptan la diversidad que nos rodea, esa maravillosa diversidad que es una de las grandes riquezas de la vida. Son esos que destilan odio hacia el diferente, hacia el extranjero, hacia el inmigrante, hacia las mujeres, hacia los que piensan, sienten o viven de otro modo.
Son esos mismos que, por sistema, no respetan a los que no profesan sus ideas y no sean de su grupo, y son esos mismos que exigen con soberbia respeto cuando se critica esa actitud. Demandan un respeto que jamás otorgan. Exigen a los demás que crean lo crean ellos, que piensen y sientan como ellos, que vivan como ellos. Son incapaces de entender que la norma es arbitraria, que lo normativo no es sinónimo de lo bueno, que los mismos derechos que piden los tienen los demás. Son los de “Si no crees, respeta”, mientras que la intolerancia es su estandarte, y como si los mitos en los que ellos creen fueran lo único en lo que se puede creer, y lo único que se debe respetar.
No entienden que la homosexualidad no es “pecado”, ni la transexualidad tampoco; son condiciones con las que se nace en base a la biodiversidad de la vida, esa que tanto les molesta y que pretenden aplastar en un único modelo que satisfaga su inseguridad ante la grandeza, la riqueza y la multiplicidad de la existencia. No entienden que el pecado es realmente ponerles mordazas y cadenas a la vida y a los “diferentes”.
Es, por otra parte, incomprensible, tanta obsesión por la genitalidad humana. Y resulta también incomprensible que se empeñen en imponer el baremo de lo que está bien o está mal cuando la Iglesia ni siquiera condena los abusos de pederastia que se producen entre sus filas. Quizás eso sí sería lo que habría que condenar, y no a los niños y adultos que quieren ser ellos mismos, si nacen en un cuerpo equivocado. Niños o niñas… la vida es mucho más. Porque, en realidad, como dijo del filósofo anarquista Bakunin, la uniformidad es la muerte y la diversidad es la vida. Ése, quizás sea el reto, conseguir convivir aceptando las diferencias que, por otra parte, no son otra cosa que distintas manifestaciones de la misma unidad.