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Galaxia

Galaxia es una palabra griega que significa extensión de leche. Durante miles de años en la oscuridad de la noche la humanidad ha contemplado esa lechada de estrellas coronando nuestro planeta y ha creído que allá en lo alto había un trono de oro ocupado por un toro omnipotente, que vigilaba nuestros actos, fiero o misericordioso, según convenía a sus servidores de acá abajo. A lo largo de la historia la mirada humana hacia el misterio de la noche estrellada ha ido evolucionando: primero fue religiosa, luego se hizo poética y finalmente ha entrado en poder de la ciencia. La Vía Láctea es una entre miles de millones de galaxias del universo explorado por los telescopios. Mide 100.000 años luz de largo y 20.000 años luz de ancho. Según un cálculo aproximado del astrónomo Steven Vogt, solo en la Vía Láctea, pese a ser una de las galaxias más pequeñas, puede haber 40.000 millones de planetas habitables como el nuestro. Uno de ellos se denomina GJ581g. Dicho esto hay que sentarse en un sillón muy cómodo para contemplar con una mirada nueva el cielo estrellado con un whisky en la mano sabiendo que estamos infinitamente coronados por una vida tan sucia, proteica y maravillosa como la nuestra, movida por la misma hélice universal. Los antiguos ya daban a algunas constelaciones nombres de animales, cisnes, canes, tauros, escorpiones. Solo eran imágenes geométricas, que gobernaban nuestro destino. Pero a estas alturas Dios es ese toro sagrado al que la física moderna ha agarrado ya por el rabo. El cerebro humano tiene la capacidad de viajar a mayor velocidad que la luz hasta el límite del espacio y el tiempo. Si el pensamiento no es más que una descarga magnética, a bordo de ella se puede llegar en un instante a cualquier galaxia donde sin duda alguna ahora mismo estará tocando el piano otro Duke Ellington o cantando otro Frank Sinatra o croando las ranas en infinitas charcas. No es necesario levantarse del sillón de mimbre. Esa extensión de leche nocturna de allá arriba está a nuestro alcance en el fondo del vaso. Hoy solo son teólogos los científicos y la fe consiste en creer a ciencia cierta que el sonido de los grillos y las ranas junto con las risas de la fiesta en la casa de al lado se produce a miles de años luz en otra galaxia.

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