El ex franciscano español Felipe Izaguirre compartió una mesa con el sacerdote capuchino Puigjané, el evangélico Blatezky y el experto Bauer.
El grupo de invitados, no más de 15 personas, sabía que Felipe Izaguirre hablaría de la cárcel y las torturas sufridas en los años sesenta. De los cientos de religiosos asesinados a partir de la Guerra Civil. De los republicanos arrancados de parroquias pueblerinas, escondidos gracias a la gestión de curas anónimos. Y, sobre todo, de una investigación iniciada por él mismo y que la jueza María Servini de Cubría tomará como caso testigo para determinar la complicidad de la jerarquía eclesiástica española en el genocidio franquista.
"Palabra de un combatiente capuchino", se escuchó, y la sonrisa de Antonio se hizo más grande. Pidió que "la jueza Servini tenga agallas para seguir adelante hasta el fondo". Puigjané recordó que "no hay fronteras para las violaciones a los Derechos Humanos y tampoco para perseguir y juzgar a los responsables".
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