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Franquismo: piden a Servini que investigue vínculos con la Iglesia

El ex franciscano español Felipe Izaguirre compartió una mesa con el sacerdote capuchino Puigjané, el evangélico Blatezky y el experto Bauer.

El grupo de invitados, no más de 15 personas, sabía que Felipe Izaguirre hablaría de la cárcel y las torturas sufridas en los años sesenta. De los cientos de religiosos asesinados a partir de la Guerra Civil. De los republicanos arrancados de parroquias pueblerinas, escondidos gracias a la gestión de curas anónimos. Y, sobre todo, de una investigación iniciada por él mismo y que la jueza María Servini de Cubría tomará como caso testigo para determinar la complicidad de la jerarquía eclesiástica española en el genocidio franquista.

Izaguirre hizo todo eso, que de por sí, era mucho. Pero no lo escucharon sólo militantes de congregaciones que resistieron a la dictadura y hoy trabajan en redes sociales conformadas por curas villeros, misioneros barriales y referentes de la Teología de la Liberación.
 
En una mesa dispuesta en la biblioteca del Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos (MEDH), el primero que saludó dando la bienvenida fue Arturo Blatezky. Los demás jóvenes agradecieron el gesto. Pero para los más grandes, fue la primera sorpresa de la tarde. Nunca habían visto tan cerca, mate de por medio y como si estuvieran en su casa, al pastor evangélico de ascendencia austríaco-alemana, denunciante contra el cura genocida Christian Von Wernich; compañero de Jaime de Nevares, Jorge Novak y Miguel Hesayne; entrañable amigo de Osvaldo Bayer; "escondedor" de perseguidos políticos en su viejo comedor infantil de Quilmes; nexo entre la comunidad luterana de la Argentina y los grupos católicos que resistieron al golpe de Estado.
 
"Traje a un persona muy querida", dijo, y antes de que Izaguirre arrancara, le tocó el brazo a Alfredo Bauer. Nacido en Viena, Bauer es el mayor experto en nazismo del país. Exiliado aquí desde 1938, referente del mítico club socialista Vorwartz, miembro honorario de la Asociación Argentina de Germanistas y permanente agitador de la pelea judía contra los genocidios en cualquier parte del mundo, Alfredo –nacido en 1914– tiene un perfil tan bajo y una humildad tan grande que a medida que Arturo lo presentaba, se iba hundiendo en su silla, para pasar desapercibido. Imposible con tan poca gente.
Pero faltaba el final del comienzo, porque la charla empezó después de la llegada de la última sorpresa. "Tenemos una gran esperanza en que la querella contra el franquismo avance en este país, por eso hemos venido y por eso estamos dispuestos a declararle a la jueza todo lo que sabemos", empezó Izaguirre, interrumpido por el ruido de la puerta del salón. El hombre que entraba en una silla de ruedas, de sonrisa enorme y barba inconfundible, se disculpó: "Perdón, llegamos un poco tarde, pero me interesaba el encuentro". Aún con un ACV que le impide caminar, Antonio Puigjané estaba ahí en el MEDH, curioso por un viejo franciscano vasco que cruzaba el Atlántico y venía con el objetivo de aportar datos importantes a la única querella que tramita contra el franquismo en el mundo.
 
Sin querer, ya estaba formada la cumbre.
 
"Emociones fuertes". Izaguirre llegó a Buenos Aires como parte de una delegación de 30 españoles, entre legisladores, militantes, abogados y familiares de asesinados por el franquismo, que declararán durante toda esta semana en el proceso llevado adelante por Servini. Pero su papel es especial. Agregará a la causa un informe completo de la manera en que la iglesia española formó parte del genocidio iniciado por Francisco Franco en la década del '30, y por el cual en 2010 se presentó una demanda masiva exigiendo la investigación sobre 115 mil desapariciones y 30 mil niños robados a familias republicanas, cuyas identidades fueron cambiadas con documentación falsa, incluso en épocas democráticas.
 
La carpeta con la información, que la jueza recibirá en su despacho, describe 16 casos testigo de sacerdotes secuestrados y torturados en la cárcel de Zamora durante la década del '60, especialmente montada por Franco para encerrar a religiosos que resistían la dictadura y refugiaban a grupos opositores.
 
"Son días de emociones fuertes –dijo Izaguirre–, sobre todo después de visitar el centro clandestino de detención El Olimpo y el Parque de la Memoria. Es increíble lo que hace este país por los Derechos Humanos, ojalá en España se pudiera lograr algo parecido". El ex franciscano, expulsado de la Iglesia por la dictadura franquista, es en la actualidad la referencia más importante de España a la hora de hablar de aquella complicidad católica con miles de crímenes y sepulturas clandestinas en fosas comunes. "Era un crío cuando estalló la Guerra Civil, pero mi colaboración a la querella demuestra que la represión no se limitó a las décadas del '30 y '40, sino que continuó después, aún en períodos democráticos."
 
Izaguirre se ordenó franciscano en 1964, año en que, según describió, "la opresión cultural hacía que la gente estuviera como hipnotizada, la social prohibía hablar y reclamar derechos a los trabajadores, y la política impedía que alguien se manifestara en contra del régimen". Las homilías dedicadas a los pobres, que además denunciaban desapariciones y crímenes de republicanos y militantes políticos durante los comienzos de la ETA, motivaron que Franco ordenara su traslado a varios destinos alejados de Madrid, algo que la jerarquía de su propia orden no cuestionó. Cuando en 1965 el dictador dibujó un referéndum para querer validar su gobierno en Bermeo, Izaguirre juntó a sus fieles en la iglesia y les dijo: "No me voy a meter en cómo van a votar, pero fíjense bien qué hacen. Franco destruyó Guernica, muy cerca de aquí. Y es el responsable de tanta injusticia y derechos pisoteados. No se dejen engañar." La Guardia Civil le respondió con una vieja técnica de tortura: lo esposaron con los brazos en la espalda, obligándolo a caminar durante un día entero en una celda de cuatro metros cuadrados. A la noche, lo molieron a palos. "Me dieron leña y leña –recordó–, pero no podía hacer otra cosa. ¿Para qué era sacerdote si no podía denunciar la injusticia?"
 
Su expulsión llegó en 1975. Viajó a la India y comenzó a militar en el marxismo. "Seguí haciendo lo mismo, pero desde fuera de la Iglesia –relató–. Esa es la razón por la que nos sumamos a la querella. Servini está interesada en saber cómo se dio esa complicidad, porque si bien ya no estamos en dictadura y nuestra democracia es una formalidad, en España ese doble juego de Iglesia y política continúa."
 
Izaguire afirmó que "Franco decidía quiénes eran sus obispos confeccionando ternas. Y hoy, esos obispos son nombrados por un 'facha' como (Antonio) Rouco Varela, cardenal presidente de la Conferencia Episcopal Española. Lo más gracioso es que los dictadores me amenazaban permanentemente con deportarme a América, y especialmente a la Argentina, como si aquí estuviera el mismísimo demonio". En ese momento, uno de los presentes en la reunión dijo: "Seguramente, a la casa de Puigjané", y todos rieron. 
 
En su intervención, Puigjané destacó la problemática de las jerarquías católicas. "Siempre fue un gran problema en nuestro continente, tan castigado por el genocidio. Nunca reconocieron nada y por eso es tan importante recordar a los que sí lo hicieron, como nuestro obispo mártir Enrique Angelelli. Otro valiente fue Carlos Bustos, secuestrado el 8 de agosto de 1977 en la iglesia de Pompeya. Una sola de esas vidas vale décadas incansables de lucha", destacó el cura capuchino.

"Palabra de un combatiente capuchino", se escuchó, y la sonrisa de Antonio se hizo más grande. Pidió que "la jueza Servini tenga agallas para seguir adelante hasta el fondo". Puigjané recordó que "no hay fronteras para las violaciones a los Derechos Humanos y tampoco para perseguir y juzgar a los responsables".

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