Con Berlusconi ejerciendo de oyente (a veces aplaudía entusiasmado, otras veces ponía una sonrisa de compromiso) y con la platea llena de halcones de la derecha más rancia y gritona, Fini tuvo el sábado el arrojo de lanzar ante el triunfalista congreso constituyente del PDL todas sus ideas y sus críticas.
El presidente de la Cámara de Diputados empezó su discurso agradeciendo a Berlusconi la "lúcida locura" que le llevó a entrar en política, y a partir de ahí no hizo otra cosa que ponerle en apuros. Le animó a pronunciarse sobre el referéndum que debe aprobar el sistema electoral en junio; le sugirió que acerque al Partido Democrático a una "gran reforma constitucional" que garantice un nuevo equilibrio de poderes racional y justo, y recriminó en público la aprobación en el Senado del proyecto de Ley de Testamento Biológico. Los senadores del PDL, en pleno rapto de ateísmo devoto, esbozaron una ley más restrictiva aún de lo que exige la doctrina de la Iglesia. "Ese texto", dijo Fini sin respirar, "es digno de un Estado ético, no de un Estado laico".
Colocándose a la izquierda no ya de la Liga del Norte y del PDL, sino también del PD, vislumbró además una Italia "que en diez años será multiétnica y multirreligiosa", pidió un pacto norte-sur para "liberar al país de las mafias y del poder político subterráneo", reclamó un gran acuerdo entre capital y trabajo, y exigió educación y solidaridad para guiar con templanza el "histórico proceso" de la inmigración.
Fini fue de largo el más aplaudido de todos los segundones (el otro candidato es Tremonti), y al final, el Rey Silvio subió al palco, le besó, le levantó la mano y le designó, o al menos eso pareció, heredero in péctore.
Pero ayer, en su discurso, Berlusconi no hizo ni mención a sus retos ideológicos, alimentando otra vez la duda crucial. ¿Será Fini la cabeza pensante de una posderecha moderna, abierta y realmente democrática o acabará convertido en comparsa de una nueva etapa de populismo chistoso y plebiscitario?