Tres comentarios breves e independientes sobre la implantación en Cataluña de un plan piloto para impartir religión islámica en sus escuelas públicas:
I. Ahí no han sido hábiles los negacionistas del coronavirus: si se hubieran presentado como una religión y no como un grupo (pseudo)científico, los medios tendrían que haber sido mucho más tolerantes con ellos y las autoridades sanitarias no podrían haberlos descalificado como han hecho. Como mucho, Fernando Simón hubiera manifestado que respeta la opinión de Médicos por la Verdad, aunque no la comparta. Declararte mensajero de algún dios te garantiza reverencias y miramientos que nunca se otorgan a priori al que sólo habla en nombre de sí mismo.
Y si llegasen a representar al tres o cuatro por ciento de la población -un momento, ¿no lo son ya?-, podrían exigir que la Religión Conspiranoica se impartiera en las escuelas públicas a aquellos alumnos cuyos padres así lo eligieran. ¿Qué les falta a los negacionistas para ser una religión? ¿Llevar gorritos ridículos? ¿Ser machistas? ¿Tener todos sus delirios agrupados en un libro? ¿Rezarle a una estampita en donde San Miguel Bosé aparezca tocado por una aureola circular? ¿Qué les sobra a los creyentes en el islam para ser un grupo de negacionistas?
II. La escuela pública no está para obrar in loco parentis, actuando como una extensión del hogar, sino para lo contrario: para sacar a la infancia de sus casas y socializarla en un entorno que garantice que, se venga de la familia que se venga, todo habitante miembro de un Estado tendrá la formación común mínima, los conocimientos y valores básicos que se consideran necesarios para vivir en la república. El carácter democrático del Estado es el que legitima que la escuela pública no tenga complejos a la hora de actuar con firmeza como tal.
Da igual que en la familia no se valore la alfabetización: al alumno se le va a enseñar a leer; da igual que no se valore el país: al alumno se le va a enseñar su historia, buscando que entienda que forma parte de ese proyecto y no es un adán recién llegado a un centro comercial; da igual que en su familia se practiquen supercherías: esos valores que han demostrado llevar al atraso y al enfrentamiento no tienen cabida en la escuela pública. Esto no convierte al Estado en un Estado totalitario, tan sólo lo ratifica como un Estado político, algo más que un montón de colonos desperdigados por las llanuras del Medio Oeste.
III. Exijo la asignatura de Ateísmo. Sin medias tintas. Si la legislación garantiza que la educación pública acogerá las creencias familiares acerca de los dioses exijo que acoja a ese quince por ciento de españoles que afirmamos no sólo que los dioses no existen, sino que no pueden existir. Si a cristianos y mahometanos se les permite que se metan en las aulas públicas para contar a los niños que todas las religiones están equivocadas menos la suya, ha de cederse un espacio de igual tamaño a ateos para contar a los niños que todas las religiones están equivocadas, incluidas las de los cristianos y mahometanos.
Más allá de la etimología del término, el ateísmo no es sólo la mera negación de los dioses, sino una postura trascendental, filosófica y moral propia que tiene el mismo derecho a ser defendida que las creencias en dioses como Cristo o Alá. Pero abandonen toda esperanza: tendremos asignaturas de Terraplanismo, Diseño Inteligente, Reproducción Sexual no Binaria o Zoroastrismo antes que una asignatura de Ateísmo. La ley obliga a que los padres decidan en qué creencias se va a educar a sus hijos en la escuela pública. Siempre que dichas creencias sean insensateces, claro.
José Errasti
__________
*Los artículos de opinión expresan la de su autor, sin que la publicación suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan todo lo expresado en el mismo. Europa Laica expresa sus opiniones a través de sus comunicados.