Así reza el título del último libro del presidente de Europa Laica, Francisco Delgado, según el cual el diagnóstico de la democracia y la educación españolas es similarmente preocupante.
Francisco Delgado (Albacete, 1949) ha destacado en los últimos años por presidir Europa Laica, asociación muy activa en la reclamación de que la vida pública de los españoles sea realmente aconfesional, como proclama la Constitución de 1978. Sus preocupaciones por este asunto nacieron, en todo caso, emparejadas con actividades anteriores cuyo objetivo inmediato era la calidad democrática de nuestro sistema educativo. Por formación y profesión, por desempeño de cargos públicos -diputado, senador, concejal y miembro del Consejo Escolar del Estado en diversas legislaturas-, y por implicación en asociaciones como CEAPA, la educación que tenemos, con sus defectos, virtudes y expectativas, ha estado preferentemente en el centro de su atención. De hecho, no es la primera vez que escribe sobre ella. De su pluma son La escuela pública amenazada (1997), Hacia la escuela laica (2005) y multitud de colaboraciones, artículos y conferencias en que la evolución de los asuntos educativos, los derechos del niño y el deporte escolar han prestado ocasión sobrada para expresar su pensamiento.
Lo nuevo en este volumen que acaba de publicar reside en que en sus páginas se entremezclan de manera más viva, por plenamente actual, las cuestiones principales que imbrican simultáneamente la educación española –sobre todo la escolar, en sus etapas obligatoria y postobligatoria- y nuestro sistema de convivencia. Por veces, produce la impresión de que lo que sucede en la escuela anticipa cómo será de inmediato nuestra sociedad y, las más, acontece a la inversa, de modo que la escuela aparece a menudo como espejo fiel de lo que ya la sociedad está siendo. Y en esta conjunción de miradas el autor da especial relevancia al equívoco tratamiento, aconfesional y privilegiado a un tiempo -al amparo del artc. 16.3-, que se da a las creencias religiosas y, de manera particular a las que propaga la Iglesia Católica; principalísimamente en la escuela, pero también en muchos otros órdenes de la vida pública -como los protocolos de Estado, el ejército, el sistema penitenciario, el patrimonio artístico y cultural, el sistema tributario de Hacienda y otros aspectos.
Este análisis de la situación ambiental en que se mueve mucha de la actual vida política española tiene algunas peculiaridades. Sobre todo, un tratamiento diacrónico, que arranca con la primera ley educativa española relevante -la Ley Moyano de 1857-, va adquiriendo nuevos perfiles con el paso del tiempo y, en un momento que ya enlaza con el proceso de formación del autor, se tiñe de nacionalcatolicismo. Posteriormente –en la transición y los primeros gobiernos socialistas-, empezará a ser objeto relevante de sus propias actuaciones políticas. Aquí reside, a mi modo de ver, la parte más interesante del libro, pues permite seguir de primera mano la pugna constante del autor en pos de la línea más clásica del laicismo –inspirada en la Ilustración francesa-, y con ella el proceso de cuantos en este recorrido han experimentado decepciones de diverso grado por no haber conseguido todavía un Estado menos confesional, pero que no han abandonado, pese a todo, el afán por lograr espacios más libres y comunes, en que todos, creyentes y no creyentes, agnósticos de una o de todas las religiones y sectas, puedan tratar sin condicionamientos ni dogmatismos previos los asuntos de convivencia que afectan a todos.
El título de este libro alude claramente a la expectativa general que los acontecimientos de los últimos tiempos inspiran al autor. No son tiempos para la lírica y sí para estar alerta. La perspectiva cruzada de intereses –no precisamente espirituales- y las contradicciones que generan en la dinámica social, nos ponen en la pista para entender mejor cuál pueda ser el futuro de este presente en que estamos inmersos. Si no le ponemos remedio, el panorama se presenta sombrío o, incluso, problemático, tanto para la Escuela Pública como para la propia Democracia a que ésta dice responder. La una es ya “evanescente” y la otra se encuentra –al decir del autor- en “desmantelamiento progresivo”, de modo que quienes fían a ambas la protección y amparo de lo compartido, lo público y capaz de arroparnos a todos en la intemperie provocada por diversas crisis, corren el riesgo del escepticismo total. Algo muy distinto de lo que oficialmente se encargan de publicitar voces oficiales y oficiosas, pero que puede desembocar en fragmentaciones y enfrentamientos de mayor calado que los ya existentes.
Las denuncias del autor son, en este sentido, una llamada de alerta. En realidad, se trata de un lamento por lo que no hay. No pertenece, sin embargo, al género jeremíaco, tan en boga, sino que plantea perspectivas de cómo podrían y deberían ser las cosas: qué líneas primordiales debiera tener nuestra democracia y, con ella, la escuela pública que todos debiéramos compartir, defender y fortalecer. Visto en positivo, este libro-río al que afluyen multitud de vivencias, debates y activismos varios por causas cívicas, permite –y no es su mérito menor- ver la historicidad de nuestras propias vidas. Frente a quienes comulgan con verdades y situaciones inamovibles y eternas, esencialistas e imperturbables, estas páginas muestran cómo en España –aunque persistan reclamaciones y demandas fuertes- ya se han experimentado mutaciones y cambios profundos difíciles de retrotraer. Pero también señalan que, en este fluir de los acontecimientos, es preciso seguir peleando por que no se pare el avance en derechos y libertades de la mayoría. Para quienes no ambicionen caer en la irrelevancia o en el desastre, el libro de Delgado es un aldabonazo. Tanto para que nuestra Democracia no se pierda en formalidades burocráticas poco ligadas a los problemas ciudadanos, como para que la Escuela pública que tenemos pueda desarrollar todo su potencial inclusivo, difusor del conocimiento e integrador de las más diversas sensibilidades en libertad, condiciones esenciales de la igualdad democrática.
De gran provecho será esta obra para cuantos compartan estos ideales. Es un libro de urgencia, escrito a borbotones, como a impulso de los problemas que nos acechan de continuo. No cumple muchas de las formalidades meticulosas de los libros académicos, pero tiene sobrada vitalidad para despertar la atención de cualquier ciudadano preocupado por asuntos que le atañen de lleno. Incluso para aquellos que ponen sus desvelos en una restauración o regeneración de presuntos agravios a la unidad esencial de España, puede ser de provecho advertir que las libertades y la igualdad democráticas -en la escuela y en muchos otros espacios de lo público- son vitales. Las escuelas, ante todo, han de ser espacios para unir y reducir tensiones, única fórmula de que el odio y las obsesiones distintivas desaparezcan. Urgen vías, métodos, pedagogías, sistemas y personas que se afanen en ampliar el mapa de lo que acoge y lo que abre, en vez de privilegiar lo que excluye, encierra e incomunica. Nos sobra gente humillada y ofendida, postergada y abandonada por los prepotentes: las escuelas donde se cultiva y propaga la segregación…, las imposiciones gratuitas que sólo favorecen la selecta desafección –con desprecio de los derechos humanos fundamentales, nos saldrán muy caras.
De la oportunidad de este opúsculo dan fe los últimos acontecimientos protagonizados por la propia Iglesia Católica en España. La nueva presidencia de su Conferencia Episcopal (CEE) ha sido presentada como un cambio de talante, fruto del “efecto Francisco”. En sí misma, esta noticia –que puede seguirse en la web de EUROPA LAICA, (https://laicismo.org/detalle.php?pk=30499)- es indicativa de la propia historicidad de la Iglesia, cambiante y adaptativa a tiempos y lugares diversos, sin que necesariamente implique avances significativos hacia la inclusión y el diálogo con otras sensibilidades. Este libro de Delgado, sin embargo, va más allá. Lo que plantea es si -en este momento preciso- esa pregonada voluntad o necesidad de cambio la inducirá a promover –o, al menos, facilitar- que los españoles modifiquen el privilegiado statu quo en que sigue instalada. Su múltiple dependencia económica del Estado y su superior posición adoctrinante en y desde la Escuela Pública son dos capítulos muy aptos para concretar el alcance de la presunta voluntad de cambio y, sin retórica meliflua, dar consistencia testimonial a sus mensajes de “solidaridad”, “misericordia” y “servicio a los más pobres”. Cuando la LOMCE –y otras leyes últimas del Gobierno- juegan a la contra y son muchas las críticas intraeclesiales que amenazan con dejar la “era Francisco” en buenas palabras, este libro puede ser de gran ayuda para repensar cualitativamente estos condicionantes de una democracia de todos.
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