«Cada vez somos más las personas que apoyamos la eutanasia o el suicidio asistido. Y esta opción no es (esto importa) ni de izquierdas ni de derechas, es puro humanismo»
Jean Luc Godard (1930-2022) y la expresión «suicidio asistido por el Estado» nos sugieren mucho y más y mayor reflexión. Godard, aunque ya retirado -tenía 91 años- fue un icono de la «nouvelle vague» del cine francés, años 60 sobre todo, con películas imprescindibles en mi juventud cinéfila, como ‘À bout de souffle’ o ‘Pierrot le fou’, ambas con Belmondo. También estuvieron ligadas a él actrices y mujeres tan emblemáticas de aquel mundo como Anna Karina o Jean Seberg. Vivía Godard en un pueblito de la Suiza francófona, desde hacía años, y allí decidió (noticia de este 13 de septiembre) que ya no quería vivir más, porque todo sería demasiado duro. Las leyes helvéticas contemplan y amparan el «suicidio asistido». ¿La eutanasia? Aunque la frontera entre ambas puede semejar un débil hilo, no se consideran lo mismo. En la eutanasia al que va -y quiere y desea- morir, los médicos le administran ellos los fármacos. En el suicidio asistido se los ponen delante. El suicida voluntario toma con su mano las pastillas o activa un mecanismo que le inyecta. No puede caber duda de que él mismo lo hace. Claro que en la eutanasia (en griego buena muerte) el suicida ha expresado y firmado su deseo explícito de morir. Ambas son formas buenas, que intentan subrayar para mentes muy cerradas que no quieren percatarse, que suicidio asistido o eutanasia son actos voluntarios y libres, compatibles con que haya gente enferma o mayor que prefiera dedicar sus dolores o padecimientos a la Virgen del Perpetuo Socorro, por ejemplo. Si uno es libre -y está muy bien que así sea- para morir sufriente o entubado por motivos religiosos o de alguna ética de llegar al fin, de vivir «la muerte propia» como decía Rilke, debía resultar igual de libre y lógico lo otro, morir porque no se desea sufrir o porque la vida (hablamos de libertad individual) ya no ofrece nada que compense…
No creo equivocarme si digo que cada vez somos más las personas que apoyamos la eutanasia o el suicidio asistido. Y esta opción no es (esto importa) ni de izquierdas ni de derechas, es puro humanismo. Pero, aunque mucho se invoque al Cristo de la Buena Muerte -reitero Eutanasia- la Iglesia Católica juzga que su dios da la vida y ese mismo dios la quita, es decir es dios de quien dependemos. Bien está, pero ¿quién no crea en eso, debe aceptar las normas de una religión que no sigue ni acata? Por desgracia la derecha política de los países del sur de Europa suele ser reacia a la eutanasia, a la que convierte así -con fuerte error- en una opción de izquierdas. Podría enumerar a los bastantes políticos de la derecha española que personalmente conozco, que están privadamente a favor sin fisuras del suicidio asistido pero que, por disciplina de voto, aunque contra su intimidad, votaron no a la ley de eutanasia. Un buen político -si lo hubiera- se apuntaría un tanto, deslindando entre religión y mera política, igual que de sobra sabemos que hay pecados que no son delito. Igual. ¿Creeríamos que la bancaria Suiza es un estado de izquierda?
Se ha dicho que el cineasta Godard tuvo en su vida al menos dos intentos de suicidio, al parecer por razones sentimentales. Varios psiquiatras han explicado que el suicida que (en el fondo) espera ser salvado quiere menos morir que sufrir o llamar la atención. A pocos amigos escritores oí tanto cantar las excelencias del suicidio como a Eduardo Haro Ibars o Juan Luis Panero. Pero ninguno se suicidó y ambos sufrieron su muerte sin ser católicos en absoluto. Aunque pueda ocurrir (tampoco es imprescindible) que quien se pone frente a la eutanasia o al suicidio asistido es alguien que, durante años, ha pensado o manejado lo tanático. Freud aclara cuanto de vital y cuanto de anhelo mortal hay en el ser humano. Si suicidios como los de Pavese, Hemingway, Sylvia Plath, José Agustín Goytisolo, Manuel Halcón o Belmonte, tienen no sé qué halo «romántico», para la mayoría todo hubiese sido menos sórdido y solitario con una legislación que ampare el derecho a la muerte digna. Aunque algunos se rindan o deseen al «dios salvaje» según el título de Al Alvarez. El derecho a morir libremente, a disponer tu muerte -tan natural en la Antigüedad- es hoy algo necesario y digno. Paul Valèry escribió: «Dios ha hecho todo de la nada. Pero la nada persiste».