Asóciate
Participa

¿Quieres participar?

Estas son algunas maneras para colaborar con el movimiento laicista:

  1. Difundiendo nuestras campañas.
  2. Asociándote a Europa Laica.
  3. Compartiendo contenido relevante.
  4. Formando parte de la red de observadores.
  5. Colaborando económicamente.

Eutanasia

Este vocablo fue creado en el primer cuarto del siglo XVII por el filósofo, político y escritor inglés Francisco Bacón (1561-1626) al abordar en una de su obras el tema de las enfermedades incurables. La palabra, formada por dos voces griegas que significan “bien” y “muerte”, designa la supresión deliberada de la vida de quien sufre una enfermedad incurable y dolorosa. Se la hace por piedad o solidaridad humana, a fin de poner término a los sufrimientos de la víctima, y con base en su propio consentimiento. En este sentido, eutanasia significa “muerte buena”, “muerte dulce”, “muerte sin dolor”. Pero puede significar también el acto, inspirado en la compasión, de quitar la vida al niño deforme, discapacitado o de constitución deficiente.

En algunas de las culturas primitivas se acostumbraba dar muerte a quienes sufrían enfermedades tenidas como incurables o muy penosas y eliminar a los ancianos y también a los infantes como una defensa de la comunidad frente a la penuria económica. Al reducirse los medios de subsistencia había que eliminar a algunos de los miembros inermes de la comunidad para restaurar el equilibrio. En ciertas tribus antiguas se reconocía el derecho del hijo a dar una muerte buena al padre viejo y enfermo. A veces también los guerreros vencedores se compadecían de los vencidos y los mataban para evitarles los sufrimientos y dolores de sus heridas. En la India antigua los enfermos incurables eran conducidos por sus familiares al borde Ganges, en cuyas aguas sagradas eran arrojados después de ser asfixiados. En el libro segundo de Los Reyes del Viejo Testamento, que se atribuye al profeta Samuel, hay una parte en que se narra que en el monte de Gelboe un joven gravemente herido en un combate pidió a un Amalecita que lo matara: “ponte sobre mí, dijo él, y mátame; porque estoy ya en la agonía, y no acaba de salir mi alma”. Y agrega la narración: “Por lo que poniéndome sobre él le acabé de matar; bien cierto de que no podía sobrevivir después de tal desastre”.

El tema de la eutanasia se ha discutido desde tiempos muy remotos, bajo la preocupación de los largos y espantosos trances que a veces tiene que soportar la persona agónica, que en plena lucidez debe sufrir indecibles dolores físicos y morales. Por eso clama con angustia la muerte liberadora que ve aproximarse con pasos lentos. Sócrates, Platón y Epicuro en la antigua Grecia y el romano Plinio el viejo se ocuparon de la eutanasia. El <cristianismo la condenó siempre. Santo Tomás se pronunció contra ella por ser opuesta a la caridad humana y una usurpación del poder de dios, el único dueño de la vida y de la muerte. En la Summa Teologica afirmó que “la primera objeción que se formula contra la eutanasia es que implica el rebajamiento de nuestros ideales morales y la merma del respeto que tenemos por la vida humana; es, además, una violación de derechos tan intangibles como el del perfeccionamiento individual, uno de cuyos más importantes factores es el sufrimiento, soportándolo con resignación el que es víctima de él y ayudándolo a soportar a los demás cuando son ellos las víctimas”. En general, el pensamiento católico ha condenado la eutanasia, entre otras razones, porque priva al enfermo del uso de su razón precisamente cuando más necesaria le es para arrepentirse de sus pecados o convertirse.

En el otro lado, Tomás Moro en su Utopía publicada en 1516 defendió en ciertos casos el homicidio compasivo. El derecho a morir ha sido propugnado por muchos juristas en diferentes épocas. Durante su campaña en Egipto Napoleón ordenó a su médico Desgenettes que matase, mediante fuertes dosis de opio, a tres o cuatro hombres atacados por la peste, que no tenían más de 24 horas de vida. Y lo hizo además para evitar el contagio de la enfermedad a los miembros de su ejército, aunque el médico no cumplió la orden por considerar que su deber era mantenerlos con vida.

Hay una eutanasia que podríamos llamar activa, que se la realiza mediante el suministro de una droga letal; y una eutanasia pasiva, consistente en la suspensión del tratamiento o la abstención de proveer medicamentos que prolonguen la vida del enfermo.

Se han formado movimientos y asociaciones para luchar en favor de la muerte asistida. En Inglaterra se fundó la Asociación por la Legislación de la Eutanasia Voluntaria en 1935, que luego cambió su nombre por el de Asociación para la Eutanasia; y poco tiempo después en los Estados Unidos de América y en otros países se establecieron agrupaciones con los mismos fines. Los códigos penales modernos generalmente incriminan la eutanasia como delito de homicidio, aunque se la practique con el asentimiento del enfermo.

La eutanasia ha sido un grave problema para los juristas a lo largo del tiempo. Con frecuencia los tribunales han tenido que absolver o condenar a médicos, amigos o parientes que por sentimientos humanitarios aceleraron la muerte de un enfermo por medio de una inyección de morfina, de opio o de alguna sustancia anestésica.

Los códigos penales suelen atenuar las penas de los autores de homicidios piadosos. El amigo que aplica una sustancia letal a quien sufre una enfermedad cruel y prolongada; o el soldado que, a ruego de un compañero herido, acorta su padecimiento; o el hijo que exime a su padre de terribles dolores, merecen un trato diferente del homicida común.

El código penal uruguayo de 1933, redactado por el jurista José Irureta Goyena, mandaba en su artículo 37 que “los jueces tienen la facultad de exonerar de castigo al sujeto de antecedentes honorables autor de un homicidio efectuado por móviles de piedad, mediante súplicas reiteradas de la víctima”.

Esta disposición produjo en el Uruguay encendidas disputas entre laicos y católicos, aunque su texto no suprimió el delito sino sólo su pena.

A principios de abril del 2002 el parlamento de Holanda aprobó una ley para la legalización de la eutanasia en casos de enfermos incurables. Fue el primer Estado en expedir una norma de este tipo. En medio de la gran controversia que ella generó, sus opositores hablaron de que se otorgaba a los médicos “licencia para matar” y ciertas organizaciones de derechos humanos recordaron los episodios nazis de la muerte de niños discapacitados o de adultos afectados por enfermedades mentales.

El estatuto holandés sometía la práctica de la autanasia a las siguientes condiciones: que la enfermedad fuera realmente incurable y sus dolores intolerables para el paciente, que se contara con la opinión adicional de un médico independiente, que el doliente estuviera en su sano juicio y aprobara libre y voluntariamente la operación y que su vida terminara de una manera médicamente apropiada.

Bélgica se convirtió el jueves 16 de mayo del 2002 en el segundo país europeo, después de Holanda, en despenalizar la eutanasia al aprobar la cámara baja del parlamento la ley que otorga a los pacientes el derecho de morir. Ella permite a los médicos dar muerte a los enfermos terminales que sufran dolores insoportables si éstos lo pidieran. Los votos a favor fueron depositados por los socialistas, liberales y ecologistas y los contrarios por los demócrata-cristianos y otras fuerzas de la derecha.

Un caso dramático de eutanasia se presentó en Italia en febrero del 2009. Eluana Englaro, de 38 años de edad, que había permanecido por diecisiete años en condiciones vegetativas a causa de un accidente de tránsito, murió en el hospital el día 8 de ese mes por la interrupción de la alimentación asistida. Los médicos que la trataban dispusieron la desconexión de la sonda alimentadora y la paciente falleció.

Pero el caso se convirtió en problema político porque días antes, para evitar que esto ocurriera, el primer ministro conservador Silvio Berlusconi forrmuló un decreto que prohibía la supresión de alimentos y líquidos a la paciente. Lo hizo en acatamiento a la opinión de los prelados de la Iglesia Católica italiana. Sin embargo, el presidente Giorgio Napolitano se negó a firmarlo por inconstitucional y el decreto no pudo entrar en vigencia puesto que la firma presidencial era requisito constitucional para su validez.

libro Enciclopedia de la política

Archivos de imagen relacionados

  • libro Enciclopedia de la política
Total
0
Shares
Artículos relacionados
Total
0
Share