Un problema endémico entre las órdenes religiosas del país en el siglo XIX empieza a salir a la luz.
La Georgetown Visitation Preparatory School, una de las escuelas católicas para señoritas más antiguas de Estados Unidos, lleva mucho tiempo celebrando a sus fundadoras: un grupo de monjas católicas que fueron paladines de la educación gratuita para los pobres a principios del siglo XIX.
Las hermanas, que establecieron la academia de élite en Washington, también operaban “una escuela sabatina, gratis para cualquier niña que deseara aprender, incluyendo esclavas, en una época en que las escuelas públicas casi no existían y enseñar a leer a los esclavos era ilegal”, de acuerdo con la historia oficial publicada durante varios años en el sitio web del plantel.
Sin embargo, cuando una nueva historiadora escolar empezó a indagar en los archivos del convento hace unos años, no encontró evidencia de que las monjas hubieran enseñado a niñas esclavas. En lugar de eso, encontró registros de que las hermanas habían sido dueñas de al menos 107 hombres, mujeres y niños esclavos. Y vendieron docenas de esas personas para pagar deudas y ayudar a costear la ampliación de su escuela y la construcción de una nueva capilla.
Un monumento a los esclavos cerca de la Sociedad del Sagrado Corazón en Grand Coteau, Louisiana. (Dana Scruggs para The New York Times).
“Nada más qué hacer que deshacerse de la familia de negros”, escribió Agnes Brent, la Madre Superiora del convento, en 1821, cuando aprobó la venta de una pareja y sus dos hijos. La mujer estaba a sólo unos días de dar a luz a su tercer hijo.
“Llevo años estudiando archivos de la Iglesia y esa crueldad casual de los líderes de la fe me sigue quitando el aliento. Soy periodista de raza negra y católica. Sin embargo, crecí sin saber nada sobre las monjas que compraban y vendían a seres humanos”.
Los historiadores dicen que casi todas las órdenes de hermanas católicas establecidas en EE.UU. para finales de la década de 1820 poseían esclavos.
Hoy, muchas monjas católicas son propulsoras declaradas de la justicia social, algunas desarrollando estructuras que podrían servir como mapas de ruta para otras instituciones que se esfuerzan por expiar su participación en el sistema de esclavitud de EE.UU..
Hermanas y directivos escolares del Georgetown Visitation han organizado conferencias para estudiantes, personal y ex alumnos, incluyendo un servicio de oración en abril que conmemoró a las personas esclavizadas “cuyos sacrificios involuntarios apoyaron el crecimiento de esta escuela”. Han publicado un reporte online sobre la propiedad de esclavos por parte del convento y han digitalizado sus registros relacionados con la esclavitud.
Las Religiosas del Sagrado Corazón, que tuvieron unos 150 esclavos en Louisiana y Missouri, rastrearon a docenas de descendientes de esas personas y los invitaron a una ceremonia conmemorativa en Grand Coteau, Louisiana. En la ceremonia realizada el otoño pasado, las monjas develaron un monumento a los esclavos en el cementerio de la parroquia local y una placa en los antiguos dormitorios de esclavos. También anunciaron un fondo de becas para estudiantes afroamericanos en su escuela católica, que fue construida, en parte, por jornaleros esclavos.
“No era sólo una cuestión de ver el pasado”, dijo la hermana Carolyn Osiek, archivista provincial de la Sociedad del Sagrado Corazón Estados Unidos/Canadá. “Era: ‘¿ahora qué hacemos con esto?’”. (Las Religiosas del Sagrado Corazón pertenecen a la Sociedad del Sagrado Corazón).
La hermana Osiek describió el mensaje dado a los descendientes por la líder provincial de la Orden: “durante mucho tiempo no los hemos reconocido a ustedes, y les ofrecemos nuestras disculpas por ello”.
Algunos descendientes declinaron participar, al considerarlo demasiado doloroso. Y algunas monjas han expresado intranquilidad por la decisión de desenterrar el pasado.
“Muchas comunidades ahora están muy comprometidas en lidiar con cuestiones de racismo, pero el hecho es que su propia historia es problemática”, dijo Margaret Susan Thompson, historiadora que ha estudiado a las monjas católicas y la raza en EE.UU..
La hermana Irma L. Dillard, afroamericana miembro de las Religiosas del Sagrado Corazón, dijo que algunas monjas blancas se sentían reacias a revisar el pasado porque temían “ser vistas como racistas”.
Elogió las medidas tomadas por su Orden, pero espera que se haga más. Le gustaría que la historia de esclavitud de la Orden fuera incorporada en el plan de estudios de sus escuelas, pero pocos han reconocido públicamente sus orígenes, dijo, “hemos encubierto nuestra historia”, añadió.
Es una historia que en gran medida se ha desvanecido de la conciencia pública, incluso entre los 3 millones de católicos de raza negra que representan alrededor del 3 por ciento de los católicos en EE.UU..
Mientras crecía en la ciudad de NY, vivía a unas cuadras de un convento. Las monjas educaron a mi madre, tías, tíos y hermanas. La iglesia que conocíamos atendía a inmigrantes irlandeses e italianos, sus familias y a algunas familias de color. Nunca imaginamos que sus órdenes religiosas tenían vínculos con la esclavitud.
En las primeras décadas de la república estadounidense, la Iglesia católica se afianzó en el sur. No era extraño que sacerdotes y monjas crecieran en familias con esclavos, y muchas órdenes dependían de la mano de obra de esclavos, dicen los historiadores. Cuando mujeres entraban a conventos, algunas traían consigo sus pertenencias humanas. Las escuelas de algunas órdenes aceptaban a esclavos como pago de colegiatura.
Algunas monjas expresaban disgusto por la esclavitud mientras otras describían su renuencia a vender las personas que poseían. Las Carmelitas de Baltimore, Maryland, cuidaban a algunos esclavos en su ancianidad. Las Hermanas de la Caridad de Nazaret, en Kentucky, mantuvieron tanto contacto con sus ex esclavos que veintenas de ellos regresaron, con sus familias, para celebrar el centenario en 1912.
Pero Joseph G. Mannard y otros investigadores han hallado que las necesidades económicas de las monjas a menudo superaba cualquier renuencia a traficar con humanos.
“A pesar de mi repugnancia por tener esclavos negros, es posible que nos veamos obligadas a comprar algunos”, escribió en 1822 Rose Philippine Duchesne, que estableció la Sociedad del Sagrado Corazón en EE.UU.. Un año después, las hermanas del Sagrado Corazón en Grand Coteau compraron a su primera persona.
En 1830, las hermanas Carmelitas citaron preocupaciones por tener que emprender “la venta de nuestros pobres sirvientes” para explicar su renuencia a mudarse a Baltimore de su plantación en la zona rural de Maryland. Pero tras enterarse de que la venta ayudaría a pagar sus deudas y les permitiría conservar su finca rural, vendieron al menos 30 personas, declaró Mannard.
Casi 10 años después, las Hermanas de la Caridad de San José, en Emmitsburg, Maryland, fundadas por Elizabeth Ann Seton, la primera santa nacida en EE.UU., siguieron el consejo de su superiora quien les dijo que podían vender a sus “chicos amarillos” con una ganancia de entre un 10 y 12 por ciento “sin hacerle una injusticia a nadie”.
Las Hermanas de la Caridad de Nazaret, en Kentucky, que poseían 30 personas cuando llegó la emancipación, estuvieron entre las primeras hermanas en buscar reparar el daño. Se unieron con otras dos órdenes para organizar un servicio de oración en 2000 donde se disculparon formalmente por haber tenido esclavos. En 2012, erigieron un monumento en un cementerio donde estaban sepultadas muchas de las personas esclavizadas.
Roslyn Chenier, una afroamericana consultora de software en Atlanta, se enteró de que sus antepasados habían sido esclavos de las Religiosas del Sagrado Corazón cuando fue contactada por la Hermana Maureen J. Chicoine, quien ha investigado la historia de la Orden y ha identificado a docenas de descendientes. “Quedé pasmada”, dijo Chenier, que asistió a la ceremonia organizada por las hermanas en septiembre del año pasado. “Fue muy emotivo”.
Chenier dejó de practicar el catolicismo hace muchos años, pero algunos de sus parientes siguen siendo devotos. Enterarse de que sus antepasados fueron esclavos de las monjas los sorprendió, pero eso no ha afectado la fe católica de ellos, dijo.
Eso no sorprende al Reverendo Gregory C. Chisholm, sacerdote de color que dirige la parroquia de San Carlos Borromeo, la Resurrección y Todos los Santos en el Harlem. Él ha sostenido varias conversaciones sobre los esclavos de la Iglesia católica, que a menudo son dolorosas, reconoció, pero pocas personas de raza negra se sorprenden de escuchar sobre el racismo entre el clero. Las personas mayores aún recuerdan los días de las bancas segregadas y las iglesias segregadas, dijo.
“La religión nos ha fallado en alguna forma”, indicó Chisholm, quien se siente animado por los recientes esfuerzos de la Iglesia por reconocer su pasado. “Es duro. Es difícil. Pero es bueno. Es una manera para que nuestra Iglesia se renueve y eso es lo que tiene que ser. Tiene que ser renovada”.