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Estadísticas religiosas

Con esto de las estadísticas ya se sabe que todo es relativo, y que según quién las maneje, quién y cómo las exponga, amén de cómo hayan sido obtenidas y los parámetros para las cuales han sido computadas, pueden arrojar una u otra realidad.

Evidentemente, no soy un experto en esto de los números (bien lo saben mis antiguos profesores de Matemáticas del Instituto de La Calzada) y menos experto aún lo soy en esto de las estadísticas, y baste por decir al respecto que aún entiendo menos del tema cuando empiezan a explicar o interpretar desde el Gobierno del señor Aznar las estadísticas de empleo y desempleo (a las que tan habituados nos tienen todos los meses) y creo que cada vez quedamos con más cara de bobos ante las argumentaciones y justificaciones que se hacen de un tema tan jeroglífico como el IPC y lo que a su respecto se teoriza. Todo ello tan relativo, creo yo, como la realidad misma.

Pero entre entender de números y la capacidad de reflexión hay un entretenido espacio para la conjetura, y son precisamente ésas las que me han producido las estadísticas aportadas por el secretariado de Sociología de la diócesis de Oviedo acerca de bautismos, matrimonios y defunciones que publicaba "LA NUEVA ESPAÑA" no hace mucho.

Y realmente es bueno que la Iglesia católica, así como el resto de las iglesias que se dan dentro del entorno geográfico del Principado de Asturias, aporten sus cifras, que debían ser complementadas con las del resto de organismos oficiales que intervienen en este universo en el que se mueven las estadísticas. Para ir de este modo, discerniendo cuál es actualmente la legitimidad de la Iglesia católica, puesto que durante sus buenos cuarenta años de franquismo y el resto de transición se mantuvo en la trama relacional con las instituciones sociales y políticas, e incrementó su grado de influencia bautizando y bendiciendo ceremonias originariamente laicas, entre otras cuestiones.

Y a este respecto, me gustaría saber lo siguiente: frente a esos 10.028 niños bautizados por la Iglesia católica en el año 2000, ¿cuántos bebés nacieron y no fueron bautizados o cuántos los fueron bajo otras confesiones? ¿Cuántos matrimonios se celebraron en Asturias en este ficticio fin de milenio, fuera de los 6.223 matrimonios que pasaron por la vicaría católica?

Y aunque la Iglesia católica aporta cifras claras, en cuanto a bautizados y matrimonios, lo que ya no me queda tan claro es si esas 19.030 defunciones se pueden considerar como el total de muertes que hay en Asturias, o esa cifra sólo corresponde a los que fallecen en «gracia de Dios». ¿Cómo se determina uno y otro caso?

Tras esta primera reflexión, me queda meridianamente claro que después de este buen porrón de años de democrática transición. las presumibles autoridades laicas de nuestro Estado y de nuestra comunidad autónoma siguen sin cuidar el ceremonial del entierro civil para aquellos que se consideran ateos o agnósticos…, y padecen cada cual a su forma y manera su peculiar periplo personal y familiar a la hora de honrar y enterrar a sus muertos. Aunque hay quien desde el integrismo católico ya apuntó «que los descreídos tienen en la democracia el entierro que se merecen».

Si planteo este tema de las estadísticas religiosas, es porque me faltan datos para poder elaborar algunas conclusiones acerca de la religiosidad de los asturianos, puesto que debe de haber un amplio sector social de la población que no ritualiza bajo la forma religiosa ni sus matrimonios, ni el nacimiento y por supuesto el fallecimiento, y esto es una realidad, yo creo, cada vez más consolidada. Por tanto, no puede seguirse en la línea de elaborar todo un entramado de presiones y además en base a esa llamada religiosidad que cada día que pasa es más sociológica que real.

Evidentemente cuando tuviéramos el cómputo de matrimonios, de nacimientos y de defunciones no católicas (tema peliagudo este último) y el controvertido índice de la práctica religiosa podríamos afirmar, sin temor a equivocarnos, que Asturias, pasito a pasito, está dejando de ser una realidad sociológicamente católica, para constituirse en una sociedad diversa y plural que responde a diversos criterios de creencia religiosa cada vez más establecidos. Aunque para concluir la reflexión también haría falta saber el número de personas que han apostatado, o sea, aquellas que por una u otra razón han pedido su baja en la Iglesia y de cuyos procesos nada se sabe y muy poco divulga la propia Iglesia. Y por tanto, tampoco se sabe muy bien cómo se computa la pérdida de estos «hijos descarriados».

Y claro, toda esta barahúnda de datos, sin un prudencial desbrozamiento, patentiza unas realidades que de forma subliminal quieren pasar factura en las relaciones Iglesia-Estado como pudieran ser los conciertos educativos o las propuestas de IRPF o los pronunciamientos y condena de los obispos españoles «urbi et orbe» en temas políticos y sociales (terrorismo, parejas de hecho, etcétera). Hasta ahora no ha salido a la palestra el tema del catolicismo como mayoría casi absoluta, aunque tal cuestión tengo claro que planea sobre las mesas de negociación, y a buen seguro que cuando las situaciones se recrudezcan terminarán saliendo. Y si no, demos tiempo al tiempo. Por otro lado, si de verdad queremos ir soltando amarras con este estado de cosas, creo que los ciudadanos de esta comunidad autónoma tenemos cierto derecho a saber cuántos somos ese resto de no creyentes y no practicantes, 0 en todo caso sería interesante saber cómo se nos cuenta a los agnósticos, ateos y apóstatas en el cuaderno eclesiástico del debe y del haber.

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