Sábado de madrugada. El silencio más absoluto gobierna el centro de Logroño y el despertador marca las 6.30. De repente, el estrépito. Un terremoto doméstico estalla de improviso. La niña rompe a llorar. El crío salta de la cama asustado. Un eco metálico se apodera del dormitorio principal. En el duermevela cruzan por la cabeza un tifón palabras inconexas. Bombona. Butano. Botellón. Despedida. Soltero. Algarada. Demasiado temprano para descodificar nada.
La familia en pleno se aproxima a la ventana. A mitad de camino vuelve otra oleada del mismo fragor. Los ojos se agrandan. Otros vecinos también husmean detrás de las cortinas. Todos ven lo mismo. Una masa de gente abandonando en bloque El Espolón que enfila el corazón de la ciudad. La Policía Local les escolta. Cortan la calle aunque a esas horas no hay tráfico. Bueno, sólo un coche. Es el que encabeza la marcha. Lleva instalado en la baca unos potentes altavoces. Chirrían como un gato herido. Se parecen a esos que anunciaban que el Logroñés juega esta tarde contra el Murcia. Pero no. Lo que proclaman a todo trapo es una letanía. El público replica. Alguien llama al 092. Antes de hablar, al otro lado del teléfono responden: es el Rosario de la Aurora. ¿? Y está autorizado. El agente no matiza si lo que tiene el visto bueno es la procesión o el volumen de las invocaciones. Le informo de que no puedo descansar. Él lo lamenta. Eso creo. Hay tanto ruido que no le entiendo bien. Será el sueño. O una pesadilla.