Existen en el mundo —que es una totalidad compuesta de entes, hechos, imaginarios o reales, con significado por relación con una conciencia libre, un para-sí, que se sostiene por la memoria personal y colectiva, es en él donde se está realizando nuestro pasado, presente y futuro; los campos que lo constituyen, a saber, el político, económico, ético, estético y todos los demás sólo son porciones de ese todo o totalidad enorme que desborda nuestra experiencia cotidiana — miles de instituciones todas ellas creadas por el ser humano para hacer más fácil y plena la vida humana. Con el crecimiento demográfico y la expansión de las ciudades, aumentó, sin duda, la complejidad en todos los niveles de la vida social. Y las instituciones justamente surgieron como réplica a la complejidad que se derivó de lo ya mencionado. Pero éstas aparecieron gracias a la objetivación de los contenidos de nuestra conciencia, a saber, los conceptos, pero no como meras decoraciones o meras determinaciones objetivas con fines formalistas, sino más bien para facilitar la vida cotidiana, fortalecer la eticidad y hacer factible la única vida que puede dar significado; que es autoconsciente y que puede determinar lo indeterminado. Cualquier acto humano, por honesto o deshonesto que se manifieste a un juicio de valor humano, tiene como fin, el de hacer posible, hasta donde su fuerza le permita, su vida; quiere afirmar su vida ante la negación de la naturaleza. Pues existe una demanda de la consciencia para que la materialidad que la sostiene no vuelva a su estado original de indeterminación; a la nada, pues lo algo es una introducción del para-sí en el en-sí. Sin embargo una cosa al parecer es cierta: no todas las instituciones son útiles para positivar ese objetivo, el de hacer posible la vida plena en todas sus dimensiones.
La institución de la agricultura, por ejemplo, una de las más antiguas, permitió que el ser humano viviera y no muriera de hambre. Si aquella no hubiera brindado la posibilidad de que el ser humano subsistiera del producto consumible que de ella se obtenía; hubiese sido bastante necio conservarla. La institución de la agricultura no sólo permitió asegurar y afirmar la existencia individual sino la colectiva. La grandeza de esta institución no radica en ser un fin, sino en ser un medio para llegar a ese fin, la vida.
La institución del matrimonio, que surgió como una demanda de la vida autoconsciente para aferrarse y no desaparecer, hace posible que los individuos que surjan de esa unión puedan sobrevivir colectivamente. De la institución del matrimonio se aflora otra institución social, a saber, la familia cuya función por lo menos en términos ideales sería proteger, satisfacer las necesidades básicas y complejas de sus integrantes y convertirlos en sujetos productivos para sí y la sociedad. Dicha institución está formada tradicionalmente por un padre, una madre y los hijos que de esta relación emerjan o ya sea por adopción. En ciertos casos especiales puede ser de tipo mono parental, en el cual una persona se encarga de alimentar, educar, disciplinar y preparar lo más que se pueda a sus pupilos. En la actualidad y debido a las exigencias del contexto, parece ser que la forma tradicional del matrimonio ha sido desbordada por la realidad misma; pues ciertos grupos privilegiados epistemológicamente en virtud de la opresión sistemática por parte de la sociedad hacia ellos, que son también humanos, no se ven incluidos en esa forma vetusta y desgastada de comprender el matrimonio. Debido a ello es que el concepto positivado de matrimonio —que acaece cuando dicho concepto se desglosa de la esfera formal del pensamiento y adquiere una determinación fenoménica— se ha ampliado, y esto lo demuestra la aparición de la institución del matrimonio igualitario que, a pesar de todas las resistencias sobre todo de los sectores más conservadores en política y religión, se ha tornado, y esto gracias a los diferentes movimientos sociales en pro de nuevas perspectivas ontológicas, más aceptado y más tolerado. Y esta nueva forma de matrimonio, vaticina, dará como corolario una nueva intersubjetividad bastante interesante.
Así como existen instituciones pequeñas y de alcance limitado, existen macro instituciones, una de ellas es el estado. Por la grandeza y el alcance de su efecto es enormemente compleja, pues envuelve dentro de sí una gran cantidad de instituciones compuestas de subjetividades diversas, desempeñando funciones desde las más prácticas hasta las más abstractas, todas éstas instituciones velan por el buen funcionamiento de éste, el cual permitirá que la vida sea menos embarazosa en el país donde se viva.
Existen otras instituciones, en todo caso, que no son determinantes para acrecentar la vida y la libertad humanas cuya eliminación o sustitución no implicaría demasiado mal para las personas que constituyan a un país. Pero en nuestra sociedad ciertas instituciones “innecesarias y costosas”, no sólo se mantienen sino que hasta se las sobrevalora.
El campo económico y el campo político son necesarios para la vida y sus instituciones no se pueden eliminar sin construir otras apuntando a los mimos ideales, es por eso que cuando se corrompen se les puede demoler, transformar o crear nuevas pero no se eliminan rematadamente pues sin ellas sería imposible la vida y la libertad humanas. La libertad y la vida están unidas, a mayor libertad mayor vida, pues sin libertad la vida es menos vida y sin la vida la libertad desaparece.
A pesar de las abominables corrupciones de los funcionarios que operan en dichas instituciones, aquellas sirven para mantener en pie a un país. Sin ellas los ideales más grandes producto del pensar y razonar humanos serían imposibles de ser encarnados como actualidad y se quedarían como meras potencialidades. Eso, en todo caso, no significa que si se corrompen totalmente no se puedan destruir y construir otras. Un conservador pensaría que las instituciones son eternas, un anarquista pensaría en la destrucción de todo tipo de institución; ambas posturas no son honestas ni viables.
Lo ideal sería que todos esos campos el económico, político, sociológico, familiar y todos los muchos campos que constituyen la totalidad del mundo con significado para un para-sí, tuvieran como base, esqueleto, andamiaje o esencia a la ética; pero éstos espacios de acción teórica y práctica son productos de esa teoría y praxis humanas y por lo tanto imperfectos.
Esto me lleva a formularme la siguiente interrogante, que puede parecer somera, pero que no lo es vista desde esta perspectiva aquí esgrimida, ¿Cuál es pues la función determinante que tiene el campo religioso y sus instituciones en posibilitar, conservar y extender la vida humana?Un cristiano o cualquier otro religioso me podría decir: para dar significado y sentido a la vida y responder las preguntas ontológicas más espinosas que existen. Esto que se puede asentir como cierto pues cualquier persona por atea que sea tiene ciertos impulsos místicos, deseos de transcender y tener acceso al conocimiento absoluto o quizá a una belleza infinita, pero eso no justifica la existencia de las religiones oficiales.
En primer lugar, para satisfacer los impulsos místicos existe el campo estético, rama filosófica que tiene como fin analizar la naturaleza de lo bello y las diversas manifestaciones estéticas. En el campo estético una persona de pasión fuerte podría encontrar su oasis en el desierto materialista y consumista que imponen la cultura dominante.
Como se dijo al principio, existen ciertas instituciones que permiten que las necesidades básicas humanas sean cubiertas y saciadas, pero existen las complejas y para satisfacción de ésas no sólo implica el buen funcionamiento del estado y de todo el aparato institucional sino además del aspecto subjetivo. Ser feliz o no sufrir depresión son ejemplos de necesidades complejas.
Pues bien, un país podría sobrevivir si sus ciudadanos tienen la posibilidad de tener cubiertas sus necesidades básicas a pesar de que no sean cubiertas ciertas necesidades complejas, pues la persona humana puede sobrevivir sin lograr éstas, pero no sin hacer realidad las otras; dado que el ser humano derrocha energía y materia durante el día necesita recuperarlas, es por ello que algo tan simple como el alimento se torna tan ineludible para vivir.
Tal como lo propuso el positivismo y neokantismo alemanes, es posible sustituir la religión por la ciencia, el arte y la sociología. Debido a lo complejo del mundo significativo o cotidiano y lo enorme y desconocido que es en su mayor parte el cosmos, existe ese sentimiento válido de impotencia y anhelo de transcendencia, pero las respuestas con respecto a esto que dan las ciencias duras y las humanas, son más honestas y coherentes que las que son suministradas por el campo religioso y la teología.
Después de lo dicho, ¿para qué es necesaria la religión oficial clericalista cristiana, por ejemplo? Aquí, en Estados Unidos, los sacramentos resultan enormemente difícil de adquirirlos producto de su precio desaforado, y sucede algo análogo con la educación religiosa; en otros países, del tercer mundo, debido a su pobreza económica tales excesos no son permitidos. La universidad de St John’s, Queens Campus, Jamaica, New York, resulta demasiada costosa para la educación que provee. Como los que la tutelan son los padres de la orden de san Vicente de Paúl, de origen francés, es obligatorio que todos los estudiantes tomen varias clases de teología. Eso crea un estado de fastidio entre los alumnos y se quejan, pero no pueden hacer mucho con ello. Dado que la educación es bastante costosa, quieren aprovechar al máximo su tiempo y no desperdiciarlo con temas que no servirán de mucho para sus carreras, algunas de ellas completamente ajenas a toda forma de religión; ellos desean llevar clases que se relacionen con sus respectivas carreras y no despilfarrar su tiempo en las discusiones o elucubraciones teológicas y filosóficas fútiles de los padres de la iglesia y los escolásticos.
La visita de un pontífice a un país resulta enormemente dispendioso, dichos recursos podrían ser utilizados de mejor manera para potenciar ciertas instituciones que sí son significativas y capitales para la vida del ser humano tales como las educativas, de salud y ecológicas. En seis días durante la visita del papa Francisco a Méjico, se gastó más de 8 millones de dólares. Las jornadas mundiales de la juventud implican gastos monumentales para un estado, pero a un gran número de aquellos no les importa eso. Recientemente Panamá sostuvo esa jornada, y fue un gasto considerable.
Pero, ciertamente, pienso que el estado se mostraría renuente a brindar recursos si se le planteara realizar una jornada mundial de las ciencias duras y de las humanas, acción que ayudaría en demasía a los jóvenes a expandir su conocimiento y por ende a dejar por un lado las supersticiones. Pero al parecer, acciones de ese tipo, no le convienen al estado.
Las instituciones religiosas no merecen, a las alturas de este siglo, tener la importancia que se les da, pues los elementos que están a la base y como cemento de todas éstas instituciones son las creencias, rituales y experiencias subjetivas; cosas poco importantes para la afirmación positiva de la vida humana. Existen muchas otras instituciones seculares y laicas que pueden fácilmente substituir el campo religioso y el séquito de instituciones inoperantes, para expandir la vida humana y el conocimiento, que lo constituyen.
Víctor Salmerón licenciado en filosofía