Un sector de la jerarquía católica tiene nostalgia del nacionalcatolicismo (ver Carta al Director al final de la entrevista), asegura el abad de Montserrat, para quien la Conferencia Episcopal "debería esforzarse por crear un clima de confianza" en el diálogo con el Gobierno. Josep Maria Soler añade que es falso que en España se persiga a la Iglesia.
Tiene fama de hombre prudente, pero no lo es. Porque no hace cálculos interesados ni mide las consecuencias de hablar y nadar contra la corriente de lo que hace y dice la jerarquía católica. Es monje de vocación, no le molesta el cliché de centroderecha, y ama a Cataluña sin complejos. Desde su condición de abad de Montserrat mira a la Iglesia con preocupación y perplejidad. Tiene rostro joven, sentido del humor y una serena actitud ante la vida. Josep M. Soler tiene 60 años.
Pregunta. Como abad de Montserrat ocupa usted un lugar lo suficientemente alejado y cercano como para poder hacer un diagnóstico certero de la situación de la Iglesia católica. ¿Cómo se ven las cosas desde aquí arriba…?
Respuesta. Veo la Iglesia como una realidad llena de vida, todavía, pero de una vida que languidece, sobre todo en Europa. Pese a todo, quiero ser optimista.
P. Quizá la Iglesia languidece. Pero hace mucho ruido. Sobre todo la española, que en los últimos tiempos se ha empeñado en conseguir un notorio protagonismo provocador de confrontaciones constantes con el poder político.
R. En estos últimos dos años se han suscitado problemas que han provocado frecuentes encontronazos que no son buenos para nadie. Pienso que tendríamos que aprender, entre todos, que algunos de esos problemas no están relacionados con la Iglesia. Otros problemas que enfrentan al poder religioso con el político tienen una relación concreta con el ámbito cultural de la tradición en este país; sobre ellos debería producirse un diálogo sin suspicacias. Aquí lo que habría que hacer es eliminar el rechazo o el miedo al otro.
P. Pues lo cierto es que la jerarquía se comporta respecto del poder político como si sólo hubiera motivos para la desconfianza y el sentimiento de agravio. Seguro que usted ha reflexionado sobre cuál puede ser la razón de fondo para que esa actitud de los obispos se haya ido enconando.
R. Sí que he reflexionado sobre este tema, porque me preocupa seriamente. La Conferencia Episcopal debería esforzarse por crear un clima de confianza en el otro lado. Es verdad que existe un sector de esa jerarquía que mantiene una actitud aparentemente uniforme frente al poder político. Pero también es cierto que hay obispos que están convencidos de que la jerarquía católica tendría que tener otro estilo de comportamiento respecto del Gobierno y de la sociedad. Creo que un claro ejemplo de la necesidad de mantener otro talante de mayor delicadeza y tolerancia nos lo dio el nuevo Papa durante su visita a Valencia. Para mí, lo más elocuente fue su advertencia de que él venía a proponer cosas positivas, no a imponer nada y, mucho menos, a condenar nada. Y eso es para mí muy significativo, porque creo que a la Iglesia católica, a su jerarquía, en concreto, le cuesta mucho aceptar que su papel es el de hacer propuestas para ayudar a las personas. Los responsables de la Iglesia en España utilizan un lenguaje demasiado dogmático en lugar de otro que pueda ser comprendido por el otro.
P. ¿Diría que Benedicto XVI decepcionó al sector beligerante de la jerarquía católica?
R. ¡Sin duda que la actitud conciliadora y dialogante del Papa decepcionó al sector más intransigente! Creo que la actitud de beligerancia e intolerancia que mantiene ese sector de la jerarquía es fruto de otros tiempos ya felizmente superados y quizá tenga que ver con un talante más radical, más… mesetario, diría yo.
P. Algo vinculado al talante de la derecha española, ¿no?
R. Pues… sí, que tiene que ver bastante con esa derecha española.
P. Algo que huele a nostalgia del nacionalcatolicismo de los tiempos de la dictadura, por parte de quienes desearían mantener ese omnímodo poder.
R. Sin duda. Pienso que es fácil percibir que un sector de la jerarquía católica tiene nostalgia del nacionalcatolicismo, sobre todo en ciertos círculos de la Conferencia Episcopal y, sin duda, en muchos de sus documentos y en muchas homilías. Y lo cierto es que ese nacionalcatolicismo añorado por ese sector de la jerarquía es algo del pasado. La Iglesia debe aprender a situarse en otro contexto social, y ese contexto, según la Constitución y desde la separación entre la Iglesia y el Estado, se define como un verdadero Estado laico que supone eso: una separación real entre lo que es el Estado y su lógico derecho a promulgar leyes, y lo que es la Iglesia y la misión de la Iglesia, que no tiene esa capacidad legislativa. Eso no quiere decir que la Iglesia deje de decir lo que crea que debe decir en relación con la dimensión trascendente de la persona, porque eso es enriquecedor para sociedad, pero teniendo siempre presente que en un Estado aconfesional o laico, la voz de la Iglesia es una voz que no puede imponer sus criterios a los legisladores.
P. ¿A qué tienen miedo los defensores de esa concepción confesional del Estado? ¿A perder el poder, o la influencia en una sociedad que ya no controlan?
R. Querría creer que tienen miedo a que se pierdan determinados valores, aunque también les preocupa ver cómo se les va de las manos el poder que tuvieron. Pero creo también que lo que quieren es mantener una manera determinada de entender España. Y también hay un proceso que a ellos, a la jerarquía católica más conservadora, les preocupa muchísimo, yo diría que les desborda realmente, que es el proceso de secularización de la sociedad española. La cuestión sobre la que se debe interrogar la Iglesia no debe estar en relación con lo que ellos identifican como crisis de fe, sino en responder con honestidad a la pregunta de por qué no hemos sabido conectar el mensaje del Evangelio con las inquietudes de la gente. Eso es lo que debería preocuparles, lo que debería preocuparnos a todos. Desde mi punto de vista, ha fracasado el lenguaje, el planteamiento demasiado intransigente de ciertos temas que angustian al mundo moderno, y, sin duda, el no aceptar que, al final, el hombre decide libremente sobre su vida, diga lo que diga la Iglesia. Hoy, la Iglesia no está presente en la sociedad y, lo que es peor, cuando está presente, lo está de modo inadecuado, cuando no ridículo.
P. Me imagino que esa realidad de su "desaparición" de la sociedad les debe resultar muy dura. Pero ellos lo resuelven con una explicación realmente desconcertante: aseguran que la Iglesia en España está siendo perseguida.
R. Yo creo que es faltar a la verdad decir que la Iglesia está perseguida en España. Se puede decir que es criticada, o ignorada, pero tiene total libertad para decir lo que quiera, para salir a la calle cuantas veces quiera (que ya lo hace). Lo que la jerarquía católica no quiere entender es que España ya no es lo que era. Esto, que a algunos nos resulta fácil de comprender, resulta insoportable para sectores de la Iglesia que no aceptan los cambios democráticos. De ahí vienen los encontronazos y los conflictos con un Gobierno que tiene que gobernar para toda la sociedad, y no sólo para los católicos.
P. Ya voy entendiendo por qué usted no gobierna la Iglesia católica española. Pero no puedo evitar preguntarle si usted sería capaz de imponer la pobreza evangélica. Qué pasaría si el Papa decidiera vender las propiedades que no tengan un valor artístico, y por qué la jerarquía española acepta subvenciones del Gobierno y luego muerde la mano que le da de comer.
R. Pienso que sólo una Iglesia realmente pobre se puede considerar una Iglesia realmente libre. Pero también es cierto que es muy difícil servir a la gente sin tener medios en el mundo en el que vivimos. Montserrat es un foco de vida espiritual que requiere del trabajo desinteresado de sus más de ochenta monjes. Nosotros no recibimos ni un céntimo de las subvenciones que recibe la Iglesia, pero sí alguna ayuda de otros sectores. Evidentemente, podríamos hacer algún trabajo productivo, pero eso nos obligaría a renunciar a nuestra labor espiritual. Si el Papa tomara esa decisión liberadora, yo lo aceptaría, aunque no sé si eso es lo que quiere el Señor, porque significaría renunciar a la acción evangelizadora tal y como lo hemos hecho durante siglos. En cuanto a la financiación de la Iglesia, pienso que la fórmula vigente es la menos mala, y que si el Gobierno dejara de ayudarla, ésta no podría prestar la ayuda social que ahora hace y que le ahorra al Estado bastante dinero. Pero si tuviera que decidir yo, renunciaría a las subvenciones y optaría por una Iglesia pobre pero libre.
P. Quizá de lo que no quiere, o no puede, liberarse la Iglesia es del recurso a la explicación, mágica, infantil, de la experiencia religiosa. Quizá por eso la gente que hoy vive en libertad y racionalidad le está dando la espalda. ¿Por qué se empecina en esa actitud?
R. Porque no saben hacer otra cosa. Porque es más complicado, más exigente, proponer a la persona de Jesús desde un planteamiento de inteligencia que no repugne la racionalidad, porque se ha prescindido del respeto a la naturaleza superior de la condición humana. Y, bueno, quizá no en todas partes ha sido así, porque la concepción mágica del hecho religioso ha sido más fácil de introducir en Galicia que en Cataluña. Desde mi punto de vista, el concepto mágico prostituye la verdadera naturaleza de la fe, que es una adhesión racional, desde la afectividad y la inteligencia, a una creencia. Muchos problemas que hoy tiene la Iglesia se deben a la crisis del recurso a lo mágico, que hasta ahora apuntalaba unas verdades incontestables. Unas verdades que no sólo son contestadas por parte del hombre moderno, sino que, sencillamente, se desmoronan. No existe un Dios tapaagujeros, ni un Dios que soluciona problemas.
P. Lo cierto es que la jerarquía mantiene una pedagogía ininteligible del Evangelio, no conoce la misericordia, es anacrónica. Pero también es cierto que la Iglesia monástica y contemplativa, como la de usted, mantiene un contumaz silencio sobre esa actitud de esa jerarquía. No sé si lo hacen por prudencia o por miedo.
R. Yo no afirmaría, de forma tan tajante, que la Iglesia carece de misericordia, aunque sí es cierto que hay textos de la Iglesia española que tienen menos misericordia con la condición humana, con el hombre que sufre, que el catecismo de la Iglesia oficial. Me estoy acordando de un documento de la Conferencia Episcopal sobre los teólogos y las actitudes morales que era realmente terrible. Creo que esto es muy grave porque el Evangelio nos obliga a ponernos en el corazón del otro, en las angustias del otro, y, realmente, los obispos españoles, como colectivo, no parece que sean capaces de hacerlo. Quizá ellos teman que si adoptan una actitud de comprensión y tolerancia se relajen las cosas, no sé. Me resulta muy difícil comprenderles, la verdad. Pero lo que más me preocupa es que esas actitudes de intransigencia son las que determinan a la gente a ignorar lo que pueda decir la Iglesia a nivel ético, o el tema de la moral sexual, por ejemplo. La Iglesia se resiste a revisar sus criterios poniéndolos en el contexto de los avances de la ciencia, de la medicina, de la antropología, y yo creo que urge esa reflexión.
P. Pero no me acaba de explicar por qué, a la vista de tantos problemas como tiene la Iglesia, de tantos errores como cometen, ustedes, los que viven refugiados en la vida monástica, callan tanto, no denuncian, no se arriesgan.
R. Puede haber varias explicaciones. Una es que puede haber una cierta opción monástica de estar un poco alejados de estos temas. Otra, que los problemas que tiene la Iglesia son tan complejos que en algunos monasterios les falta gente suficientemente preparada para abordarlos. Y hay otros casos, como el nuestro, que estamos entre el desierto y la plaza del mercado. Cuando me he pronunciado sobre algo y lo que he dicho no ha sido del agrado de la autoridad eclesiástica, me han enviado mensajes muy claros de que yo, como monje, lo que tenía que hacer era limitarme a rezar y callar.
P. Y ¿está usted de acuerdo con esa recomendación?
R. ¡No! ¡Por supuesto que no! ¡Ya lo está comprobando usted! Pero es verdad que a veces, por prudencia, y para no complicar más las cosas, y sabiendo que hay obispos que están intentando cambiar las cosas silenciosamente, procuras dar una palabra sobre la necesidad de seguir el Evangelio sin provocar. Pero también es cierto que mis homilías son muy claras y tienen una notoria divulgación en Cataluña, en una emisora de radio de la Iglesia que…
P. No será la COPE…
R. ¡No! ¡Por Dios! Es Radio Estell. Pero sí quiero reconocerle que tendríamos que ser más valientes y denunciar más claramente situaciones en las que la Iglesia ni transmite ni vive el Evangelio.
P. Pero, con la excepción de hoy, y de su persona, la Iglesia contemplativa calla. Que es tanto como otorgar, como ser cómplice. Y lo malo es que, para la gente, la voz de la Iglesia son ellos: Cañizares, Rouco Varela…
R. ¡No, no! ¡Gracias a Dios hay otras voces en la Iglesia! Por ejemplo, en el tema de la COPE, que yo ya no la escucho, he hecho algunas gestiones en el Vaticano, en la Nunciatura, y firmé un documento que se envió a la Conferencia Episcopal protestando por sus contenidos. Creo que es lamentable que los obispos no tengan el coraje de poner freno a la estrategia de envenenamiento de la sociedad que llevan a cabo los más destacados colaboradores de la emisora. Así lo dije y lo sigo diciendo, y me parece muy triste que no haya una mayoría de obispos que tengan el valor de poner fin a una situación que contradice y repugna abiertamente los valores del Evangelio y también los de la convivencia democrática. Me atrevo a decir que los obispos mantienen la COPE en esos niveles de beligerancia porque les interesa mantener, también, lo que ellos pueden considerar una situación de equilibrio con… con la SER, aunque pienso que la SER no es tan radical como la COPE… En definitiva, la Conferencia Episcopal mantiene la COPE como está por una estrategia política y no eclesial.
P. No parece que sea ésa la actitud de la jerarquía católica española en temas tan polémicos como el "avance galopante" de los nacionalismos, que les ha llevado a cerrar filas con el PP ante el sedicente peligro de que España se rompa. Supongo que desde Montserrat, que es el referente espiritual y religioso del nacionalismo confesional, se ven las cosas de muy distinta manera.
R. No tengo esa visión catastrófica de la realidad. Pero quisiera precisar que Montserrat, por su trayectoria, al menos durante el siglo XX, ha sido un lugar de acogida de todos y de todas las mentalidades nacionalistas y no nacionalistas. Es verdad que Montserrat ha pasado por ser, en el imaginario popular, un referente del nacionalismo, pero la realidad es mucho más amplia porque aquí han nacido muchas formaciones políticas de muchas tendencias, y porque aquí se han defendido los valores democráticos de forma comprometida y abierta. Equiparar Montserrat a nacionalismo es una visión reduccionista. Como todo monasterio benedictino, Montserrat está muy enraizado en la cultura catalana y su lengua, pero no en contraposición o en confrontación con otras cosas. En cualquier caso, quiero decir, rotundamente, que ese temor a la desunión de España por parte de un amplio sector de la jerarquía católica, esa ofensiva contra lo catalán que también se hace desde el ámbito de la derecha política, no corresponde a la realidad ni a lo que siente la inmensa mayoría del pueblo catalán. Tampoco se puede justificar la posición de la jerarquía católica en el Estatut, que no es en absoluto rupturista. Pero sí es cierto que esa actitud y ese mensaje de que España se rompe han hecho mucho daño a la convivencia en el interior del Estado español.
P. Lo cierto es que hemos visto una sintonía total entre las tesis del PP y la actitud de la jerarquía. ¿Por qué? ¿Qué razones les llevan a esa complicidad tan explícita?
R. Creo que la jerarquía católica tiene la convicción de que hay que defender lo que ellos llaman la unidad de España, que, según ellos, los nacionalistas quieren romper. Ellos mantienen que la unidad de España, según ellos la entienden, claro, es un bien moral, lo cual es absolutamente falso y no tiene base teológica. Pero lo más importante es que, desde mi punto de vista, la Iglesia no debe quedar identificada con ningún partido concreto, en este caso con el PP como lo está haciendo. Lamentablemente, la mayoría de obispos creen que los nacionalismos ponen en peligro la unidad de España, y eso no es así. Una cosa es la unidad de fe, y otra muy diferente, el tema de la organización política de una sociedad, de un Estado que puede tomar mil formas.
P. Pues me imagino cómo ha debido de sentirse al oír a monseñor Cañizares que las autonomías y la autodeterminación van en contra del cristianismo porque el cristianismo es unidad.
R. Las afirmaciones de monseñor Cañizares me han dejado estupefacto.Además de no tener la más mínima apoyatura teológica, contradicen la propia identidad de Cataluña, de su historia. Es cierto que el cristianismo es unidad, pero unidad de fe, unidad en la solidaridad, como lo es la unidad con la Iglesia de Europa. ¡Pero no hace falta que sea una unidad política, porque entonces tendríamos que hacer con todos los católicos del mundo un solo Estado!
P. ¿Hasta qué punto piensa usted que habría sido contraproducente que la Conferencia Episcopal hubiera aprobado aquel documento "nonato" en el que apostaba claramente por la defensa de la unidad de España en contraposición a los procesos autonómicos?
R. Se lo diré sin rodeos: habría sido problemático y dañino que la Iglesia hubiera aprobado ese documento. Por eso, desde Montserrat, valoro muy positivamente la actuación de algunos obispos que impidieron que se aprobara ese texto que nos hubiera llevado a una polémica. Y ya tenemos bastantes polémicas en el interior de la Iglesia.
CARTAS AL DIRECTOR
Un perfecto Abad de Montserrat
Señor director:
El Abad de Montserrat, en unas amplias declaraciones, critica con gran dureza la paja, e incluso la viga, muy real, por cierto, en ojo ajeno.
En este caso, el apoyo radical de la jerarquía eclesiástica “mesetaria” al nacionalismo centralista del PP. Pero no encontraremos ahí ni un atisbo de autocrítica a su propia conducta. Incluso rechaza como “reduccionista” la sugerencia de que los monjes de Montserrat fomenten el nacionalismo el catalán.
¡Como si Montserrat, como el Barça, no fuera mucho más que un monasterio! Y lo dice —hay que ver las fotos de la entrevista— con cara de quien nunca ha roto un plato. Más aún, sabiendo muy bien de donde le vienen las “pelas” (hoy, euros), ni siquiera se le ocurre reconocer que quizá, si no sus propios monjes, al menos parte del clero catalán pueda estar a su vez también demasiado ligado al nacionalismo local, a los políticos de CiU y afines, como denuncia que hacen con el PP los centralistas.
Todo él rebosa de satisfacción consigo mismo, con la buena conciencia del perfecto fariseo, que da gracias a Dios de no ser como los demás clérigos.
M. G. Jorba Obiols