«Hay límites a la libertad de expresión, especialmente cuando insulta o ridiculiza la fe de uno». No puedes provocar. No puedes insultar la fe de otros. No puedes burlarte de la fe de otros”, ha dicho el papa Francisco. Se deduce de ello que estaría prohibido criticar o burlarse de la religión. ¿Quién puede prohibir criticar, burlarse de las ideas, de las creencias de hombres y mujeres, de gente falible, débil, vulnerable, atemorizada? ¿Por qué la “creencia” ha de estar por encima de toda investigación crítica de la razón?
En el caso de los humoristas no se trata de hacer el mal, sino hacer reír. Y si se trata de ser tolerantes los unos con los otros, no son las religiones las que, por cierto, nos pueden dar enseñanzas.
Tomando la historia de las creencias por el único comienzo conocido, las religiones politeístas, se constata que ni por un instante estas imaginaron tener que reprochar a otros pueblos el hecho de rendir culto a otras divinidades. Ignoraban toda forma de intolerancia propiamente religiosa, de cruzada contra los “infieles” y toda guerra en nombre de dios, de dogma, de cisma o de herejía. Y desconocían el fanatismo. La intolerancia religiosa que engendra guerras en nombre de la fe no aparece sino en un contexto preciso: la llegada del monoteísmo.
Al bajar de la montaña donde Dios le habría confiado los Diez Mandamientos, Moisés se apresura a hacer ejecutar a 3.000 idólatras (Éxodo 32,28). Reprocha a los hebreos haber perdonado la vida a las mujeres en la matanza de los Madianitas y las hace matar a su vez, como a sus hijos varones. «A los que deploran el reflujo de las religiones hay que repetirles que, al menos en sus formas tradicionales, siguen siendo hasta el origen de casi todas las guerras y conflictos que ensangrientan el planeta», escribe Luc Ferry en ¿Qué es una vida lograda? ¿No fue el cardenal Spellman quien, en 1966, durante la guerra de Vietnam, celebró la Navidad en Saigón bendiciendo los cañones?
Con el cristianismo, la exigencia fundamental ante los “otros” es la conversión, en principio más pacífica, pero dentro de una teología más dogmática con la denuncia de los cismas y herejías que justificarían nuevas matanzas: cruzadas exteriores (en Tierra Santa) o interiores (contra los albigenses). La Inquisición será juez del pensamiento (abierto o escondido) de todos y cada uno, e introducirá la discriminación racial: un judío sigue siéndolo aún convertido.
Pero el islam es intolerante en su esencia. “El mensajero de Alá (Mahoma) dijo: He recibido la orden de combatir contra los pueblos hasta que digan que sólo hay un dios, que es Alá, y que yo soy su profeta” (Bojari vol. 4 p. 196). Los recientes atentados terroristas se comparan con las razzias de Mahoma, que exterminaban a los infieles, como pretende el Estado Islámico contra toda minoría religiosa –cristiana, mandeanos, yazidies, bahá’es, blancos de la violencia, de asesinatos, violaciones o raptos, o de Boko Haram en África-. “La intolerancia religiosa constituye el nuevo racismo”, comenta Mark Lattimer, del Minority Rights Group (MRG), para quien “numerosas comunidades que han sufrido discriminación racial durante décadas están hoy en el punto de mira de sus religiones.”
No es equivocado pensar que el simple proselitismo sea intolerante. Es algo tan difundido entre los cristianos como entre los musulmanes –aunque no entre los judíos– y se ve alentado, entre los cristianos, por el afán evangelizador, mientras que el Corán mueve a los musulmanes.
En cuanto a la prohibición de la representación del profeta, en la Cronología de los pueblos antiguos, de Al-Biruni, el gran polígrafo persa de fines del siglo X relata e ilustra los acontecimientos históricos hasta la llegada del islam y muestra abundantes representaciones de profetas, entre ellos Mahoma. Desde el siglo XIX aparecen imágenes de imanes shias y de sus hazañas, que hoy en día se pueden encontrar en el bazar de Teherán.
Pero los grandes ausentes en el debate son los ateos. Es por ateos por lo que fueron asesinados los miembros del equipo de Charlie Hebdo. Es por ateos que dibujaban lo que dibujaban y escribían lo que escribían. “Fieles a la más vieja tradición de pensamiento», escribe Yves Ferroul en Le Nouvel Observateur: “Los judíos existen desde hace 2.600 años; los cristianos, hace 2.000; los ateos, 5.000. Desde la aparición de las más antiguas civilizaciones –Mesopotamia, Egipto, India– los hombres han afirmado que las historias de dioses eran fábulas, elaboradas para justificar el sistema de poder de la época, ya sea el reino de Judá (judíos), el imperio de Constantino (cristianos) o el imperio Árabe (musulmanes).
El pensamiento ateo ha permitido la elaboración de la ciencia. Son los ateos quienes permitieron la emergencia de la igualdad. Ser laico es rehusar referirse a un dios para fundar las reglas de la vida en común. Ningún país tutelado por Dios intenta pensar con libertad, una libertad completa para cada uno de sus ciudadanos. Porque “cuando se es ateo también se tienen convicciones”, como dice el dibujante Laurent Sourisseau (conocido como Riss), herido en el atentado de Charlie Hebdo.
Nicole Muchnik es periodista y pintora.