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Enseñanza Pública y Laica para una nación andaluza

“los centros con un particular proyecto religioso alimentan el odio entre ciudadanos…los niños deben ser educados en la misma luz, en la misma libertad, en las escuelas de la nación, donde aprenderán a amarse unos a otros”.

Jean Jaurès

Parecería que esta frase del ilustre socialista francés estaba en la mente de quienes redactaron el Estatuto de Autonomía de Andalucía, que dicta textualmente en el artículo 21 – 2 que “la enseñanza pública, conforme al carácter aconfesional del Estado, será laica”. Y ,además, entiende por públicos todos los centros financiados con dinero público. Por tanto si se cumpliera con el Estatuto todos los centros andaluces, a excepción de los privados no subvencionados, deberían ser Laicos. Al redactar y votar por amplia mayoría este texto, cabe entender que el pueblo andaluz tenía grandes conocimientos de pedagogía y de desarrollo económico y cultural. Posiblemente sabían que la instrucción y la formación más fuerte es aquella que se basa en el conocimiento científico, en la experimentación y en el desarrollo del pensamiento crítico, en el trabajo colaborativo entre iguales y en un contexto libre de prejuicios y de grupos identitarios. Seguramente conocerían los datos y estadísticas de distintos países que indican que una educación de la población con ese sistema produce generaciones bien formadas con las competencias suficientes para impulsar el desarrollo tecnológico, económico, cultural y social de la nación. 

    Recuerdo que en la visita con estudiantes cordobeses al parlamento de Bretaña (Francia), nos explicaban que la región había pasado en unas cuantas décadas de una economía de pesca y agricultura a ser referente en desarrollo tecnológico debido a que la tercera parte del presupuesto transferido (descentralizado) del Estado lo invertían en educación y formación. Y se enorgullecían de que su alumnado obtenía año tras año las mejores notas en el examen estatal de acceso a los estudios universitarios.

Todos y todas sabemos que los sistemas educativos que obtienen mejores puntuaciones en las evaluaciones externas, como el tan repetido caso de Finlandia, son casi al 100% públicos. Los Estados de esos países entienden que para cumplir con sus objetivos de desarrollo y bienestar de la población tiene más garantía diseñar y controlar su sistema educativo que dejarlo en manos de empresas privadas con ánimo de lucro y diferentes idearios.

No puedo entender que, a pesar de todo esto, Andalucía vaya avanzando cada año más en sentido contrario. En el plan de escolarización para el próximo curso se suprimen miles de plazas de los centros públicos, mientras se mantienen los conciertos con los privados, mayoritariamente religiosos y se firman nuevos conciertos para la enseñanza no obligatoria. Se está llegando en el centro de las grandes ciudades a no garantizar el derecho a la enseñanza en una escuela pública. En el currículum escolar se dedica más tiempo al adoctrinamiento religioso que a materias fundamentales del aprendizaje, y es habitual alterar el desarrollo curricular en centros públicos para realizar actividades religiosas. Incluso en las universidades, “el templo del saber”, proliferan las optativas de contenidos religiosos, y hasta existen cofradías “universitarias”.

Parece más la educación de un Estado teocrático que la de una democracia moderna.

Asusta pensar que el gobierno Andaluz apuesta por una educación religiosa, excluyente, con connotaciones conservadoras y en algunos casos con reminiscencias nacionalcatolicas.

Es desolador comprobar la ligereza o inconsciencia con que muchas familias al inscribir a sus hijos o hijas en algunos centros incumplen la Declaración de derechos del Niño (ONU 1959), que le reconoce el derecho a formarse “en libertad y dignidad” y que en el punto 10 dice que “ debe ser protegido contra las prácticas que puedan fomentar la discriminación racial, religiosa o de cualquier otra índole”, y debe ser educado “en un espíritu de comprensión, tolerancia, amistad entre los pueblos, paz y fraternidad”, lo que es difícil en colegios segregados. En un mundo globalizado, multicultural, multirreligioso solo los colegios laicos garantizan esos principios.

Es decepcionante comprobar la pasividad o el poco interés que algunos partidos políticos ponen en un tema tan importante como la educación de nuestros niños y niñas,por su derecho a formarse en libertad y sin dogmas y por la necesidad de tener generaciones preparadas científicamente para el desarrollo de nuestra región, tan empobrecida económica y culturalmente.

Da miedo pensar que podamos estar formando a generaciones de jóvenes en el dogmatismo, la desigualdad o la xenofobia. Me niego a creer que el neocristofascismo, que según el teólogo Tamayo está instalado en algunos de los jerarcas de la Iglesia Católica de Andalucía, pueda deslizarse en alumnado de centros educativos que dependen de ellos.

Porque como decía Voltaire (escritor francés del s.XVIII): “los que pueden hacer que creas absurdidades pueden hacerte cometer atrocidades”. La historia está llena de ejemplos y algunos, por desgracia, recientes y cercanos.

Treinta y nueve años después, es hora de empezar a cumplir con este aspecto tan importante del Estatuto, dando al “será “ de la formulación el sentido imperativo que tiene y no el de un futuro sin determinar. Por el desarrollo armónico de nuestra infancia y el progreso de nuestra tierra.

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