El ministro de Asuntos Religiosos de Omán, Abdallah al Salimi, aboga por separar religión y Estado
A la sombra de los árboles de uno de los jardines que esconden los impolutos muros de mármol de la Gran Mezquita Sultán Qabus de Mascate, los turistas se sientan sobre cojines para degustar una taza de café omaní y escuchar al imam. El anciano les explica en qué consiste la fe musulmana y atiende sus preguntas. El vaivén de visitantes de todas las nacionalidades a la imponente mezquita es constante. Todos caminan descalzos, tras dejar sus zapatos en sendos casilleros, para admirar el templo. Al terminar la visita, muchos satisfacen su curiosidad con un equipo de voluntarios.
«Muchas personas acuden a nosotros con dudas y preguntas sobre el islam, así que aquí les hablamos de la cultura omaní y de nuestra religión. Les explicamos cuáles son los pilares del islam, sus diferentes ramas. Algunos se interesan por el terrorismo y desde aquí intentamos clarificar que no tiene nada que ver con la religión», cuenta Asya al Riyami, antigua directora de Investigación del Ministerio de Salud omaní, ex asesora de la Organización Mundial de la Salud para asuntos sanitarios de la mujer, doctorada en Biología por la Universidad de Glasgow y voluntaria en el Centro de Información Islámica de la mezquita.
Hoy, esta jubilada y sus compañeras voluntarias han asistido a la conversión de una mujer filipina, a la que asisten en su primera aproximación a su nueva religión. La rama del islam que se practica en Omán es el ibadismo, fundamentado en un espíritu de tolerancia y diálogo. El ibadismo es una corriente diferente del sunismo y el chiísmo que aboga por que los líderes religiosos deben ser elegidos por su valía y no por su parentesco con Mahoma. «El camino de la tolerancia empieza en nuestra geografía, con nuestras costas como conexión entre Oriente y Occidente, y sigue con nuestra Historia. Llevamos la mezcla de muchas sangres. Somos navegantes», filosofa el jeque Abdullah al Salimi, ministro de Asuntos Religiosos.