Deberían haber sido los primeros y en muchos casos ni siquiera se presentaron. Pesó más la patria que la misericordia, la política que el consuelo. Fue una evolución lenta, medida, fría y en ocasiones sin alma. Seis décadas después, la Iglesia vasca, la misma que un día tuvo los seminarios completos, los misioneros en cada rincón del planeta, empieza a reconocer que no lo hizo bien. Por ahora con la boca pequeña y a cuentagotas. Las víctimas del terrorismo se lo reprochan desde hace tiempo. Jamás comprendieron su equidistancia, su distancia y la frialdad que jamás esperaban de quienes estaban llamados a salvar almas y consolar y que optaron por callar, mirar hacia otro lado o incluso negar funerales.
“La reacción de la Iglesia ha sido muy deficitaria, debería ser más contundente, es un pecado en su mochila”, asegura Pedro Ontoso, autor de Con la Biblia y la Parabellum‘ (Ediciones Península). Un trabajo detallado sobre el papel jugado por la Iglesia en el nacimiento de ETA y en su actitud ante los crímenes de la banda terrorista. Asegura que no sólo su posición distante hacia las víctimas lastró la imagen de la institución, sino también su acento marcadamente nacionalista, que le llevó a defender la existencia de “un conflicto político” que requería “sentarse a hablar” o la defensa de los presos de la organización criminal concebidos como “presos políticos”.
Ontoso niega que ETA naciera en un seminario, pero sí que contó con el calor de “sotanas y hábitos” durante sus primeros años. En su trabajo relata cómo algunas de las asambleas de la banda se celebraron en casas de retiro espiritual de la Iglesia o cómo el primer atentado premeditado de la banda, el cometido contra el inspector de policía Melitón Manzanas el 2 de agosto de 1968, se preparó en la casa de un párroco. Antes se había producido el paso de la cruz a la pistola de no pocos sacerdotes y después vendría el calor y la protección de algunos sectores de la Iglesia y su entorno.
En Euskadi la implicación de la Iglesia en las reivindicaciones nacionalistas provocó, según Ontoso, que “la patria se convirtiera en un ídolo, se cambio Dios por la patria” y la sociedad vasca, otrora profundamente religiosa, terminara con una secularización “galopante, mucho más agudizada que el resto del país”.
Afirma que el papel de la Iglesia vasca no se entendería sin la figura del obispo José María Setién, “su gran ideólogo” que logró un importante predicamento y respeto en la Iglesia española. Apunta que su figura se ha “satanizado en exceso” aunque reconoce que se equivocó en su actitud hacia las víctimas y en el contenido político que siempre imprimió a su ejercicio como obispo: “La imagen de Setién pasando sin inmutarse frente a una concentración reclamando la liberación de José María Aldaya le hizo mucho daño, a él y a la Iglesia”.
Pregunta.- ¿Cómo es posible que en una sociedad aparentemente tan religiosa como era la vasca en los 70 y 80 pudiera germinar una semilla como la de ETA? ¿Quizá es que no era tan religiosa o que era más nacionalista que religiosa?
Respuesta.- Era las dos cosas, profundamente religiosa y profundamente nacionalista, igual que la Iglesia. Es un gran agujero negro, una pregunta que siempre me he hecho. También en Italia, una sociedad tan católica germinó la mafia. Los mafiosos estaban en primera fila en misa los domingos y había obispos que estrechaban la mano a los capos de los mafiosos y a quienes les denunciaban los asesinaban. Creo que en el País Vasco se produjo una sustitución, la patria se convirtió en un ídolo y se cambió Dios por la patria y se sacraliza el concepto de pueblo. Se produjo un relevo de valores. La Iglesia no ha hecho mucho hincapié en esta cuestión, donde debería haber sido más contundente para desmontar esa idolatría de la patria.
P.- Se llegó a idolatrar más la patria que a Dios…
R.- Fue una religión de sustitución. El movimiento de ETA era anticristiano, provocó una sangría y una secularización más galopante en Euskadi que en otros lugares. Eso ya lo dijo el Papa juan Pablo II cuando visitó Loyola en 1982, alertó de la crisis religiosa. Ya entonces el Vaticano lo achacaba en parte al terrorismo y a la posición tan politizada de la Iglesia.
P.- ETA, además de la vida de 850 personas, ¿se llevó por delante la religiosidad secular el Pueblo Vasco?
R.- Tiene mucha influencia ETA y el MLNV, pero también el rechazo al nacionalcatolicismo.
P.- ¿ETA debe algo a la Iglesia?
R.- A ETA le interesaba tenerla como una entidad mediadora y tuvo mucho cuidado de no ir contra ella. Es llamativo que ETA nunca atentó contra representantes de la Iglesia.
P.- En referencia al subtítulo de su libro, ¿cuándo dejó la iglesia vasca de poner velas a Dios para ponérselas al diablo?
R.- No creo que exista un momento preciso, es una evolución. La Iglesia es muy plural, son los obispos, los religiosos, los laicos y dentro de esa estructura hay gente que ha mantenido posiciones distintas a lo largo de los años, unos más contundentes, otros más tibias o de mirar hacia otra parte. La Iglesia vasca arrastra una mala imagen que le ha lastrado por su llegada tardía al tema del consuelo de las víctimas, la ausencia de los funerales, el defender la teoría de que aquí hay un conflicto político y hay que sentarse a hablar y dialogar, etc. Todo eso lastra la imagen de la Iglesia. El caso más grave es quizá el no haber llegado con más contundencia con el tema de las víctimas.
Su imagen ha estado lastrada por llegar tarde al consuelo de las víctimas, ausentarse de los funerales o defender la teoría del conflicto político”
P.- ¿Por qué la jerarquía no acudía a los funerales?
R.- Era una praxis que se había establecido aludiendo a que temían que les instrumentalizaran, les utilizaran. Eso provocó que perdieran significación pública. Muchos pensaban que como no acudían quizá a los que habían matado no eran tan inocentes, aunque fueran servidores públicos. Tampoco había gestos públicos. Se reunían con víctimas, pero siempre sin publicidad. Hubiera sido ejemplarizante aparecer de modo más contundente. Eso cambió con Blázquez, cuando decidió ir al funeral de Miguel Ángel Blanco y después al de un policía nacional en Basauri y al de un ertzaina. A su círculo más cercano le llamó la atención, era romper una praxis y a muchos no les gustó .
P.- ¿La evolución de la Iglesia vasca se puede simplificar con tres referentes; la lejanía de Setién, la equidistancia de Uriarte y la cercanía de Blázquez?
R.- Esa puede ser la secuencia, sí.
P.- Usted subraya que ETA no nació en un seminario, como en ocasiones se ha dicho, pero que sí hubo “sotanas de curas y hábitos de frailes” en su génesis.
R.- Hay que tener en cuenta que el pueblo vasco era muy católico, exportaba misioneros, había numerosos seminaristas, era el faro de la Iglesia española y sus iglesias estaban llenas. Había un gran poso católico. En la Guerra Civil hubo una parte del clero que perdió la guerra y con ella una parte de la sociedad vasca. Se produjo cierta simbiosis entre esa iglesia antifranquista y la sociedad. Era una Iglesia que además defendía la identidad del pueblo vasco, sobre todo alentando el euskera. Se comenzó a sacralizar el concepto de pueblo, la liberación de los pueblos, aparece el fenómeno de las guerrillas, etc.
P.- ¿Fue cuando se pasó de la doctrina a la política?
R.- Muchos sacerdotes alentaron a mayores cotas de compromisos que llevarían a coger la armas o a morir por la patria. Hubo momentos en los que la religión y la política iban de la mano en Euskadi. Se creó un coctel muy explosivo. En ese momento gente de Iglesia veía con simpatía el movimiento de resistencia a Franco y cuando nació ETA se produjo una tremenda secularización de curas. Algunos pasaron a ETA o a colaborar con ella. Otros lo que hicieron fue apuntalar el pensamiento que sustentaba ese movimiento inicial.
P.- ¿Cómo se explica que alguien que se ordena sacerdote, que aspire a salvar almas, termine pasándose a ETA o callando ante sus crímenes?
R.- Eran pocos los que daban ese paso. Otros sí les jaleaban y justificaban. Se les veía como héroes, como la resistencia ante el franquismo. No podemos olvidar que la propia Iglesia, en un porcentaje amplio, era nacionalista y apoyaba la idea de que había un conflicto político y que los de ETA no eran unos simples malhechores en busca de un beneficio propio sino que defendían unos ideales políticos con los que se identificaba una parte importante de la población vasca: la autodeterminación y los derechos del pueblo. Había cierto misticismo de que había que liberar a un pueblo que sufría.
No acudir a los funerales era una praxis que cambió Blázquez cuando decidió acudir al de Miguel Ángel Blanco, a muchos no les gustó”
P.- Hubo asambleas de ETA que se celebraron en casas de retiros espirituales de la Iglesia. El primer atentado, contra el inspector de policía Melitón Manzanas, se preparó en la casa de un párroco. ¿Esa implicación tan directa no provocaba tensiones y rechazo en el seno de la Iglesia, la vasca y la española? ¿Nadie intentó impedirlo, pararlo?
R.- Hubo voces aisladas, pero por el tema de la comunión, la unidad de la Iglesia, todos los trapos se limpiaban dentro. Los Jesuitas decían que era un factor de división y por eso se orillaba el tema, la discusión. Se fue aplazando. Al final la fibra moral se fue cuarteando. Sí hubo una reacción significativa que fue el movimiento pacifista. No lo impulsó la jerarquía sino grupos cristianos de base. Fueron los primeros que salieron con pancartas a la calle y que derivaría en el nacimiento de Gesto por La Paz. Hubo otros gestos como los de los curas que tras el asesinato de Joseba Pagazaurtundua se ofrecieron para completar listas electorales del PP y el PSE, algo que generó mucha tensión en la Iglesia. Era un gesto que Blázquez no paró pero que no recibió el apoyo del conjunto del clero.
P.- Durante años los obispos y algunos curas vascos se negaron a oficiar funerales por las víctimas del terrorismo. Sin embargo, ante tal actitud no se escucharon reproches ni se corrigieron, ni por la Iglesia española ni por Roma. ¿Por qué se permitieron esos desprecios?
R.- En esos años Roma dejaba hacer. El País Vasco estaba muy lejos y se dejaba el peso en las iglesias locales. Es cierto que hubo muchos funerales clandestinos, de policías, militares y guardias civiles en las que se sacaba a las víctimas por la puerta de atrás. En aquellos funerales no solía haber presencia ni de la jerarquía vasca ni de autoridades locales. Había voces de la Iglesia española, como las del arzobispo castrense Estepa que oficio muchos funerales con homilías contundentes e hizo declaraciones muy duras contra la Iglesia vasca. Él contó en una ocasión que tras recriminar a obispos vascos la ausencia de estos funerales le dijeron que para eso estaba él…
P.- Siempre se habla del papel de la Iglesia vasca, pero ¿y la española, tampoco actuó para redirigir el rumbo que estaba tomando la institución ante la violencia de ETA? ¿O incluso Roma?
R.- En aquella época los obispos vascos tenían mucho predicamento en la Conferencia Episcopal. El que más peso tenía era Juan María Uriarte, a Setién le tenían cierto miedo. Tenía tanta capacidad dialéctica que te desmontaba y le dejaban hacer. Siempre salían comunicados desde Madrid matizando para que no pareciera que era la opinión de la Iglesia española pero la voz frente a ETA se dejaba que fuera la de los obispos vascos. Eso cambio en torno a 2000, tras el fracaso de la tregua. Se releva a Setién y se nombra a Uriarte obispo de San Sebastián.
Algunos no les veían como simples malhechores, defendían ideales políticos para el pueblo vasco: la autodeterminación o los derechos de un pueblo”
P.- En aquellos años también la relación con el Gobierno del PP se complicó de modo importante…
R.- Sí, coincidió con la aprobación del pacto antiterrorista que la Iglesia no firmó, algo que molestó mucho a Aznar, que se quejó ante el Vaticano. Empezó a tomar fuerza el discurso de cierta connivencia, ambigüedad de la Iglesia vasca ante el terrorismo y en Madrid cambiaron las cosas. De algún modo, se impuso la idea de tener que ‘reconquistar’ la voz de los obispos vascos en Euskadi frente a la violencia. En 2002 la Iglesia vasca se opuso a la Ley de Partidos y tras una nueva queja del Gobierno, Rouco Varela da un golpe de mano y saca un documento sobre los nacionalismos que el clero vasco no apoya por considerar que vincula nacionalismo con ETA. A partir de entonces, la voz de los obispos vascos perdió peso y poco después llegó la remodelación de los episcopados vascos.
P.- Si duda la figura de mayor peso en la Iglesia vasca y su papel ante ETA no se entendería sin Setién. Veo que no le ha dedicado un capítulo especial. ¿Es por alguna razón?
R.- De Setién se ha hablado tanto ya que es un tema muy estudiado. Sí hablo de él, es una figura clave. El libro no es un juicio sumarísimo a la Iglesia vasca. Fue el gran ideólogo de la Iglesia vasca, era un referente para el nacionalismo. Tenía mucha autoridad y mando, lo que decía Setién iba a misa, su doctrina tenía mucha influencia. Fue el primero que dijo en Madrid, en el Club Siglo XXI, que el Estatuto estaba muerto, que era insuficiente y que el pueblo vasco debía hablar. El patrocinó iniciativas de sesgo nacionalista. Hay quien cree que no se puede entender el ‘Plan Ibarretxe’ sin Setién.
P.- ¿El nacionalismo y la Iglesia vasca siempre han ido de la mano?
R.- Cuando nombraron a Blázquez en Bilbao, Setién se movió ante el lehendakari Ardanza avisándole de lo que podía pasar, que podrían poner ‘a alguien que no fuera de los nuestros’ y le animó para influir en la decisión del Vaticano. Ardanza fue a la Nunciatura para reclamar un obispo de ‘sensibilidad’ vasca. El nuncio le dijo que el obispo debía ser universal y nombraron a un obispo de Ávila, a Ricardo Blázquez y por eso se le recibió como se le recibió. El nacionalismo entendía que Setién y Uriarte ‘eran de los nuestros’ pero Blázquez no. Ese tipo de reacciones en el nacionalismo y una parte de la Iglesia vasca siempre han ocurrido, creyendo que es un intento del Vaticano por diluir la identidad de la Iglesia vasca.
A Setién le tenían miedo por su capacidad dialéctica que te desmontaba. Fue el ideólogo de la Iglesia vasca y tenía mucha autoridad y mando”
P.- Setién es la figura más demonizada de la Iglesia vasca, fundamentalmente fuera del País Vasco. ¿Se ha sido injusto con él? ¿Se ha obviado parte de su aportación en la lucha contra ETA?
R.- Es una figura poliédrica y muy controvertida, no hay duda. Creo que se le ha satanizado en exceso, sobre todo fuera de Euskadi, ha sido el saco de los palos. Su denuncia contra la violencia ha sido contundente desde el minuto uno. Su magisterio contra ETA ha sido duro pero como mezclaba muchas cosas… Fue de los primeros que alzó la voz contra la guerra sucia del Estado, los GAL, eso molestaba. También que hablara de los presos y los definiera como presos políticos y que defendiera su acercamiento. Era un cóctel explosivo.
P.- ¿Se equivocó con las víctimas? ¿Las dejó desamparadas?
R.- Sí, creo que sí. La fotografía de Setién pasando frente a una concentración de los familiares de José María Aldaya reclamando su liberación, con una cara impasible y sin acercarse ni inmutarse, fue una imagen que hizo daño a Setién y a la Iglesia vasca. Ver a un obispo pasar como quien cruza frente a una manifestación reclamando aceras más amplias, incapaz de acercarse a interesarse o darles un abrazo, le hizo daño.
P.- ¿Llegó a arrepentirse en alguna ocasión, aunque fuera en su ámbito más privado, de cómo trató a las víctimas?
R.- Era una persona muy introvertida que no le gustaba el protagonismo y que siempre estaba en foros donde se sentía arropado. Huía de la presencia pública. Desconozco si llegó a arrepentirse, sí que en alguna ocasión dijo que no se dio cuenta, que iba ensimismado en lo suyo y que las críticas hacia él eran injustas porque sí estuvo con víctimas. Él, por ejemplo, intervino para localizar a los secuestradores de Miguel Ángel Blanco y salvarle la vida. Uno de sus problemas era que era un hombre frío, con un carácter de hielo, de titanio y eso generaba rechazo. En esta cuestión a la Iglesia le faltó liderazgo en el apoyo a las víctimas. El líder era Setién, era Uriarte y otros, que deberían haberlo liderado. Se reunían con víctimas sí, pero no lo hacían de modo público. Recordaba a la figura de Nicodemo, un miembro del Sanedrín fariseo que se reunían a escondidas, por las noches, con Jesús temeroso de que dañara su reputación. Tendrían que haber hecho gestos públicos.
A ETA le interesaba tener a la Iglesia como entidad mediadora y por eso tuvo mucho cuidado en no ir contra ella”
P.- Recientemente el obispo Juan María Uriarte reconoció que la Iglesia había tardado en “despertar” en su cercanía hacia las víctimas y que debía haber sido la primera en hacerlo. ¿Falta la autocrítica de la Iglesia en su conjunto, la vasca y la española, sobre su actitud en todos esos años?
R.- La reacción de la Iglesia ha sido muy deficitaria. Tenía que haber sido más temprana, contundente y rotunda y ese es un pecado en su mochila. El buen samaritano está en el ADN del Evangelio y por eso deberían haberse fajado a tope y no lo hicieron. A partir de finales de los 90 sí hubo una reacción para mitigar ese sufrimiento de las víctimas, de todo tipo, de los dos lados. Aún falta una mayor autocrítica sobre en qué ha fallado, por qué ha fallado y reconocer el sufrimiento de las víctimas.
P.- El círculo de la relación entre la banda y la Iglesia se puede dar por cerrado con casos como los de José Luis Álvarez Santacristina, ‘Txelis’, que le llevó a una conversión en prisión.
R.- Es un dato paradigmático. Fue un miembro de la cúpula de ETA cuando cayó en Bidart. Después ‘Txelis’ reconoció que tenía muchos remordimientos por los atentados y que no sabía cómo dejarlo. Él venía del seminario y entró en ETA. Después abandonó la banda precisamente tras recuperar sus convicciones religiosas. En ese itinerario siempre había un sacerdote, en la prisión de París y aquí. Un claretiano vasco, Josu Zabaleta, contactó con él. Hizo muchas horas de patio con otros etarras; Urrusolo Sistiaga, Carmen Guisasola, Jon Kepa Pikabea, etc. En estos casos lo que les movía no eran razones religiosas sino éticas. En su funeral, el año pasado, había miembros de ETA que lloraron por él. Hubo otros capellanes que también han hecho una labor importante con presos de la banda con libros como los de ‘Patria’. Hubo hombres de Iglesia que alentaron el inicio de ETA, pero también los ha habido en su cierre