En su sentencia, el TC resuelve que las decisiones del obispo son plenamente constitucionales y dice que la Iglesia tiene derecho a exigir que sus profesores den "testimonio de vida cristiana". La afirmación es importante. Hasta la fecha, los defensores de la presencia de la religión en la escuela subrayaban que se trataba de hacer "cultura religiosa" o "información religiosa", no de hacer catequesis, pues esto debe dejarse para el ámbito de la comunidad creyente.
Tal argumentación se va a pique a partir de esta sentencia. Si los profesores deben dar "testimonio de vida cristiana", la religión que enseñan ya no puede ser una asignatura como las demás. Su vida personal debe dar testimonio de lo que enseñan; la clase de Religión se convierte en catequesis. La diferencia con el resto de materias es notable: cuando, por ejemplo, un profesor de filosofía explica Marx o Sartre, nadie le exige que él mismo sea marxista o existencialista. Se le pide solo que conozca bien la materia y que la exponga con rigor y objetividad.
Tras la sentencia, lúcidamente protestada por la Asociación de Profesores de Religión, queda claro que una enseñanza así y unos enseñantes con estos condicionamientos no encajan en absoluto en un sistema escolar que quiere transmitir conocimientos y educar a personas, pero que no quiere, ni puede, influirles en una dirección u otra desde el punto de vista religioso o ateo.
Por ello, me parece obvia la única conclusión posible, seguramente no buscada por el TC: si se exige que la enseñanza religiosa incorpore el testimonio y el adoctrinamiento, la escuela ya no es el lugar adecuado para la enseñanza religiosa; ésta debe hacerse necesariamente fuera de la escuela.