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El verdadero objeto de la enseñanza pública

Religión, en la escuela pública, no. Solo quiero decir eso, que no es su sitio. Y parece mentira que ni Wert ni los obispos tengan capacidad suficiente para entender algo tan sencillo.

El acuerdo del Estado español con el del Vaticano sobre enseñanza y asuntos culturales, en enero de 1979, a solo un mes de haberse aprobado la Constitución, señala en su articulo II que los planes de estudios “incluirán la enseñanza de religión católica en todos los centros de educación, en condiciones equiparables a las demás disciplinas fundamentales”. La frase final, “en condiciones equiparables a las de las demás disciplinas fundamentales”, es la madre de todas las discusiones en torno a la nueva ley de educación, aunque resulta una cuestión tan sencilla que un muchacho la comprendería en un santiamén. Veamos.

    La escuela tiene, como único objetivo, la enseñanza de este mundo natural al que venimos todos para sobrevivir el mayor tiempo posible. Todas sus afirmaciones son hechos contrastados y contrastables, y cuando no lo son se le dice al alumno (es una hipótesis, o una teoría, una posibilidad, un punto de partida…) Lo que estudia un niño español es lo mismo que estudia un chino, un nigeriano o un niño canadiense, es decir: las enseñanzas de la escuela pública (de esto se trata) puede ser compartida por todo el mundo. Si un niño no puede creer que sea verdad algo de lo que se le enseña, se le puede invitar a comprobarlo por él mismo, aunque necesite llegar hasta la universidad para lograrlo. Las creencias religiosas no cumplen ninguna de estas características. Su objetivo principal es el más allá, el otro mundo, lo sobrenatural. Ninguna de ellas se puede comprobar (en filosofía del lenguaje, a esto se le llama “absurdo”).

Las creencias religiosas son tan diferentes de unas comunidades a otras que ninguna de ella puede ser aceptada por todo el mundo (debido a esto, nos separan en lugar de unirnos). Un creyente acepta las creencias de su ambiente sin la menor crítica, es imposible la duda o la suspicacia porque todas son absurdas, es decir, incomprobables. Si a esto añadimos que en nombre de Dios se han cometido (¡y se están cometiendo ahora mismo!) los crímenes más abominables (tanto o más que los de Stalin o Hitler), tendremos la respuesta definitiva: Religión, en la escuela pública, no. Es algo así como colocar un retrete en el comedor de una casa. Solo quiero decir eso, que no es su sitio.

Y parece mentira que ni Wert ni los obispos tengan capacidad suficiente para entender algo tan sencillo.

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