España permite el uso del hiyab en los centros educativos, mientras Francia prohíbe incluso las chilabas
Algunas musulmanas ven su uso como un signo de opresión patriarcal y otras lo promueven como expresión de su identidad cultural
Casi trescientas niñas acudieron a clase el lunes 4 de septiembre, primer día del curso escolar francés, con la tradicional indumentaria islámica, según su costumbre. Antes de entrar al colegio se despojaron del pañuelo con que cubrían su cabello, tal como vienen haciendo desde 2004 por exigencia legal. Pero, por vez primera, para acceder a las aulas también debieron prescindir de la túnica que visten encima de sus camisetas y pantalones ocultando así sus siluetas. Se negaron a hacerlo varias decenas de niñas, que fueron enviadas de regreso a casa en cumplimiento de la directiva del Ministerio de Educación.
París ha prohibido la abaya (túnica femenina de origen árabe) en todos los centros docentes del país. Ya lo había hecho en 2004 con “las vestimentas que manifestasen una determinada afiliación religiosa”. Ahora han determinado que abaya, qamis y chilaba son también indumentarias religiosas. Aunque el pretexto oficial de la orden es la laicidad consagrada en la Constitución de 1958, la calle opina que estas prohibiciones son, en realidad, medidas contra la temida islamización de Francia.
El veto a que se pueda orar en las calles francesas (de 2011), la prohibición en playas y piscinas del burkini (en 2022) o la exclusión de velos, túnicas, sotanas, hábitos y “adornos de gran tamaño con signos religiosos” de las aulas galas ha causado varios efectos; quizá el más celebrado sea que muchas colegialas musulmanas tienen ahora excusas ante sus padres para despojarse de unas prendas que no querían llevar. Pero, paralelamente, algunas familias de convicciones ortodoxas han enviado a sus hijas a estudiar a otros países o las han sacado del sistema educativo anteponiendo al derecho a la educación lo que consideran una obligación religiosa.
En España, las libertades consagradas en la Constitución y la sensibilidad general ciudadana han llevado al legislador a modelos legales permisivos e inclusivos. No existen leyes generales que prohíban los signos religiosos. A pesar de ello, con frecuencia surge la polémica por el hiyab en algunos colegios con reglamentos específicos de vestimenta; son siempre prohibiciones que no atienden al carácter religioso de la prenda prohibida sino que afectan también a capuchas, gorras, pañuelos, etc.
Cubrirse la cabeza, un “costumbre cultural” cada vez menos secundada por las musulmanas jóvenes
Algunas mujeres musulmanas como Zohora el Himmer, de 35 años, creen ciegamente en la obligatoriedad del velo islámico: “No es una imposición de nuestros padres o maridos, sino una norma del Corán para que seamos respetadas y no supongamos nunca una tentación para los hombres”. Cuando se le pregunta qué opina de las musulmanas que no lo llevan, El Himmer contesta que las respeta. “Hay musulmanas que lo hacen bien y otras que no: allá cada una”, añade a renglón seguido. También Mustapha Benkirane, de 50 años, opina que una mujer recta no debe mostrar sus encantos en público y las que lo hacen “incitan a los hombres para que las molesten”.
Ismael Ben Yusuf, de 29, dice que el Corán es muy taxativo cuando se trata de prohibir (“Os está prohibido todo animal hallado muerto, la sangre, la carne de cerdo…”) pero no existe nunca esta forma tan clara cuando habla del vestuario de la mujer: “En 24:31 leemos: Di a las creyentes que bajen la vista con recato, que sean castas y no muestren más adorno que los que están a la vista, que cubran su escote con el velo. No hay duda de que es el escote lo que debe quedar cubierto, no la cara ni el cabello”, aclara.
En la misma línea se expresa Aisha Rodríguez, madrileña conversa al islam: “En 33:59 se puede leer: ¡Oh Profeta! Di a tus esposas, a tus hijas y a las demás mujeres creyentes, que deben abrocharse sus vestiduras externas”. Y añade: “Yudnin significa abrochar, anudar o unir dos extremos; nunca echar por encima ni cubrir, como interesadamente traducen algunos”.
Los profesores de secundaria constatan que en las aulas españolas cada vez más chicas jóvenes de familia y tradición musulmana se han desprovisto del hiyab. Algunas de las consultadas dicen que no quieren cerrarse puertas en su carreras profesionales. Otras explican que no tienen por qué ir mostrando a todo el mundo y a todas horas que son musulmanas. Alguna dice que el hiyab las convierte en objetivo de los islamófobos. Entre las que lo llevan (menos del 25% de las escolares de familia musulmana) más de la mitad reconoce que lo portan por imposición de los padres. El resto admite que lo llevan como una “prenda cultural”, pues ni se declaran personas piadosas ni cumplen con otros preceptos coránicos como las oraciones.
Aunque muchas defensoras del hiyab abogan por que su uso no se restrinja en las escuelas, otras de las que visten libremente esta prenda creen que una escuela sin hiyab proporciona un espacio de neutralidad que les ayuda a elegir libremente. Souad Habka, de 28, que usa hiyab desde que terminó la universidad, revela que “lo importante del uso del velo es que sea la mujer la que decida; pero, para que haya libertad debe haber madurez”. Subraya que pasó su infancia sin hiyab por voluntad propia y eso le ha brindado “poder tomar, de adulta, una decisión libre de presiones y meditada”.