La escuela pública y laica francesa destierra prebendas de riqueza, nacimiento o raza
En Francia, donde la escuela es pública y laica, no se acepta que los alumnos exhiban signos religiosos, ni velos, ni crucifijos, ni kipas, precisamente para mantener un espacio de igualdad entre todos ellos sin que ni oraciones ni plegarias ni defensas a ultranza de tal o cual creencia, ni mucho menos leyes o normas morales pero no universales puedan distorsionar el ambiente de igualdad fundamental en la enseñanza, ni menoscabar o escorar en una u otra dirección los valores cívicos, los valores de igualdad, justicia y libertad promulgados en los derechos humanos: «Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos». La escuela pública y laica tal como la entienden los franceses destierra prebendas de nacimiento, riqueza o raza y educa en el respeto a la diversidad y en la igualdad. El ciudadano que lleva sus hijos a la escuela, y lo mismo el que no tiene hijos o ya no los lleva a la escuela, sabe que los impuestos que paga al Estado no servirán para que sus vecinos eduquen a sus hijos en una religión que de ningún modo es un valor universal. ¿Por qué un ciudadano no creyente, por ejemplo, ha de contribuir con sus impuestos a la educación religiosa de sus vecinos que son católicos o judíos o mahometanos? Lo lógico y justo es que quien quiera educar a sus hijos en una religión determinada los lleve a la mezquita si es en el Islam en lo que cree, a la parroquia si es católico o a la sinagoga si es judío.
En España, donde la escuela no es ni totalmente pública ni mucho menos laica y donde se deja al criterio de cada escuela aceptar o no aceptar que los alumnos lleven signos religiosos o vistan prendas igualmente religiosas, no debería haber problemas con el hiyab de una adolescente que se empeña en llevarlo en el interior del recinto de la escuela. Si la dirección o el reglamento se lo permiten, que lo lleve. Si no se lo permiten puede optar por quitárselo o por cambiar de escuela. La escuela comparte este privilegio con la iglesia, cuyos párrocos pueden negar la entrada a una mujer por no vestir según el criterio que ellos tengan de la decencia, como ha ocurrido en este país durante decenios.
En la calle todo el mundo tiene derecho a vestir como quiera y de hecho así lo hacen todos, como lo demuestra la variedad de vestimentas, adornos y disfraces que visten a voluntad imanes, obispos, rabinos o seguidores del Dalai Lama.
Otra cosa es, como ocurrió hace unos pocos años, que nos parezca injusto que una monja vestida con toca y velo, con el pretexto de que el hiyab supone una forma de obediencia a una religión musulmana, expulsara a una alumna del colegio, lo cual creó graves problemas de incomprensión en la sociedad. ¿Acaso su vestimenta no era un signo religioso que demostraba también obediencia a las reglas de una orden religiosa católica?