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El vaticano y la cuestión de vida o muerte del planeta tierra

Decía Bertrand Russell: “El ser humano teme al pensamiento más de lo que teme a cualquier otra cosa del mundo, más que la ruina, incluso más que la muerte- El pensamiento es despiadado con los privilegios, las instituciones establecidas y las costumbres cómodas; el pensamiento es anárquico y fuera de la ley, indiferente a la autoridad, descuidado con la sabiduría del pasado. Pero si el pensamiento ha de ser la posesión de muchos, no el privilegio de unos cuantos, tenemos que habérnoslas con el miedo.”

“Es el miedo el que detiene al ser humano, miedo de que sus creencias entrañables no vayan a resultar ilusiones, miedo de que las instituciones con las que vive no vayan a resultar dañinas, miedo de que ellos mismos no vayan a resultar menos dignos de respeto de lo que habían supuesto.”

En el espíritu de esas palabras está escrito este artículo.

Día tras día, nos llegan  noticias, a través de los diferentes medios informativos, sobre la decadencia sistemática de nuestro planeta. Desde luego, estas noticias se esparcen por todos los estratos de la población,  desde los más altos niveles científicos, políticos y religiosos hasta la masa de los asalariados y destitutos.

En estos momentos, la  pandemia de coronavirus incrementa la sensación de que esa decadencia ambiental, se ha incrementado hasta convertirse en una amenaza presente y real para todos los habitantes de este mundo nuestro.

Siempre hubo preocupación por la salud de la Tierra. Si nos remontamos al siglo XVIII, Isaac Newton, aquel genio de la física, y persona muy religiosa, se dedicó a calcular, en el año 1704, la posible fecha en que desaparecería el mundo. El hombre que estableció las Leyes de la Mecánica y descubrió la Ley de la Gravedad Universal, empleó cincuenta y cinco años de su vida intentando decodificar la Biblia. De su investigación quedaron 4.500 páginas manuscritas, en las cuales se detallan sus secretos esfuerzos para llegar a la conclusión de que  el año exacto del Armagedón sería el 2060.

Esas elucubraciones de Newton fueron continuadas por algunos de sus colegas en las siguientes generaciones. En la actualidad, especialistas en la materia con nuevos medios científicos a su disposición, tratan de entender los signos actuales de una situación planetaria que tiende a decaer rápidamente, y piensan en las posibles soluciones a las  calamidades   que afectarán a futuras generaciones.  

Un autor e investigador estadounidense, Alan Weisman,  escribió “El Mundo sin Nosotros” (2007), un libro  que  invita a pensar en la tragedia  final y que pasará después.

 Este autor, en una entrevista con el periodista Federico Kukso (revista argentina  Ñ , 8/12/2012), dice: “Como toda criatura tenemos miedo a la muerte. Instintivamente queremos preservarnos  lo más posible y la idea de desaparecer como especie aterra incluso a la persona más racionalista. Pero algo nos trastorna aún más y no está contemplado en nuestros relatos del fin: pensar en la posibilidad de que la Tierra pueda seguir girando en el espacio sin humanos. Nos cuesta borrarnos del mapa sin, a la vez, borrar ese mapa. Nuestro ego es demasiado grande”.

Una de las razones por la cual muchas personas religiosas (de cualquier nivel de conocimiento) no aceptaron la Teoría de la Evolución, cuando Darwin dio a conocer al mundo sus descubrimientos,  fue la afirmación de  que la evolución de nuestro planeta, en su mayor parte, ocurrió sin la presencia humana como afirma Weisman en otra parte del artículo mencionado: “La Tierra existió y existirá sin humanos. Somos sólo un capítulo en su larga historia. Antes de nuestra aparición, la Tierra sufrió desastre tras desastre y en cada ocasión logró recuperarse. Hubo extinciones enormes, glaciaciones que arrasaron con prácticamente todo y siempre, de una manera creativa e impensada, el planeta retomó el rumbo. Todo esto demuestra que la vida es una fuerza que resiste y perdura. Hace 250 millones de años, por ejemplo, antes de la aparición de los dinosaurios, sucedió la peor catástrofe para la vida sobre la Tierra, desaparecieron el 70% de las especies terrestres y el 90% de las especies marinas. Fue la extinción del Pérmico Triásico o como muchos les gusta llamar ‘La Gran Mortandad’: un gran volcán entró en erupción en Siberia y un asteroide impactó en la Antártida. La vida en nuestro planeta casi llegó a su fin. Y aun así, aquí estamos, con nuestros celulares, tablets y automóviles”.

(…) ”La inteligencia nos hace realmente especiales. Para bien y para mal. Los proyectos para prevenir o sobrevivir catástrofes globales son interesantes pero están movilizados por el miedo que en estos asuntos congela a las personas, las ahoga y hace que no quieran saber nada del tema. Impulsa  que todo siga igual. Yo no quise espantar al lector sino desarmar su temor desnaturalizarlo. Mi libro no es ni apocalíptico, ni ‘anti-apocalíptico’. No escribí sobre cómo se va a destruir el mundo sino sobre su increíble capacidad de recuperación. Con el tiempo, los humanos nos separamos de la naturaleza, como si fuera una antigua novia. Debemos re enamorarnos de nuestro planeta para protegerlo.”

En otro artículo, publicado en 2014, titulado: “Review of Overdevelopment, Overpopulation, Overshoot”, Weisman vuelve a poner el dedo en la llaga: “Al presente ritmo de un millón más de nosotros cada 4 días y medio, llegaremos a ser 11 mil millones para el fin de este siglo, lo cual es probablemente imposible. Esto implica que, en justamente 5 años, necesitaríamos producir más alimentos de los que han sido consumidos durante la entera historia de la especie humana. Desgraciadamente, por cada grado Centígrado de incremento en la temperatura global promedio, se espera que la recolección de granos caiga un 10%. Y, desde que nosotros estamos, actualmente,  en camino por un incremento de 4 ºC para el año 2.100, la elevación del nivel de los océanos anegará las tierras más fértiles en los deltas de los ríos, y en cualquier otro lado donde la, agricultura se realice a nivel del mar (tal como el alimento más importante del mundo, el arroz).”

Ante las perspectivas científicas señaladas en el párrafo anterior, se plantea la cuestión de ¿qué están  haciendo los líderes políticos y religiosos mundiales para enfrentar una situación que cada vez requiere (o debería requerir) más atención de su parte? Alan Weisman, nos da una idea en su artículo: “Overpopulation: Why ingenuity alone won´t save us”, publicado en Los Angeles Times in September 22, 2013: … “La parte ‘naturaleza’ de la naturaleza humana incluye hacer más copias de nosotros, para asegurar nuestra supervivencia genética y cultural. Como ese instinto viene bien a mano para construir poderosas naciones y religiones dominantes, nosotros nos hemos dedicado a llenar la Tierra, sin preocuparnos demasiado que un día ella pueda estar demasiado llena. Aun  después de que la población se cuadruplicó en el siglo XX, creando una presión sin precedentes en el planeta, es difícil, para algunos, aceptar que podrían llegar a haber demasiados de nosotros para nuestro propio bien.”

No obstante, frente a esas perspectivas tristes pero realistas, poderosos líderes religiosos, como el papa emérito Benedicto XVI se niegan a ellas  con argumentos como el que escribió en su encíclica de 2009 ‘Caritas in Veritati: ‘En esta Tierra hay lugar para todos, a través del trabajo duro y la creatividad’.”

“En 2011, yo visité la Academia Pontificia de las Ciencias, la cual había advertido en 1994 que era ‘impensable mantener indefinidamente una tasa de crecimiento más allá de 2,3 niños por pareja (….) Las consecuencias demográficas contrarias serían insostenibles hasta el punto del absurdo.’  No obstante, la Iglesia todavía estimula el crecimiento de la población”

“Con un millón de niños actualmente malnutridos, le pregunté al director de la academia ¿dónde podríamos obtener alimento para cerca de 10 mil millones en medio siglo? Destruyendo bosques para cultivos sería desastroso. Atribulada por inundaciones y erosión, China ha tenido que gastar $40 mil millones para reemplazar árboles. Y alimentar cultivos químicamente ha sido un error, con escapes de nitrógeno que contaminan los ríos, ha arruinado grandes porciones de océano del tamaño de New Jersey emitiendo grandes cantidades de dos gases de invernadero: dióxido de carbón y óxido nitroso.”

“La respuesta, se me dijo, sería incrementar la producción utilizando nuevas cosechas genéticamente modificadas desde los centros de la Revolución Verde (The Green Revolution): the International Maize and Wheat Improvement Center en Texcoco, México, y el  International Rice Research Institute en Filipinas.

(…)” No obstante, cuando visité el centro de maíz en Texcoco y el instituto en las Filipinas, no encontré ningún científico alimentario que  estuviera de acuerdo con aquel escenario triunfalista. En cambio,  supe,  que el fundador de la Green Revolution, Norman Borlaug, había advertido en su discurso de aceptación del Premio Nobel de la Paz, en 1970, que su trabajo esencialmente había comprado tiempo al mundo para resolver el problema de  la superpoblación.”

“‘No habrá un progreso permanente en la batalla contra el hambre hasta que las agencias que luchan por incrementar la producción de alimentos y aquellas que luchan por el control de la población se unan en un esfuerzo común,’ dijo Borlaug”

(…)”’en los próximos 50 años’, me dijo con aprensión Hans –Joachim Braun, el sucesor de Borlaug en el centro del maíz y el trigo, ‘necesitaremos producir tanto alimento como el que ha sido consumido durante la completa historia de la humanidad’”.

(…) “Más aún, los tecnólogos alimentarios encaran otro problema en crecimiento causado por el incremento de la población. Como cada vez expelemos más carbono, nuestra sobrecargada atmósfera sobrecalienta el planeta. Los granos tienen umbrales de temperatura; por cada grado centígrado de calentamiento, la Academia Nacional de Ciencias reporta, las cosechas caen 10%. Con nuestro mundo dirigiéndose a sobrepasar los 2ºC  en las actuales tasas de emisión, la población se incrementará, la producción de alimentos disminuirá, la irrigación escaseará –y diques costeros tendrán que proteger la mayor parte de la producción de arroz del avance de las aguas del océano. En suma, un escenario costoso. Las predicciones rosadas de que el noroeste del Canadá y Siberia serán los proveedores de alimentos en un mundo recalentado, olvidan que sus suelos ácidos, cubiertos de coníferas, necesitarían miles de años para adaptarse a las necesidades de los sembradíos.”

Y ahora tenemos  al coronavirus diezmando poblaciones en todo el globo, y agravando la situación social y económica de todos los países, con la poca auspiciosa perspectiva de que nuevas pandemias nos acechen en los años por venir. ¿Qué dice el Vaticano y su actual líder a todo esto?  Su sabia respuesta fue: hay que usar los barbijos (!!), de lo demás no se habla.

No cambian, siguen en sus trece, como bien lo explicaba Bertrand Russell en su libro “Religion & Science” (1935): “La Iglesia, en su conflicto con la ciencia, exhibió su poder y su debilidad, ambos, como resultado de la coherencia lógica de sus dogmas-“

“El camino por el cual la ciencia llega a sus conclusiones es completamente diferente al de la teología medieval- La experiencia ha mostrado que es peligroso comenzar por principios generales y sacar deducciones de los mismos, porque los principios pueden ser erróneos y porque el razonamiento basado en ellos puede ser una falacia”.

Quinientos años necesitó la Iglesia Católica Apostólica y Romana para reconocer que Galileo no estaba equivocado y ella sí. A la vista de los acontecimientos, no es muy seguro que tengamos quinientos años para esperar a que la Iglesia reconozca sus errores presentes.

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