Con el Parque Bicentenario como telón de fondo, nos sentamos con Matías Reeves en un banco al aire libre a dialogar sobre educación chilena del presente y del futuro. Es una agradable mañana, soleada, pero no tan calurosa como otras de este otoño.La conversación fluye cómodamente con este ingeniero civil industrial de la Universidad de Chile, humanista de vocación, lo que le llevó a estudiar, primero, un Magister en Políticas Públicas en la misma Casa de Estudios y, más tarde, Filosofía Política en Londres.
P. Cuéntanos de Educación 2020, Matías…
R. Educación 2020 surgió en el año 2008. Yo soy uno de los fundadores; actualmente soy el presidente de la Fundación. Surge como un movimiento ciudadano. La génesis es muy significativa con respecto a lo que hemos estado haciendo durante estos diez años y un poco más, porque todos éramos estudiantes de Ingeniería en la U. de Chile y nos juntamos con estudiantes de la UC a los que invitamos a participar también junto a Mario Waissbluth, que es fundador y ha sido presidente todos estos años. Nosotros vimos que lo que había ocurrido el año 2006, con la movilización de los pinguinos y, después, con esta gran alegría medio frustrada –las fotos de las manos en alto y los gritos de “Vamos a cambiar todo el sistema educativo”– fue, efectivamente, algo muy importante, pues cambió la LOCE. Sin embargo, dos años después –y como estudiantes, lo subrayo– decíamos: hay que seguir avanzando, porque no puede ser que el tema de la educación ya no esté en la agenda.
Entonces, a propósito de una columna que escribió Mario en la revista Qué Pasa, comenzamos esto con un objetivo muy humilde, pero bien ambicioso, que era proponerle al país una serie de propuestas de política pública en cuatro ejes principales para que, al año 2020, pudiéramos tener una educación de calidad.
P. Por eso el nombre…
R. Exacto. Partimos con este movimiento y de pronto esto se transformó en una vorágine en que 5.000, 7.000, 15.000 personas se empiezan a sumar a este manifiesto que escribimos en ese minuto, hicimos la página web, todo bien artesanal, y nos dimos cuenta de que aquí había un potencial, un sentir colectivo que quería seguir continuando con esto y ahí tomamos la decisión de hacer esta Fundación. Convocamos a un directorio y de ahí a la fecha se transformó en una organización robusta, profesional. Tenemos oficinas en Santiago, pero también en Antofagasta y Temuco, y proyectos en distintas ciudades del país, en que nuestro modelo es bien significativo, y para nosotros es parte del rol que la sociedad civil tiene que jugar, un rol desde la incidencia en política pública y tenemos esa ambición permanente de poder cambiar las cosas. Y eso lo hacemos desde un trabajo de política educativa fuerte, con propuestas concretas que vamos a exponer al Congreso frecuentemente; generamos opinión técnica informada y que no esté solo basada en principios, sino también en evidencias, tratamos de encontrar el equilibrio entre esas dos cosas. Y, al mismo tiempo, generar permanentemente una masa crítica bien informada con respecto al tema, y por eso las comunicaciones como segundo pilar de incidencia son muy importantes, a través de las redes sociales y medios masivos. Desde el primer minuto tomamos la decisión de que nuestra Fundación iba a ser una institución moderna y, por ello, no puede estar excluida hoy de las redes sociales y del mundo digital, y de ahí parte el éxito también mediático. Y finalmente el trabajo más específico en escuelas, con sostenedores públicos y privados también en algunas ocasiones, porque nos dimos cuenta de que no es solo necesario –importante, pero no suficiente– poner los temas en la agenda, sino que otra cosa es con guitarra y hay que ver qué es lo que pasa efectivamente en los colegios y las escuelas, y desde ahí que empezamos a desarrollar una serie de trabajos: partimos enfocándonos en el liderazgo directivo de los directores de escuela y después lo fuimos abriendo. Hoy tenemos, por ejemplo, proyectos con población migrante en Antofagasta, porque creemos en el principio de inclusión, entonces vemos que es un desafío que tenemos hoy día y, principalmente, en la educación pública. Y todo esto también en la sala de clases: cómo revolucionar efectivamente la manera de enseñar; lo estamos viendo a través de distintas metodologías. Una es el aprendizaje basado en proyectos y otra son las redes de tutorías, en que vemos que el núcleo pedagógico, el núcleo de pensamiento es el que tenemos que tensionar y poner en cuestionamiento. Hemos encontrado una experiencia fantástica que nos permite desarrollar una relación que no es vertical entre el docente y el estudiante, sino que más bien horizontal.
P. ¿En enseñanza básica y media?
R. Incluso en parvularia y a veces también en la educación superior, pero básicamente en el mundo escolar.
P. ¿Cómo se financian?
R. Como nos financiamos hoy día es bien diverso. Alianzas público-privadas para ejecutar todos estos proyectos. Y con socios, siempre estamos haciendo llamados en este sentido: bienvenidos los socios, porque esto nos permite tener la autonomía fundamental para poder opinar y hacer un buen trabajo.
P. Con el gobierno actual parece que ha habido un retroceso respecto de las reformas realizadas en educación en el anterior gobierno: fin de la selección, término del copago, etc. ¿Te parece que ha habido un retroceso?
R. Para ser justos, este gobierno ha sido consistente con la línea planteada desde antes de ser gobierno. Efectivamente, desde Educación 2020 y en lo personal, las reformas que se hicieron en el gobierno anterior van en la dirección correcta. Y como toda reforma, como toda ley, en la implementación es necesario hacerles ajustes y eso bienvenido sea. Sin embargo, lo que se está haciendo ahora, por una parte, es bajarle el perfil a muchas cosas y, por otra, es tratar de ajustarlo a lo que este gobierno ha creído siempre, a su línea ideológica. Por eso digo, más que tratando de hacer retroceder la reforma, más que imponiendo una contrarreforma, como a veces se le llama, no están haciendo nada distinto de lo que uno pudiera haber presupuestado que se iba a hacer.
En ese escenario, algunas de las cosas que se han estado haciendo van en la dirección contraria a lo que a Educación 2020 le gustaría que se hiciera. Incluso los dos proyectos de ley de Admisión Justa tienen aspectos valorables –como, p. ej., la consideración de que las personas que viven en la misma casa sean todos considerados como hermanos, aunque no sean de la misma sangre– , sin embargo, el proceso de selección, que se entregue mayores atribuciones a los colegios, es completamente opuesto a los principios que se establecieron; y la ley de inclusión, efectivamente, le está entregando mayores libertades a las familias, no así como se ha estado diciendo.
Dentro de esa cancha de juego, de ese escenario, nosotros hemos lanzado una campaña que se llama “La educación no es un premio” justamente para defender lo que se logró, lo que se avanzó con la ley de inclusión, pero reconociendo que si hay que hacer ajustes, hay que hacerlos.
P. La selección en base al sector social de los postulantes, incluso a la pertenencia a determinadas parroquias eclesiales, se disfraza bajo un pretendido reconocimiento al “mérito personal”. ¿Existen estudios o evaluaciones que permitan justificar técnicamente la decisión de dejar las reformas sin efecto, considerando que la ley respectiva aún no cumple cuatro años de su promulgación?
R. En el debate sobre el proyecto de ley Admisión Justa –ahora los proyectos–, entendiendo que a eso va la pregunta, no hay que confundir peras con manzanas. Por un lado, cuando se ha dicho que es más justo priorizar a aquellos estudiantes con más mérito académico al momento de asignar cupos en los establecimientos, estamos hablando de una discusión de principios de justicia, estableciendo criterios sobre quién merece o no merece algo. Pero, por otro lado, la discusión recae en cómo efectivamente uno puede analizar los resultados de aprendizaje de los niños. Son discusiones distintas. El problema que ha habido –en mi opinión– es que se han entremezclado estos temas en el debate. Entonces, sí hay evidencias de que los aprendizajes se ven favorecidos por un aula diversa, hay investigaciones que respaldan esto y se han puesto sobre la mesa en reiteradas ocasiones. Además, no tiene sentido comenzar a evaluar esto, como algunos lo han hecho, cuando aún no se ha implementado en la totalidad del país. Entonces, desde el punto de vista técnico, educativo, no debiera privilegiarse a unos sobre otros. Y desde el punto de vista de principios, tampoco. Porque cuando estamos hablando de “entregar mayor justicia”, como se ha declarado, aquí no hay un niño o una niña que merezca más o menos porque se esforzó más o menos, porque tiene más o menos talento, o por la aleatoriedad de la naturaleza. Lo que se está disfrazando acá es tratar de privilegiar a algunas personas por sobre otras, y eso es completamente opuesto a la búsqueda de igualdad de oportunidades que uno pudiera tener. Entonces, para tratar de diferenciar los dos temas y abordar la pregunta: sí, efectivamente hay evidencia de que las aulas diversas generan mayor calidad educativa en el aprendizaje de niños y niñas, pero, por otro lado, la justicia tiene que ser bien entendida y esto último es el debate más de fondo que hay que tener.
P. ¿Tiene viabilidad, así como está el panorama actual, una educación pública que se rija por el principio de la equidad educativa, con educación de calidad durante todo el proceso, partiendo de la educación parvularia hasta el egreso de la educación superior, y cuyo objetivo sea la formación de ciudadanos con conciencia social y un alto grado de compromiso con nuestra democracia?
R. Sí rotundo. Soy un optimista en el fondo. Sin embargo, todas las modificaciones al sistema educativo que se hicieron en el gobierno anterior dieron un nuevo marco al sistema. Y efectivamente hay que darle tiempo a eso. Es imposible que empecemos a exigir inmediatamente resultados de aprendizaje ni cambios culturales, porque aquí lo que estamos haciendo es un cambio al alma de Chile. Y lo vamos a ver en sus frutos en los próximos diez o veinte años. Hay una ansiedad por preguntarse: “¿qué está pasando?, ¿qué está pasando?”.
P. La visión cortoplacista…
R. Exacto. El ejemplo concreto del fortalecimiento de la educación pública tiene que ver con esa mirada a largo plazo. Otra gran reforma, quizás el pilar estructural de muchos de los cambios futuros, es la nueva educación pública. Y hoy día vemos con preocupación qué está sucediendo con eso. Ya veníamos de tres intentos de proyectos de ley de cambiar el mecanismo de administración municipal de la educación pública por un sistema en que el rol del Estado se vuelva a posicionar, de alguna manera, y pueda ser un garante del derecho a la educación, para que efectivamente se transforme en el pilar del sistema educativo. Un instrumento que es fundamental –y que se cierra hoy, me parece– es una consulta para diseñar la estrategia nacional de educación pública. La visión de todo esto y el propósito es decir: Ok., en base a una serie de principios –y el artículo 2 de la LGE es bien claro en lo que uno se imagina como educación– hacia dónde vamos a apuntar con todo esto como un sistema, y no que sea, efectivamente, una serie de experiencias, a lo largo y ancho del país, tanto en municipios como en particulares subvencionados como privados, en que cada uno tiene su microproyecto, sino que sea realmente una mirada robusta en la formación del ciudadano.
Con esta mirada, con este propósito, con esta estrategia, más una nueva institucionalidad moderna, profesionalizada, en que efectivamente se le dé respuestas a los estudiantes, asistentes de la educación, a los docentes, a las comunidades, a los padres y apoderados, bueno, con esa mirada debe nacer el espíritu de la nueva educación pública. Hoy día ya están andando cuatro servicios locales, el próximo año debieran haber tres más. Pero lo que ha pasado en los últimos ocho meses es que no hemos visto ningún avance, ni cómo se han estado estructurando los equipos, hoy día hay hartas dificultades en algunos de los servicios, además. Pero tiene que ver también con qué grado de relevancia se le pone, desde el Ministerio, a una correcta implementación de esto.
Entonces, parto diciendo: sí, hay terreno, hay voluntad, esta reforma se aprobó con amplia mayoría y bastante unánimemente, pero ahora ha desaparecido de la agenda. Sin embargo, es una de las reformas más importantes del Estado de Chile para los próximos años, incluida su necesaria modernización. El sistema educativo chileno debe construirse desde la educación pública.
P. En el proceso de privatización de la educación implementado durante la dictadura, una de las vías más importantes fue la consolidación de la educación privada subvencionada por el Estado, la que muchas veces se aparta de las orientaciones estratégicas del Ministerio de Educación, desarrollando cada establecimiento su propio “proyecto educativo”. ¿Es habitual en el mundo occidental que el Estado financie, con recursos de todos los ciudadanos, proyectos particulares de enseñanza?
R. No es habitual. Hay experiencias… De hecho, en muchas partes del mundo han conocido la experiencia chilena y la han empezado a replicar. En EEUU, en Colombia, en Perú, hay escuelas privadas que reciben financiamiento público, más como un modo de inyectar recursos a los sistemas que por la libertad de que alguien quiera poner recursos privados, me refiero a la familia, en la educación de sus hijos. Otros ejemplos, pero más por un índice social, religioso, son los casos de Bélgica y Holanda, que siempre salen a la palestra, y es porque allí se tomó la decisión de que hubiese colegios privados financiados por el Estado; sin embargo, las reglas las pone el Estado. No como el libertinaje que hemos vivido en Chile, en que cualquiera podía poner un colegio y buscaba que se lo financiara el Estado. Sin embargo, también con la ley de inclusión eso se reguló bastante. Hoy día eso cambió: ya no pueden tener fines de lucro los colegios, y ya no pueden recibir financiamiento compartido por parte de los apoderados (a pesar de que se aceptan contribuciones voluntarias de los Centros de Padres).
P. Chile desarrolló en el siglo pasado, hasta el golpe militar, una importante clase media que contribuyó al desarrollo del país y dio estabilidad a nuestra institucionalidad democrática. En ese proceso, la educación pública jugó un rol determinante y la mayoría del país reconocía el derecho universal a la educación y el deber del Estado de garantizar este derecho. ¿Existe hoy una convicción mayoritaria en el país que permitiera otorgar mayores recursos a la educación pública, de manera que hasta el más humilde de nuestros niños pueda gozar de educación de calidad, sin tener que pensar en enviar a los más meritorios a colegios privados pagados como reparación?
R. Hay conciencia de que existe; sin embargo, hay una gran confusión al mismo tiempo. Porque hemos sido derrotados quienes creemos en un espacio de construcción más colectivo. Hoy se nota en las conversaciones, se percibe en lo que uno lee, cuando entrevistan a alguien en la calle, que estamos en una sociedad mucho más individualista. Y con esa concepción individualista de la vida, estamos viviendo con el “ráscate con tus propias uñas” y “salvese quién pueda”. En ese escenario, entendiendo que la educación pública es importante, si me ofrecen un colegio particular bueno en la esquina, yo mando a mi hijo allá. Eso no es reprochable y es entendible, desde ese paradigma.
No creo que se haya perdido ese clamor y esa relevancia del bien común, de la vida en comunidad, yo creo que eso está, pero si tuviéramos un espacio donde hubiese una red de protección social más efectiva, no nos sentiríamos tan solos. Por eso es tan importante, y tan preocupante, lo que está ocurriendo hoy día con la correcta implementación de la nueva educación pública, porque la aspiración es esa: que podamos tener instituciones públicas de tal nivel que uno diga: “quiero que mis hijos estén ahí”, y que toda esta discusión sobre el sistema de admisión fuese porque los colegios públicos estuviesen llenos de alumnos y que en ellos hubiese una educación de gran calidad.
Una cosa es la importancia que le da el ciudadano común a la educación pública y otra es dónde tiene matriculado a sus hijos. Cuando uno dice que el 36% de la matrícula es pública, a todos se les paran los pelos. Es muy poco. Hay algo, una “chilenidad”, que hace que esto ocurra. En todos los demás países la matrícula pública está sobre el 70% y el 80%.
P. Estamos en una nueva sociedad –la llamada Sociedad de la Información o del Conocimiento– que promete ser más plural, más diversa y que presenta grandes desafíos a la educación. Es el espacio de la globalización. ¿Piensas que hay esperanzas de lograr una educación que nos una como país, fomentando valores de respeto, tolerancia y convivencia?
R. Como proceso social, nunca vamos a llegar a un estado de satisfacción. Nunca vamos a llegar a un momento en que exclamemos: “¡Esto era! Todo funciona. Estamos todos aprendiendo lo que queríamos. Nos desarrollamos en plenitud. Vivimos la libertad, la fraternidad”. No, eso no va a pasar. Sin embargo, hay que tener claridad hacia dónde queremos avanzar. Hoy estamos en un momento –a propósito de la globalización– que es preocupante por el poco cuestionamiento y la escasa reflexión que hay en el mundo político, en general, respecto del avance de la tecnología. Nos esta arrasando la velocidad y el crecimiento exponencial de la tecnología y nosotros seguimos anquilosados con visiones y discusiones de hace dos siglos, ni siquiera de uno. Estamos pensando en cómo desarrollarnos en el siglo XXI y el siglo XXI ya se nos pasó. En un rato entraremos al nuevo siglo y no logramos siquiera entender qué pasó en este. El siglo XXI nos pasó por encima. Lo digo porque si efectivamente se prolongará la vida con el desarrollo de la biotecnología, si con los algoritmos del machine learning, de Inteligencia Artificial, del Big Data podemos tener un nivel más profundo de conocimiento, hoy día tengo que aprender a aprender, no tengo que saber materias particulares. Tengo que dominar distintos lenguajes, porque hoy el lenguaje de programación puede que sea significativo, pero en cinco años más será distinto. La alfabetización digital va muy rápido. Desde el sistema educativo debe haber una preocupación que evite la rigidez y nos permita pensar con una mentalidad global o, como se dice, “glocal”, es decir, pienso en el mundo pero actúo de manera local, en mi espacio donde yo convivo. Las tendencias que hay las puedo desarrollar en mi núcleo y este es mi escuela. Hoy día, con la velocidad con que suceden las cosas no podemos quedarnos detenidos, pensando: “¿Vamos o no vamos a seleccionar?”. Yo creo que esa es una discusión que tenemos que superar lo más rápido posible para poder introducirnos en lo verdaderamente importante: la naturaleza humana y lo que necesita para su desarrollo en plenitud: desarrollo espiritual, desarrollo afectivo, habilidades socio-emocionales. Todo esto la escuela no lo está fomentando. No puede ser que la escuela esté pensada solamente para el mercado laboral.
P. ¿Es utópico pensar en paradigmas como el de educación continua? ¿Educación para la reducción de la desigualdad? ¿Educación para el desarrollo sostenible?
R. Los grandes temas globales son, entre otros, la ingeniería genética, la prolongación de la vida humana, el cambio climático, la alimentación. Los seres humanos somos animales que vivimos en un medio ambiente y debemos entenderlo. Entenderlo significa que debemos saber de física, de química, de procesos biológicos y entonces así le doy mucha más significancia a lo que hago en el colegio, en la escuela. Entonces, desde un paradigma en el cual lo que yo estoy aprendiendo no es solo para trabajar, yo por ejemplo no estudio biología para ser médico, sino que estudio biología porque me interesa mi desarrollo corporal, el desarrollo corporal del otro, el cómo evolucionan las otras especies, el porqué con los cambios de las temperaturas la evolución de ciertas especies se está afectando, etc. Para eso es el conocimiento, no es solo para ejercer de químico farmacéutico, lo que es un enfoque muy reduccionista. Ese es el paradigma más grande: entender que el conocimiento se despliega como parte del desarrollo humano y no solamente como una preparación para el mercado laboral.