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El SIDA no es un acto de justicia, y tampoco Dios salvó a los mineros chilenos

Nos hemos llevado las manos a la cabeza al enterarnos de las declaraciones de la máxima autoridad católica de Bélgica. El arzobispo de Bruselas-Malinas, André-Joseph Leonar, mantiene que “jugar con la naturaleza del amor puede conducir a la catástrofe” y, en este sentido, entiende que la enfermedad del SIDA es “un acto de justicia inmanente”. Posteriormente, y ante las críticas recibidas de todo el espectro político y social de su país, ha matizado que no se refería a las personas que adquirieron el virus del SIDA por transfusiones o a niños de madres seropositivas. Es decir, que acotaba el “acto de justicia”, exclusivamente, a aquellos que hubiesen caído en la enfermedad por mantener relaciones sexuales, que a su entender, no eran las adecuadas.

Las declaraciones de monseñor sólo pueden calificarse de nauseabundas por lo que significan de falta de humanidad -caridad cristiana, que diría él- con los enfermos y con sus seres queridos que están sufriendo esta terrible enfermedad. Pero, si bien una gran mayoría de personas con sentido común han puesto en cuestión estas declaraciones, no ha ocurrido lo mismo con las manifestaciones reiteradamente proclamadas estos días de que Dios había salvado la vida a los mineros que habían quedado sepultados en una mina chilena.

Soy consciente de que las circunstancias de uno y otro hecho son diametralmente diferentes, pero también lo soy de que el fondo de ambos es el mismo; la atribución a un ente Todopoderoso de ser el artífice de nuestras cotidianas desgracias o alegrías. Pensar que un Dios castiga con una grave enfermedad a los que hacen un determinado uso de su sexualidad, no es muy distinto de la creencia en que ese mismo Dios premie con la salvación de sus vidas a unos mineros sepultados porque se lo hayan solicitado en oración.

Las contradicciones, que surgen de esta forma de entender la actuación de un ser Superior en el continuo devenir de nuestra existencia, son auténticamente chuscas. ¿Por qué Dios castiga con una cruel enfermedad a los que practican el sexo de una determinada manera y no a aquellos otros que, haciéndolo igual, toman medidas contra su contagio ? ¿Que castiga, entonces, la practica sexual o la imprudencia? ¿Por qué un ser infinitamente inteligente tiene el enorme error de cálculo de provocar esta misma enfermedad en personas totalmente ajenas a aquellas prácticas sexuales?

En cuanto a la salvación de los mineros cabe mencionar contradicciones del mismo calibre. ¿Por qué Dios permite que unos mineros sean sepultados si tiene pensado salvarlos con posterioridad? Si esta salvación ha sido posible gracias a las oraciones de los mineros, de sus familias, de los chilenos y de los católicos del mundo ¿por qué se producen salvaciones, también “milagrosas”, cuando no ha mediado oración alguna?

Y que no se me diga aquello de que los designios de Dios no los entiende ni Él mismo, pero, sobre todo, que no me vengan con que hay que respetar las creencias de los demás. Respetaré a las personas que las tienen en consideración a su incultura, falta de sentido común, necesidad de creer o inercia en mantener las enseñanzas que le inculcaron, pero que no se me pida que respete creencias por muy absurdas, ridículas e irracionales que sean y que, además, considero perniciosas para el desarrollo intelectual de las personas.

Gerardo Rivas Rico es Licenciado en Ciencias Económicas

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