En Líbano es forzoso pertenecer a alguna religión. Un grupo de jóvenes ateos lucha contra esta imposición. Ya suman más de 2.400 miembros.
Mario y Ahmad no creen que exista ningún Dios, por eso son temerosos de los hombres. Hoy se reúnen en un bar de copas del barrio cristiano de Mar Mikhael en Beirut, que también es una radio de música electrónica. Aquí las sesiones de house se encadenan como un rezo infinito, también por la mañanas, mientras los camareros lo preparan todo para otra noche de fiesta. Es imposible que alguien no deseado oiga lo que los jóvenes ateos quieren decir. «En Arabia Saudí nos ahorcarían, en Palestina o Egipto iríamos a la cárcel. Aquí no pueden hacernos eso, pero sí juzgarnos por blasfemia y convertir nuestra vida en un infierno», cuenta Mario.
Ambos tienen 27 años y viven en una república parlamentaria confesional. En Líbano el poder se reparte entre las sectas religiosas monoteístas mayoritarias: la constitución obliga a que el presidente sea siempre un cristiano maronita, el primer ministro un suní y un chií debe de estar al mando de la asamblea de representantes.
Esta solución puede parecer útil en aras de la convivencia, pero en realidad, y más allá del inmovilismo institucional que favorece -Líbano lleva más dos años sin poder formar gobierno-, se basa en un supuesto que apenas nadie cuestiona: aquí no se puede no creer en nada, hay que identificarse con algún Dios. No queda otra. «Cualquiera que borre su religión del carné de identidad se queda sin derechos civiles, fuera de la ecuación», dice Ahmad, que pide otra ronda de cervezas y reparte cigarrillos.
BODAS CIVILES EN CHIPRE
Todo empieza con un simple saludo. «Si tienes un nombre vago, como el mío, la gente pregunta por el apellido», cuenta Mario. «Mi nombre es cristiano y mi apellido musulmán, así que se confunden». Entonces la gente insiste, sigue indagando. «Pasan a preguntar dónde vivo, y si eso tampoco lo aclara preguntan directamente a qué secta pertenezco. Necesitan saberlo».
Solo si Mario se encuentra entre amigos, o entre personas «que parezcan tolerantes» confesará que es ateo. Y aún así, habrá repregunta: «Pero, ¿qué pone en tus papeles?, dirán. Ok, soy cristiano ortodoxo, déjame en paz». «Es el orden social, no hay alternativa. Desde que naces hasta que mueres, estás forzado a seguir las normas y dictados de una religión. No puedes vivir de otra forma», dice Ahmad.
En Líbano nadie celebra matrimonios mixtos porque ninguna iglesia o mezquita lo facilita. Es habitual que las parejas mixtas viajen a Chipre para sellar su relación. Solo en 2013, casi 600 parejas libanesas se casaron en la isla mediterránea. Por otro lado, el matrimonio civil es una rareza, apenas se practica para proteger a los hijos. El motivo es que cada secta tiene sus propias normas sobre legados y herencias, y el descendiente de un matrimonio civil tendría problemas para heredar en el futuro.
Los clanes también influyen en el mercado laboral. «Hay cuotas religiosas para el funcionariado, y en el sector privado termina sucediendo lo mismo. Las grandes empresas contratan a personas de su secta. No es obligatorio, pero todo funciona mejor, de lo contrario pueden recibir presiones», cuenta Mario.
Jesucristo, Alá y compañía organizan la sociedad libanesa como si fueran patriarcas, o presidentes de comunidades autónomas, con sus propias competencias e intereses. Cada familia que vela solamente por los suyos. La política está compartimentada por la religión. «Es una forma de proteger derechos básicos en medio del caos de este país. Lo único que une a los libaneses es quejarse de los políticos y no hacer nada para cambiarlo. Los jóvenes crecen segregados de su identidad nacional», admite Ahmad.
DIOS EN EL CARNÉ DE IDENTIDAD
Ser ateo en Líbano es como no tener dirección, o apellido, o género. Uno se vuelve invisible para el sistema. Pero la cesión de la identidad a entes divinos nada más nacer, resulta asfixiante para algunos. Muchos más de los que lo dicen públicamente.
En 2007 Mario y Ahmad crearon el grupo de Facebook Freethought Lebanon, que supera los 2.400 miembros. Tras un tiempo compartiendo links sobre la NASA, el cambio climático, biogenética o la persecución de los ateos en el mundo, decidieron organizar un encuentro. «Aparentemente todos buscaban algo así, pero no lo habían encontrado. Aquí es imposible saber si alguien piensa como tú», dice Ahmad. «Nuestro mayor evento fue hace tres años, 500 personas vinieron a hablar sobre teorías de la evolución».
Como un ágora de científicos en plena Ilustración, los miembros de este club acuden a actividades como cine fórums, visionado de documentales y debates eruditos «para estimular la mente». Todo en un momento en que el radicalismoyihadista se infiltra desde Siria, el país vecino. Damasco está solamente a media hora en coche de la frontera con Líbano.
«ISIS afirma que la identidad nace de ser un buen musulmán, que hay que luchar por ello», dice Mario. «Pero en realidad, tus creencias son solamente parte de ti.Yo soy libanés, ateo, feminista, me gusta la tecnología. Cuando te obsesionas solo con uno de esos aspectos, lo harás todo para protegerlo. Si tu identidad está amenazada podrías convertirte en nada».
Un amigo de Mario y Ahmad pasó de un extremo a otro. «Participó en el ataque a la embajada danesa cuando se publicaron las caricaturas del profeta», cuenta Ahmad. «Poco después la comunidad musulmana le otorgó una beca para estudiar medicina, fue a la universidad y aprendió biología. Aquello cambió su mente, pero su familia lo rechazó y ahora es un ateo radical. No puedes ser extremista en todo».
Varios medios de comunicación locales han solicitado entrevistas a los dos representantes de Freethought Lebanon, pero nunca las han concedido. «Aquí eres libre de hacer lo que quieras mientras no agites el sistema. Si sales en los medios, te acabarán juzgando», zanja Ahmad. En el día a día, Mario evita la confrontación en su barrio, no dice nada sobre su ateísmo a los demás. «He tenido suerte y nunca he pagado las consecuencias, pero conozco gente que se ha quedado sin herencia y que ha sido expulsada de sus casas. No han vuelto a ver a sus familias».
Desde su pequeña comunidad cultural, los ateos de Líbano establecen conexiones con otros movimientos similares en otros países de Oriente Próximo. No pueden mencionarlos «por seguridad», pero aseguran que muchos musulmanes sueñan con vivir en países donde la religión no lo atraviese todo. Echan de menos el conocimiento, el crecimiento espiritual, expandirse. Ahmad detesta tener que identificarse como musulmán suní, le cuesta hasta pronunciarlo: «Soy un ser humano. Incluso la etiqueta de ateo me molesta, soy mucho más que eso».