Qué le sucede a la humanidad cuando las personas empiezan a leer la realidad como leen la Biblia
En el principio era el Verbo. La frase que abre el primer capítulo del Evangelio según Juan y que se refiere a la creación del mundo, al igual que el Génesis, es la más famosa de la Biblia. Sin embargo, la idea de que el mundo lo crea la palabra es tan estructurante que está presente en otras religiones, mucho más allá de las fundadas en el cristianismo. Como humanos, el lenguaje es el mundo que habitamos. Solo hay que intentar imaginar un mundo en el que no podamos utilizar palabras para hablar de nosotros mismos y de los demás para entender lo que eso significa. O un mundo en el que el otro no entiende lo que dices y tú no entiendes lo que dice el otro para comprender lo que es ser reducido a sonidos porque las palabras han perdido su significado y, por lo tanto, se convierten en fantasmagorías. Cuando utilizo la palabra “decir”, no significa solo hablar, porque con palabras decimos mucho, no solo hablamos. La palabra, más que el mundo que habitamos, es lo que nos teje. Lo que llamamos mundo es una trama de palabras.
¿Qué ocurre, entonces, cuando se destruye la palabra y, con ella, el lenguaje?
Esta es la experiencia del bolsonarismo, el nombre que se da en Brasil a un fenómeno que se está extendiendo por todo el planeta y que en otros países adquiere el nombre de otros déspotas. Los personajes que dan nombre al fenómeno son importantes y, en cada país, hay particularidades. Pero el fenómeno precede a quienes lo encarnan y, por desgracia, les sobrevivirá. Es en este contexto en el que trato de interpretar el Premio Nobel de la Paz concedido a dos periodistas que luchan por la búsqueda de la verdad enfrentándose a dictadores elegidos que utilizan la destrucción de la palabra como principal medio para llegar al poder y perpetuarse en él.
La filipina Maria Ressa tiene prohibido salir de su país, ha sido detenida en dos ocasiones y ha pagado la fianza siete veces por luchar con periodismo contra el Gobierno de Rodrigo Duterte. Es la editora del medio digital de investigación Rappler. El ruso Dmitri Muratov dirige el periódico Nóvaya Gazeta, que se atreve a enfrentarse al régimen de Vladimir Putin con hechos. Desde 2001, seis reporteros del periódico han sido asesinados. El haber concedido el Premio Nobel a estos dos periodistas, símbolos de la resistencia contra la opresión en sus países, es una declaración de la importancia de la prensa para la democracia. El Nobel, un premio que destaca a quienes colaboran en el bien común, representa el concepto de humanidad consolidado a lo largo del siglo XX. Dado que el bien común y la democracia se convirtieron en una especie de hermanos siameses en el mundo de la posguerra, conceder un Nobel de la Paz a periodistas tiene mucho sentido. Pero ¿en qué momento llega este premio a la prensa, en la convulsa tercera década del siglo XXI?
La justicia del premio a estos dos periodistas es innegable. También lo es la elección de valorar la prensa como pilar de la democracia y, por tanto, valorar la búsqueda de verdades, en plural, y la importancia de los hechos, en un momento en que ambas están corroídas. La pregunta es: ¿quién escucha?
Si se ataca y se desacredita a los periodistas, si se les encarcela y se les ejecuta, es porque la prensa sigue teniendo un impacto en la sociedad. Sin embargo, sospecho que estamos llegando, al menos en Brasil, a un momento aún más grave. Para una parte de la población, la prensa ya no importa en absoluto. Todas las iniciativas para desenmascarar las mentiras, las llamadas fake news, entre ellas las agencias de verificación, son muy importantes. Pero solo —o principalmente— son muy importantes para quienes respetan los hechos y ya saben que esas noticias son falsas. Los demás ya han decidido previamente que todo lo que publica la prensa es falso. Esta es la razón por la que en golpes como el de Jair Bolsonaro no es necesaria la censura, como ocurría en dictaduras pasadas, ya que para esa parte de la población nada de lo que aparezca en los titulares de los periódicos es creíble.
Esto no significa que los periodistas dejarán de correr riesgos. Como ha demostrado el Gobierno de Bolsonaro, los ataques son necesarios para mantener activo el apartheid político. Y si son contra las mujeres periodistas, mejor aún, en la medida en que la misoginia y el machismo le dan votos a Bolsonaro. Es importante mantener a la base de seguidores en un estado de odio constante y recordarle, también constantemente, que la prensa “solo cuenta mentiras”. La estrategia facilita la fabricación de “hechos alternativos” como si fueran verdades. Los “hechos alternativos” son imposibilidades lógicas. También son mentiras fácilmente desmontables, como demuestran siempre las agencias de verificación. Pero si una parte de la población ni lee, ni ve, ni oye, ¿de qué sirve?
Lo que está en juego es algo más profundo: un cambio en la forma de percibir la realidad, que confronta los pilares que forjaron la prensa y el funcionamiento de la sociedad moderna. Por una serie de razones, el verbo que ha empezado a mediar la relación de una parte significativa de las personas con la realidad es “creer”. Ya no son verbos ilustrados como dudar, investigar, probar, confrontar, comparar, etc. Sino creer. Es una mediación religiosa, determinada por la fe. La creencia se anticipa a los hechos, por lo que estos ya no importan. Es como si la gente empezara a leer la realidad de la misma manera que lee la Biblia. Esta es la razón que determina la crisis de la prensa, de la ciencia y de otros fundamentos que constituyeron la modernidad, basados en la investigación y el cuestionamiento constante, para los que la duda es lo que mueve el proceso de aprehensión de la realidad y la construcción del conocimiento sobre el mundo.
Es evidente que este cambio está relacionado con el crecimiento de un determinado tipo de religión, en Brasil marcadamente la expansión del neopentecostalismo de mercado, a través de denominaciones religiosas producidas por esta fase aún más predatoria del capitalismo. En mi interpretación, sin embargo, que la fe medie entre la realidad y las personas es (no solo, pero) principalmente un síntoma de la transfiguración del planeta por la crisis climática. Aunque la mayoría de la gente sea incapaz de nombrar los impactos que este cambio monumental ejercerá en sus vidas, todos están sintiendo que el mundo que conocen se desmorona bajo sus pies. Incluso para aquellos cuya vida cotidiana ha sido siempre muy dura, la dureza desconocida es aún más brutal que la conocida. En el desamparo, donde también se desmoronan las instituciones, solo queda creer. Y solo les queda creer incluso a quienes no son religiosos en sentido estricto. Y queda creer no solo en una religión, sino en una realidad que, si no es real en el sentido de corresponder a los hechos, se vuelve real para los que creen en ella. En esta proposición, que la creencia medie entre la realidad y la gente sería una forma de adaptarse a la emergencia climática, pero en lugar de enfrentarla, la agrava.
Como he escrito más de una vez, los dictadores elegidos que alcanzaron el poder mediante el voto a partir de la segunda década de este siglo son vendedores de pasados que nunca han existido porque no tienen ningún futuro que ofrecer, ya que las fuerzas que representan son las principales responsables de la alteración del clima y la morfología del planeta. En el caso de Jair Bolsonaro, principalmente los sectores de la agroindustria predatoria y la minería. La alianza que ha logrado el bolsonarismo entre la agroindustria, la minería, las empresas transnacionales de pesticidas y productos ultraprocesados y los pastores del neopentecostalismo de mercado no es casual. En común, estas fuerzas buscan seguir avanzando sobre la naturaleza y beneficiándose en un momento en que se les cuestiona la corrosión del planeta. En Brasil, especialmente la destrucción de la Amazonia, que puede llegar a un punto sin retorno en los próximos años. Pero también la persistente destrucción de otros biomas y sus pueblos, como el Cerrado y el Pantanal.
Solo el hecho de que la creencia medie entre la realidad y la gente puede garantizar que las grandes corporaciones capitalistas sigan explotando y beneficiándose en un momento en que el planeta se está sobrecalentando por sus acciones. Este es el motivo de que una parte de los ejecutivos de las empresas transnacionales toleren la compañía poco refinada de los pastores de mercado y, sobre todo, de una criatura burda como Jair Messias Bolsonaro, que ha llevado la creencia como activo político al paroxismo. La palabra “seguidores”, que las redes sociales han tomado de las sectas y las religiones, se ha convertido en el indicador de un fenómeno político en el que incluso los ateos se comportan como creyentes. Con la mediación religiosa invadiendo la política, irónicamente se ha traicionado la frase bíblica más famosa. En el principio era el Verbo. Pero entonces el verbo se destruye sistemáticamente como proyecto de poder.
En esta fase, todavía hay que golpear a la prensa y trabajar para descalificar a los periodistas. En una segunda fase quizás ya no sea necesario, en la medida en que la prensa puede seguir siendo importante, pero solo para una burbuja, y cada vez tiene más dificultades para penetrar en otros universos. Este es hoy el gran desafío del periodismo y del mundo que ha creado la prensa tal como la conocemos.
Las próximas elecciones presidenciales brasileñas seguramente ampliarán el foso en el mundo de los humanos. El reportaje sobre el avance de Telegram entre la extrema derecha mundial, publicado en el periódico O Globo, señala que la estrategia se está ejecutando de forma acelerada. Sin representación legal en el país ni moderación de contenidos, Telegram no respondió a los intentos de contacto de la Justicia brasileña. Con grupos de hasta 200.000 personas y canales con capacidad ilimitada de suscriptores, Telegram es el mundo perfecto para la propaganda masiva sin necesidad de cumplir la legislación de los países. En nombre de la “libertad de expresión”, subvierte el propio concepto de libertad de expresión, en el que hay que respetar los límites para que no se impongan los delitos. En Telegram, por ejemplo, circulan libremente vídeos con pornografía infantil y se comercializan armas sin ninguna regulación ni inspección.
A partir de las denuncias por el uso ilegal de WhatsApp en la campaña de Bolsonaro de 2018, la aplicación de mensajería de Mark Zuckerberg tomó algunas medidas para evitar, o al menos controlar mínimamente, la difusión de noticias falsas con fines electorales. Como alternativa para las elecciones de 2022, Bolsonaro comenzó entonces a apostar por Telegram: la semana pasada, su canal alcanzó el millón de seguidores. Fundada en 2013 en Rusia por los hermanos Nikolái y Pável Dúrov, con sede en Dubái, en los últimos años Telegram habría cambiado varias veces de jurisdicción para escapar de cualquier regulación. Los ayudantes de Bolsonaro hoy se esfuerzan por construir en la aplicación una base de creyentes políticos capaz de llevarlo a la reelección. Tras la invasión delictiva del Capitolio, a Donald Trump las redes sociales Twitter y Facebook, a través de las cuales propagaba sus mentiras y alentaba a sus seguidores, le bloquearon la cuenta. Así que su antiguo asesor, Jason Miller, ha lanzado este año una nueva red social, Gettr. En septiembre, Bolsonaro recibió a Miller en el Palacio de la Alvorada.
En Internet es donde se está forjando una realidad que no se basa en los hechos. En este acto en proceso, se están corroyendo los pilares del mundo que conocíamos. Entre ellos, la prensa, la ciencia y la democracia. Es importante destacar que, obviamente, no vivíamos en un mundo maravilloso que fue corrompido por hombres malvados. La democracia nunca llegó a todos. Es notorio que gran parte de la población brasileña ha vivido la arbitrariedad de las fuerzas policiales, incluso después de la redemocratización del país, y no ha tenido acceso a los derechos básicos. Lo mismo ocurre con otros países, incluidas las partes pobres de países considerados ricos, como los brutalmente desiguales Estados Unidos.
En Brasil, la prensa —blanca, mayoritariamente liberal, liderada preferentemente por hombres y con cargos ocupados por los hijos de la clase media que pudieron llegar a la universidad y, más recientemente, a los MBA en Estados Unidos y Europa— nunca ha representado la diversidad de la sociedad brasileña, dejando fuera a grandes capas de población y dando diferentes valores a la vida humana. Basta con ver el espacio que se da a la muerte de los ricos (y blancos) y a la de los pobres (y negros), a la vida de los ricos (y blancos) y a la de los pobres (y negros). Solo recientemente, debido a la presión externa, la prensa ha abierto espacio a los negros —la mayoría de la población— y ha comenzado a abrirse a la diversidad de género. Cabe decir también que, dispuestas a defender sus beneficios e intereses, las principales familias que dominan los medios de comunicación en Brasil han impedido que avance el debate sobre la regulación de la prensa como si se tratara de un ataque a la libertad de expresión y, así, gran parte de las licencias de televisión las usan (y abusan de ellas) los más nefastos adoctrinadores religiosos, difusores de teorías conspirativas y anticientíficas.
La ciencia tampoco escapa a una mirada crítica. Es la responsable directa de la emergencia climática, el proceso de alteración del clima y la morfología del planeta, que comenzó con la Revolución Industrial y se aceleró en el siglo XX. Por no hablar de que hizo —y sigue haciendo— muchas promesas que no ha sido capaz de cumplir. En países como Brasil, donde la educación es una tragedia en la que nunca se hace la inversión necesaria, la mayoría de la población no es capaz de entender la ciencia que impacta en sus vidas y los científicos nunca se han preocupado lo suficiente para cambiar este estado general de ignorancia debido a la falta de acceso a información científica inteligible.
Esto no significa, sin embargo, que la democracia, la prensa y la ciencia sean menos que esenciales para crear un futuro en el que podamos vivir. Con todos sus defectos, omisiones y exclusiones, estos tres pilares conectados forman parte de lo mejor que ha producido la humanidad. Es (también) con mucha ciencia, y el indispensable conocimiento ancestral de los pueblos-naturaleza, como los indígenas, que tenemos alguna posibilidad de enfrentarnos al sobrecalentamiento global y a la pérdida monumental de biodiversidad. Es también dentro de la propia prensa donde han surgido las mejores críticas a la prensa. La mejor manera de afrontar los problemas de la prensa es con un periodismo de calidad, hecho con rigor y honestidad. Extender la democracia es también el mejor camino para afrontar su crisis. Y, en este momento de ecocidios, debe extenderse también a otras especies.
Durante siglos, en diferentes sociedades y lenguas, es importante recordar que el lenguaje ha servido —y todavía sirve— para mantener los privilegios de los grupos de poder y dejar fuera a todos los demás. ¿Quién entiende el lenguaje de los abogados, jueces y fiscales, el lenguaje de los médicos, el lenguaje de los burócratas, el lenguaje de los científicos? La mayoría de la población ha sido sometida a la violencia de que se le impida a propósito entender el lenguaje de quienes determinan sus destinos. Y entonces llegan criaturas como Jair Bolsonaro y otros que hablan en una lengua que son capaces de entender. Y mienten en la lengua que entienden. Y dicen que es genial no entender nada de casi todo. Una parte de la población decide, como reacción, dar la peor respuesta a su exclusión haciendo y ejerciendo la exaltación de la ignorancia. Crean su propia burbuja de lenguaje y empiezan a excluir a todos los demás. Es una estupidez, pero es una reacción. Al fin y al cabo, durante siglos, a pocos les importó que gran parte de las poblaciones del planeta quedaran al margen del lenguaje en el que se decidía su vida.
Una vez hechas las observaciones, cabe decir que el momento es brutal. En la brutalidad de lo que vivimos, el Premio Nobel de la Paz concedido a dos periodistas puede interpretarse como el grito desesperado de quienes ven cómo se derrumban pilares como la prensa. No porque la prensa vaya a dejar de existir, sino porque podrá impactar solo a una parte de la población, a diferencia de lo que ocurría en un pasado reciente, cuando también estaba hecha y controlada por una minoría, pero impactaba a toda la sociedad. Se trata, en parte, de una reorganización de los espacios de poder, pero hecha de la peor manera posible y, en gran medida, falsa, ya que corroe la posibilidad de cualquier transformación real. Al final, los principales beneficiados son una minoría y los mismos de siempre, por eso Bolsonaro sigue en el poder a pesar de todos sus crímenes. En un mundo convulsionado por el clima, las grandes corporaciones han decidido sacrificar a parte de sus aliados históricos para mantener un sistema que ha puesto a la especie ante la posibilidad de la extinción.
Este es el abismo al que nos acercamos. Estamos al borde de algo que tiene la magnitud de romper el lenguaje que une a los humanos, aunque hablemos lenguas diferentes: una parte de la población mundial se adhiere a una realidad falsificada, pero que, por adhesión, se convierte en real. Todo indica que las elecciones de 2022, en Brasil, serán el laboratorio de pruebas de esta nueva fase de la crisis de la palabra, que va mucho más allá de lo que se entiende por polarización. Al romper el lenguaje con el que es posible encontrarse, que comparte una base de significados de consenso basado en pruebas, ya sean objetivas o subjetivas, estamos ante un fenómeno sin precedentes. En un planeta en colapso climático, donde se necesita más que nunca un lenguaje común para determinar lo común por lo que luchar, la humanidad parece dividirse en dos gigantescas burbujas impermeables entre sí.
Luchar por el futuro es luchar en el presente para que las palabras vuelvan a encarnarse, permitiendo que exista un lenguaje común. No como antes, sino uno en el que quepan realmente todas las personas y sus diferencias, que haga posible el debate de ideas para crear conocimiento y acción basada en el conocimiento. El que teníamos no era justo y nos ha llevado a este momento límite. Para seguir existiendo, tendremos que ser mejores de lo que fuimos y crear una sociedad capaz de vivir en paz con todas las fuerzas vitales del planeta. Si el principio es el verbo, el final puede ser el silenciamiento. Aunque esté lleno de gritos entre quienes ya no tienen un lenguaje común para entenderse.
Eliane Brum es escritora, reportera y documentalista. Autora de ocho libros, entre ellos Brasil, construtor de ruínas: um olhar sobre o país, de Lula a Bolsonaro y Banzeiro òkòtó, uma viagem à Amazônia Centro do Mundo. Web: elianebrum.com. E-mail: elianebrum.coluna@gmail.com. Twitter, Instagram y Facebook: @brumelianebrum.
Traducción de Meritxell Almarza