Cada vez que quienes dirigen las instituciones del gobierno buscan alianzas con los jerarcas de la iglesia ello implica un perjuicio para el resto de la población.
El jacobinismo mexicano se encuentra exacerbado a consecuencia del acto de culto público en el que la alcaldesa de Monterrey, la panista Margarita Alicia Arellanes Cervantes, entregó, simbólicamente, las llaves de esa ciudad a “Jesucristo.” Más allá del acto político con connotación religiosa, que es absolutamente condenable, lo verdaderamente lamentable es que hoy en día nuestros políticos tengan que acudir a trucos tan condenables como el explotar las creencias religiosas de la gente para ganar adeptos.
La historia del país ha dado muestras que este tipo de alianzas (iglesia-estado), siempre ha tenido beneficio mayor para los altos jerarcas del clero, pocos para la clase gobernante y nulos para la población. Así, en los poco más de 200 años de vida independiente el país, las etapas más oscuras se vivieron cuando, precisamente, existía este amasiato perverso en el que se compartía el poder político con las instituciones eclesiásticas del país, pues por desgracia, las instituciones religiosas encuentran mayor vinculación con los sectores conservadores de la sociedad y evitan un desarrollo pleno con respecto al dinamismo y evolución de los derechos individuales y colectivos.
De este modo, podemos afirmar que los enfrentamientos más sangrientos que ha padecido el país fueron auspiciados, precisamente, por las instancias religiosas. Muestra de ello fueron las dos Guerras Cristeras que ocasionaron la muerte de un número importante de mexicanos que, en aras de defender su fe –y de paso uno que otro privilegio de la alta jerarquía católica mexicana– dieron su vida peleando contra un gobierno al que acusaban de represor a sus más profundas creencias.
Así, cada vez que quienes dirigen las instituciones del gobierno buscan alianzas con los jerarcas de la iglesia ello implica un perjuicio para el resto de la población. La historia nos ha dado lecciones importantes en ese tema, que fueron traducidas con el abierto espíritu anticlerical que colmó las voces del Congreso Constituyente de 1917, en el que se estableció el Estado Laico y la limitación legal del poder terrenal del clero.
Las normas y la Constitución no son simples postulados, son la materialización de una historia que ha costado mucho construir. Debemos atenderlos y evitar caer en la tentación de hacerse del poder utilizando a las instituciones religiosas.
Archivos de imagen relacionados