El cristianismo desde su fundación como Iglesia en el siglo I, empezó a actuar tal como definió posteriormente Karl Marx, en su obra El Estado y la religión, “Todo nacimiento de un Estado tiene que ser revestido por la obediencia a Dios (hoy es la Economía), siendo el mejor político aquel que mejor utiliza la Teología, sea esta buena o mala, o algo que no sea ella misma (la política) y respaldado por la fuerza”. Para proclamar la pureza de su religión, condenó en cuarenta y seis ocasiones a los que consideraban desviaciones religiosas, veintisiete de dudas propias sobre el culto. A partir del año 313 con el Edicto de Milán de Constantino I, se abrieron nuevas vías de expansión para los cristianos, incluyendo el derecho a competir con los paganos en el tradicional cursus honorum para las altas magistraturas del gobierno, otorgando privilegios al clero (exención, por ejemplo, de ciertos impuestos) y los líderes cristianos alcanzaron una mayor importancia (como ejemplo de ello, los obispos adoptaron unas posturas agresivas en temas públicos que nunca antes se habían visto en otras religiones). Y desde el siglo IV declararon diez y nueve herejías, todas aquellas que criticaban a la jerarquía eclesiástica por ir contra los principios del Maestro, la pobreza y el poder.
La última no considerada como herejía, la “Teología de la Liberación”, fue perseguida por Juan Pablo II y el entonces Prefecto de la Congragación, el Cardenal Ratzinger, deslegitimando a sus principales defensores y legitimando al mismo tiempo las dictaduras militares del cono sur, con torturas y desapariciones, declarando a sus seguidores contrarios a la fe y expulsando a los teólogos Leonardo Bloff en 1985 y Jon Sobrino en el 2007, por considerar la Teología de la Liberación un acto que emana de una experiencia de compromiso y trabajo, con y por los pobres, de horror ante la pobreza y la injusticia. Otro de sus máximos exponentes fue, el jesuita Ignacio Ellacuría, asesinado en 1989, defensor de la civilización de la pobreza, contrapuesta a la de la riqueza, puesto que ésta se ha revelado como un nuevo Moloch que devora a las personas y el planeta.
Ratzinger como Benedicto XVI en su encíclica “CARITAS IN VERITATE“, indica: “La economía y las finanzas, al ser instrumentos, pueden ser mal utilizados cuando quien los gestiona tiene sólo referencias egoístas…Por eso, no se deben hacer reproches al medio o instrumento sino al hombre, a su conciencia moral y a su responsabilidad personal y social”.
Cuasi una declaración de sumisión para mantener los privilegios económicos, siempre a la sombra del poder.
Durante veinte siglos la única teología que importaba se fabricaba en Europa, fuese católica, presbiteriana o protestante. La dependencia de los distintos países respecto al mundo rico, no sólo era económica y política, sino también eclesial y teológica, la rebeldía surgió en Sudamérica inspirándose en el derecho para los negros de EEUU, o en Sudáfrica la lucha contra el Apartheid, se extendió también en Asia, en Corea la Teología Minjung o la Teología Campesina en Filipinas.
Y en el siglo XXI sin apagarse los rescoldos de las intrigas internas y la lucha por el poder, Benedicto XVI abdica. Elegirán al nuevo que sirva mejor a esa multinacional en que se ha convertido la Iglesia, y será alguien que esté cerca del poder financiero.
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