Esta misma semana, el presidente cubano Raúl Castro ha dicho tras su encuentro con el Papa Francisco que seguramente volverá a rezar y a formar parte de la Iglesia Católica. Que todo un histórico líder comunista como el menor de los Castro llegue al punto de pronunciar esas palabras (al margen de que estén circunscritas a un ámbito diplomático) supone la constatación de una peligrosa realidad que vivimos desde hace unas décadas: el retorno de la religión a la política. Desde el siglo XIX, las revoluciones científicas y laicas habían logrado desplazar a la religión del centro del poder político. Durante dicho siglo, el paradigma geopolítico dominante fue el darwinismo (una concepción secular),y posteriormente en el siglo XX, el testigo lo recogieron el capitalismo y el comunismo (dos ideologías laicas también), pero tras el final de la Guerra Fría y el derrumbamiento del bloque soviético, parece que el persuasivo hechicero ha vuelto a adquirir su influyente poder en el seno de la tribu, un poder del que habíamos logrado despojarle gracias a los descubrimientos científicos y a las luchas sociales.
Y es que la mayoría de regiones del planeta viven este retorno de la religión a la política, con las peligrosos consecuencias que ello está originando. En Europa, la Iglesia Católica está recuperando buena parte de su influencia desde las grandes operaciones de marketing que realizó la institución con la llegada al poder del mediático Juan Pablo II durante los años ochenta del siglo pasado, las cuales actualmente continúan con el nuevo pontífice Francisco, que además ha logrado infiltrar al catolicismo entre las filas progresistas. En Francia, en teoría prototipo de república laica, el primer ministro Manuel Valls últimamente cuestiona la ley de separación de Iglesia y Estado de 1905, comienza a hablar de «laicidad abierta» y ha anunciado medidas de formación de imames y financiación de mezquitas. En Rusia por su parte, la consolidación del ateísmo de Estado durante más de 70 años de comunismo no logró acabar con el poder de la Iglesia Ortodoxa, y ésta, ha resurgido de sus cenizas tras el desmoronamiento de la URSS, y en la actualidad, vuelve a influir en muchas esferas de la vida política rusa, llegando a ser uno de los pilares fundamentales sobre los que debe apoyarse Vladimir Putin para gobernar. Incluso en China, país que aún continúa siendo comunista (al menos nominalmente), está ganando cada vez más influencia la denominada «religión sincrética», una peculiar amalgama entre el taoísmo, el budismo y los ritos ancestrales del país, lo que supone un retorno a la religiosidad de la época imperial.
En el continente americano la tendencia religiosa aún es más profunda. En primer lugar se encuentra el tradicional fundamentalismo protestante en Estados Unidos, enraizado en su doctrina del destino manifiesto, y que se ha fortalecido con el auge del pensamiento «neocon» a comienzos del nuevo siglo. Tampoco en los países latinoamericanos la modernización ha venido acompañada de un proceso de secularización, sino que por el contrario, lo que se ha producido es un trasvase de feligreses desde el catolicismo hacia el evangelismo, lo cual es aún más peligroso si cabe, ya que en muchos de los casos se trata de sectas esotéricas y puritanas que propugnan un modo de vida aislacionista y ultraconservador, y sobre las que apenas existe control estatal. Esta realidad ha llegado incluso a los regímenes izquierdistas bolivarianos, y durante la última década no ha sido extraño ver a líderes como Hugo Chávez, Evo Morales o Rafael Correa pronunciando discursos absolutamente mesiánicos, donde se mezclaban elementos socialistas, cristianos e incluso chamánicos. Por ello, el caso del presidente cubano mencionado anteriormente vendría a ser la confirmación de la vuelta de la religión incluso al país que en teoría debiera de ser el último bastión del ateísmo en Latinoamérica.
Pero sin lugar a dudas donde el retorno de la religión ha sido más radical y resulta especialmente preocupante es en Oriente Medio. En los países de mayoría musulmana se ha producido una radicalización islámica muy evidente en apenas tres décadas. De la era del socialismo laico de Gamal Abdel Nasser en el mundo árabe, del occidentalismo del Shá en Persia y del ateísmo marxista de Taraki en Afganistán, se ha pasado a un regreso del islamismo a todas las esferas de la vida social en dichos países, y concretamente, a una concepción del Islam integrista y tradicionalista exportada desde las poderosas teocracias del Golfo Pérsico. De modo paralelo, en Israel, el tradicional laicismo del sionismo primitivo de David Ben Gurion, ha sido sustituido paulatinamente por un judaísmo ultraortodoxo que está infiltrándose en los principales resortes de poder del Estado sionista (político, militar, económico) y que amenaza con que Israel termine convirtiéndose en una teocracia al igual que Arabia Saudí o Irán. Las consecuencias de dicho incipiente integrismo religioso, tanto musulmán como judío, se observan en los acontecimientos que asolan la región durante los últimos años: guerras sectarias, terrorismo extremista y retrocesos sociales.
En resumen: parece que en el conjunto del mundo la llama de la razón esté siendo sustituida progresivamente por el bastón del hechicero. De las grandes oleadas secularizadoras y laicas de los dos últimos siglos, se ha pasado a un retorno de la religión y de la espiritualidad al centro de la vida política y social. Incluso en el seno de la izquierda, que tradicionalmente fue atea y anticlerical, el postmodernismo está provocando que las doctrinas se relativicen, que las creencias se resignifiquen, y que incluso se llegue a condenar el darwinismo por racista y reaccionario mientras que se eleva al cristianismo o al islam como exponentes de los valores solidarios y progresistas. Por ello, los no religiosos y ateos debemos estar más que nunca bien armados discursivamente para responder a esta gran ofensiva confesional, una ofensiva en la que el hechicero busca nuevos conjuros para atemorizar al resto de miembros de la tribu, recuperar el control de sus mentes, y así, seguir ejerciendo el poder a la sombra del soberano. Y es que antes de volver a rezar, Raúl Castro debería recordar la sabia reflexión del fundador del marxismo: la religión es el opio del pueblo.