Si el presidente de Turquía y maestro de marionetas del país,Recep Tayyip Erdogan, buscaba doctorarse en mayorías absolutas, lo ha logrado holgadamente, aunque en el examen de recuperación. No valían más excusas después del batacazo (y pérdida de una mayoría absoluta que mantenía desde 2002) de las inconcluyentes elecciones generales de junio: si no se ganaba en los comicios que él mismo anticipó a noviembre, sus deseos de aferrarse al poder se habrían visto gravemente cuestionados.
Por eso, al igual que el buen estudiante sorprendido por la dureza del examen en primera convocatoria, Erdogan se aplicó durante el verano. El Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP, islamista, que él mismo cofundó) tenía que machacar ante los votantes su condición de sinónimo de estabilidad y crecimiento. Razones no le faltaban: crecimiento económico, desarrollo de infraestructuras, mejora de servicios como la sanidad, años de paz en el sureste del país merced de un proceso para terminar el eterno conflicto con el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK)… Los escándalos de corrupción y los ataques a la libertad de expresión y de prensa debían pasar inadvertidos.
La entrada en el Parlamento del prokurdo Partido Democrático de los Pueblos (HDP, izquierdista) privó en junio al AKP del dominio en la Cámara. Sin embargo, buena parte de la población todavía relaciona al HDP con los milicianos kurdos del PKK. El reinicio de la violencia entre el Estado y el PKK, tras un periodo de paz, funcionó (electoralmente) a las mil maravillas, y los votantes conservadores kurdos abandonaron su apuesta por el HDP para volver a los brazos del partido de Erdogan, que les había dado la paz. Esta violencia en la región mayoritaria kurda le granjeó también la simpatía de los sectores más conservadores, quienes nunca habían visto con buenos ojos la mano izquierda con el PKK.
CAÍDA DE LA LIRA
Mientras tanto, la inestabilidad y la violencia llevaron a la lira turca a mínimos históricos frente al dólar y al euro. No ayudaron los sangrientos atentados yihadistas de julio y octubre que se cobraron 135 vidas, unos ataques inéditos en los años de dominio del AKP.
Entre los votantes más conservadores, el retorno a la estabilidad y el crecimiento era una opinión habitual, como ha podido constatar este diario. Las trabas a los medios de comunicación críticos con el Gobierno también han remado a su favor. Además de las ya clásicas querellas contra cualquiera que compartiese supuestos agravios contra Erdogan en redes sociales, solo en la semana electoral, una orden judicial ha servido para intervenir dos televisiones y dos periódicos opositores.
El resultado: más del 49% de los sufragios para el AKP y una mayoría absoluta de 316 diputados en una Cámara de 550. Abrumadora e inesperada, pero también insuficiente para los anhelos de un Erdogan que aspiraba a dos tercios de la Cámara modificar la Constitución y convertir el país en una república presidencialista.
El primer grupo de la oposición será el Partido Republicano Popular (CHP, socialdemócrata laico), con 134 escaños (25,4% del voto), mientras que el HDP obtuvo 59 diputados (10,6%). El gran perdedor fue el ultranacionalista MHP, que ha bajado del 16,2 al 12 %, con lo que se convierte en el cuarto y último partido del hemiciclo, con 41 diputados Al conocer los resultados, el primer ministro turco, Ahmet Davutoglu, dio en primer lugar «Gracias a Dios» a través de Twitter. Luego salió ante la multitud entregada en su ciudad natal, la conservadora Konya, y aseguró: «Esta victoria pertenece a Dios y al pueblo».