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El Papa y la filósofa

Con su gesto Anna-Teresa Tymieniecka vuelve la filosofía a su antigua posición de criada de la teología, que era lo que pedía la Iglesia a todo lo largo de la Edad Media

La  gran noticia de estos días pasados ha sido el descubrimiento de unas cartas, más menos secretas, que en vida se cruzaron entre el papa Juan Pablo II y una filósofa polaco-norte-americana, Anna-Teresa Tymieniecka, que, si creemos los comen-tarios de la prensa española, “llegaron más allá de la amistad”.  Ninguno de los periódicos consultados nos precisa dónde está el límite entre la amistad y ese “más allá” que todos dejan sin concretar, pero con un punto de perversa sospecha que el final de la información –el Papa jamás rompió el celibato-, no logra del todo eliminar. En el supuesto que así hubiera sido, ¿se les habría ocurrido llamar a testigos? Es evidente que, por mucho que intenten ahondar los investigadores en el caso, como en toda historia de amor, siempre quedará un halo de intimidad y secreto al que nadie logrará acceder.

Por lo que cuentan los periódicos parece que esta amistad, que el Papa calificó después como “un gran regalo de Dios”, surgió a raíz de una carta que la filósofa escribió al entonces cardenal Karol Wojtyla pidiéndole consejo sobre un libro de tema filosófico que por aquellas fechas pensaba publicar. A esta carta siguieron otras y otras, cada vez más íntimas y personales, y la correspondencia continuó cuando el cardenal ascendió a Papa. Incluso la filósofa se atrevió, en la época en que Karol Wojtyla aún era cardenal, a invitarlo a que pasara un día en su casita de campo en la campiña de Nueva Inglaterra, en los Estados Unidos. La prensa nos ha ofrecido una foto del futuro papa en pantalón corto y camiseta acompañado de la filósofa, ambos de excursión en un paraje idílico. También ella le hizo varias visitas al Vaticano.

Hay muchos puntos que llaman la atención en esta historia. El primero de todos es que a finales del siglo XX, con lo que ha llovido desde que el mundo es mundo hasta esas fechas, se le ocurra a una filósofa, por muy católica que sea, consultar la opinión de un cardenal antes de publicar un libro. Con su gesto Anna-Teresa Tymieniecka vuelve la filosofía a su antigua posición de criada de la teología, que era lo que pedía la Iglesia a todo lo largo de la Edad Media. A partir del Renacimiento filosofía y teología se separaron y ahora nos cuesta mucho trabajo imaginar a cualquier filósofo de nuestra época, antes de publicar un libro, pidiendo consejo a un cardenal. ¿Imagina el lector a Jean Paul Sartre o Michel Onfray pidiendo consejo al cardenal de París?

Otro punto que llama la atención es la insistencia de los periódicos españoles en el tema de que el Papa jamás rompió su celibato. Cabe preguntarse: ¿Sería muy grave si lo hubiese roto? La verdad es que ni habría sido el primero ni tal ruptura hubiese tenido la menor importancia. Alejandro VI rompió el celibato infinidad de veces y eso no se impidió ejercer su función de papa. El único afectado en el caso de Juan Pablo II y la filósofa, habría sido el sufrido marido de ésta. Pero ocurre que en esta historia de amor espiritual y secreto el esposo de la filósofa aparece un tanto olvidado en su secundario papel de convidado de piedra. Sólo sabemos que, cuando ella conoció al cardenal, ya era madre de tres hijos. Imaginamos que, si el romance de amor hubiese seguido adelante, el marido habría pedido el divorcio y ahí habría quedado todo. No ocurrió así y, lo que parecía un romance de amor carnal, se limitó a un idilio de amor espiritual y platónico del que el marido nada tenía que objetar. Sabido es que los cuernos espirituales ni pesan ni oprimen la frente.

La historia de la filósofa polaca me ha traído a la mente el nombre y la historia de otra filósofa: Hipatia de Alejandría, última representante del neoplatonismo, que murió asaltada por una turba de fanáticos cristianos azuzados por san Cirilo. El también filósofo Bertrand Russell, en su monumental “Historia de la Filosofía”, nos cuenta así la muerte de Hipatia:

San Cirilo era hombre de celo fanático. Usaba su posición de patriarca para incitar matanzas contra la colo-nia judía, muy numerosa en Alejandría. Es principalmente conocido por el linchamiento de Hipatia, dama distinguida, que en una época de fanatismo, mostró su adhesión a la filosofía neoplatónica. (…) Fue tirada de su carro, despojada de sus ropas, arrastrada a la iglesia y matada inhumanamente por Pedro el Lector y una horda de fanáticos salvajes y despiadados. (…) Después de esto, Alejandría ya no fue turbada por los filósofos.

Quince siglos separan a una filósofa de la otra. Una representa la independencia de la filosofía frente al poder la Iglesia, la otra el total sometimiento y dependencia. ¿Tendré necesidad de explicarle al lector que, a pesar de los quince siglos que separan a ambas mujeres, la filósofa de Alejandría me parece mucho más moderna y actual que la polaca?

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